MANTENER LA DEMOCRACIA, MAESTRO
Que sea esta ocasión para agradecerle a la familia del coronel Plazas Vega, a la del general Arias Cabrales, y a las de los otros militares enjuiciados por la tenaza compuesta por los miembros del M-19 y el narcotráfico que están hoy agazapados en los órganos del poder
Mantener la democracia, maestro
Entretanto, las familias de los militares que impidieron que Pablo Escobar y el M-19 montaran su régimen terrorista en Colombia, hoy están pasando penurias. Sus vidas fueron destrozadas y ese tiempo de dolores, lágrimas y angustias jamás podrá ser recompensado
Por Ricardo Puentes Melo
Noviembre 06 de 2012
Para el caso del coronel Plazas Vega me ha hecho falta tiempo. La primera vez que supe de alguien que defendía al coronel Plazas fue por unos artículos que firmaban Eduardo Mackenzie y Fernando Londoño, que llegaban a mi correo reenviados por Alberto Acosta, quien también redactaba textos contundentes denunciando las injusticias manifiestas de la Fiscalía en el caso del coronel.
Hasta entonces, siendo yo mismo víctima idiota de la propaganda comunista esparcida por los medios de comunicación y la academia, siempre había pensado que todos los militares y policías involucrados en el asalto del M-19 al Palacio de Justicia eran poco menos que tenebrosos criminales, ajusticiadores a mansalva de civiles y pirómanos tétricos que reían a carcajadas viendo como jueces y magistrados moribundos se quemaban retorciéndose entre las llamas encendidas para borrar toda evidencia del genocidio. Y Plazas Vega sería para mí, obviamente, la mente maestra del holocausto del Palacio.
Su “Mantener la democracia, maestro”, era casi una afrenta, una bofetada en el rostro para quien durante años y años pensó –sin mucho interés por el tema- que el coronel Plazas Vega era un cínico más de este país, en tanto que los terroristas del M-19 eran, gracias a la prensa cómplice colombiana en cabeza de Enrique Santos Calderón, unos Robin Hoods que robaban a los ricos para darles a los pobres.
Porque, hay que decirlo en voz alta para que los jóvenes de hoy entiendan lo que sucedió, Enrique Santos, como miembro del M-19 en las sombras, se encargó de utilizar el diario El Tiempo para hacer propaganda de las actividades terroristas de esta banda, cosa en la que también ayudó mucho El Bogotano, otro diario capitalino dirigido por Consuelo de Montejo, también subversiva y patrocinadora de los delincuentes. Esa estrategia mediática logró el efecto deseado por estos bandidos: engañar a la opinión pública y conseguir respaldo popular a las fechorías demenciales del M-19. Cada vez que el M19 asesinaba militares, policías, sindicalistas y civiles, la prensa titulaba las masacres como si fueran una hazaña de los homicidas. Y el público, enardecido por la propaganda, aplaudía con frenesí por cada militar masacrado por estos infames.
En el inconsciente colectivo se fue madurando el mito de que los del M-19 eran los escogidos, los iluminados llamados para recuperar a Colombia.
Cuando llega el año de 1985, el M-19 estaba bien enquistado en las altas esferas de la sociedad y ya se había aliado con Pablo Escobar Gaviria haciéndole mandados como gatilleros, secuestradores y ajustadores de cuentas. Fue precisamente Pablo Escobar quien le encomendó al M-19 tomarse el Palacio de Justicia para presionar la no extradición de nacionales, proyecto en el que también estaban montados algunos de los magistrados muertos a manos de sus cómplices.
El día del asalto al Palacio transcurrió para mí como cualquier otro. No sentí la tragedia y apenas si me interesaron las noticias de la televisión que la entonces ministra Nohemí Sanín permitió que salieran al aire. No recuerdo haber visto al coronel Plazas por televisión ni tampoco leí sobre los eventos en la prensa. Fue imposible asimilar ese hecho porque a los seis días el país se vistió nuevamente de luto por la erupción del Volcán del Ruiz que borró del mapa a la población de Armero. Un horror del que Belisario Betancur fue directamente responsable.
Días antes del asalto al Palacio de Justicia, otros facinerosos del M-19 -entre quienes estaba Alirio Uribe Muñoz, hoy
presidente del Colectivo de abogados Alvear Restrepo, habían asaltado un camión de leche en el sur de Bogotá dejando un saldo de varios civiles muertos y heridos. Ese hecho fue registrado por la prensa colombiana como una proeza realizada por defensores de los humildes, y colocaron a los terroristas capturados como mártires de esa lucha. Los policías, por supuesto, fueron crucificados en los editoriales y expuestos como verdugos de los menesterosos.
En resumen, para ese 6 de noviembre de 1985, el M-19 ya estaba elevado por la prensa a la categoría de ejército libertario, heredero natural de la lucha que había inspirado a Simón Bolívar. Fue un trabajo de filigrana, hay que reconocérselo, entre otros, a Enrique Santos.
Así que es posible, no lo recuerdo, que yo hubiera sentido tristeza por las muertes de los terroristas, sin que me importase mucho que milicianos de esa banda hubieran asesinado a mi abuelo cinco años antes, y secuestrado en tres ocasiones –antes de ajusticiarlo- a un primo de mi madre. Alcanzo a percibir, eso sí, que mis simpatías estaban con los criminales y mis animadversiones con los militares que salvaron a Colombia de la hecatombe.
En la Universidad Nacional, varios años después, fui testigo del traslado de los restos óseos de varios fallecidos de dicho asalto. Teniendo amigos que participaban en la maestría de Antropología Física, y fascinado por el misterio que encierran todas las osamentas recuperadas arqueológicamente, tuve acceso a esos restos. Allí adquirí consciencia plena, por primera vez, del nombre de Alfonso Plazas Vega, ese militar que había contestado a la pregunta del periodista con su “mantener la democracia, maestro”.
Pasé mucho tiempo “colado” entre los estudiantes de la maestría. Algunos de los cráneos mostraban agujeros que “expertos” del CTI no dudaban en señalar como producto de munición 9mm disparada a quemarropa por soldados de nuestro ejército. Varios estudiantes del posgrado posaban como si fueran parte importante de una investigación secreta de alto riesgo. Se decía por los pasillos y las cafeterías de Ciencias Humanas, que miembros del ejército estaban planeando una incursión en la universidad para asesinar a los estudiantes relacionados con los restos, y cada vez que alguien llegaba tarde a clase se temía que miembros del B2 lo hubieran retenido, torturado y desaparecido.
Por esa época varios miembros del M-19, ya indultados, visitaban frecuentemente el laboratorio de Antropología Física para ver si se habían ya identificado a sus compañeros terroristas. Por allí pasaron Navarro Wolf, Vera Grabe, René Guarín y otros.
Naturalmente, cada vez que yo veía los cráneos con agujeros de balas, no podía menos que relacionarlos con el coronel Plazas Vega, imaginándolo hilarante mientras iba ejecutando uno a uno a estos infelices. Ignoraba yo entonces que el M-19 también tenía armas con municiones 9mm, y que fueron ellos los que ajusticiaron, al estilo Stalin, a sus desamparados rehenes.
Pronto olvidé el caso del Palacio de Justicia para sumirme en la escritura de guiones y en el mundo light de la televisión y el cine.
Pero los correos de Eduardo Mackenzie, Fernando Londoño y Alberto Acosta me condujeron de nuevo hacia ese evento. Los argumentos eran tan contundentes y los hechos tan evidentes, que no tuve más remedio que ceder a la verdad. Esto, sumado al “terrible” espectáculo de ver a Rodrigo Obregón defendiendo militares, me arrastraron sacándome de la oscuridad del túnel. Gracias a Dios.
Habiendo investigado por mi cuenta, revisado artículos y noticias de la prensa, en noviembre de 2009 publiqué mi primer artículo en defensa del coronel Alfonso Plazas Vega. Un amigo común me llevó al Hospital militar donde tuve el honor de conocerlo, y también a su esposa doña Thania Vega.
Ese día el coronel no logró ocultar su desconfianza hacia mí. El hecho de haber estado en la misma carrera que Alfonso Cano y varios del M-19 ciertamente no era mi mejor carta de presentación. Me impactó grandemente la claridad meridiana con que defendía su inocencia. Y sentí mucho pesar por el estado de humillación al que estaba sometido.
Me fui empapando de su proceso y descubrí con horror las aberraciones jurídicas y morales de los criminales que, utilizando la sagrada investidura de quienes deben impartir justicia, se habían colocado las capuchas de verdugos terroristas dispuestos a vengar la muerte y derrota de sus amigos de cuadrilla.
Pero, gracias a la providencia divina, a partir de ese momento también logramos buenas cosas: Descubrimos que René Guarín, el principal acusador de Plazas Vega, era en realidad un bandido del M-19, igual que su hermana Cristina Guarín, quien hasta entonces los medios mostraban como una humilde cajera de la cafetería del palacio de Justicia.
Logramos también que el Director científico de la exhumación de la fosa donde enterraron los cadáveres no reclamados de ese fatídico noviembre, el profesor José Vicente Rodríguez Cuenca, nos dijera con absoluta firmeza que 21 restos óseos incinerados, pertenecientes a quienes murieron en el cuarto piso del Palacio, estaban siendo escondidos por la Fiscalía de Mario Iguarán y Ángela María Buitrago debido a que entre estos estaba los famosos “desaparecidos” del Palacio de Justicia. La gran prensa colombiana calló estos descubrimientos, pero las redes sociales se encargaron de difundir la noticia.
Como puntillazo prefinal, logramos encontrar a Edgar Villamizar Espinel, el testigo estrella en contra de Plazas Vega y los militares que recuperaron el Palacio. Villamizar nos dijo que había sido suplantado, que jamás había conocido al coronel Plazas, que no había estado en los hechos del Palacio de Justicia, y que la firma que aparecía en su supuesto testimonio, no era la suya.
La prensa promafiosa de este país se abalanzó sobre este servidor. Me acusaron de haberme inventado a Villamizar, de haber planeado el ardid junto al Procurador Alejando Ordóñez. Julio Sánchez Cristo me tendió una celada colocándome a Ramiro Bejarano para controvertir mis descubrimientos. Bejarano me acusó de ser parte de la “mano negra” de la que hablaba el presidente Santos. Pronto siguieron su ejemplo los de la Revista Semana, El Tiempo, El Espectador y otros.
La Fiscal Vivian Morales prometió enviar al FBI la firma que estampó Villamizar ante la Procuraduría, para su cotejo con las del expediente. Pero jamás lo hizo. También prometió investigar a la fiscal Ángela María Buitrago… Y nada más se supo.
Entonces, Edgar Villamizar aceptó mi sugerencia de presentarse ante el juez 55 que lleva el caso del coronel Sánchez, por el mismo tema. Y los columnistas se desesperaron. Daniel Coronell, Vladdo, Felipe Zuleta, Ramiro Bejarano, Gustavo Gómez y otros de la misma cosecha enfilaron sus micrófonos y plumas hacia mi rostro acusándome de todo, hasta de amenazar de muerte a reporterillos de tercera.
Pero eso no es lo grave. Lo grave es que dos miembros de la terna que dispondría sobre la suerte del coronel Plazas Vega, cercanos al M-19, decidieron –sin leerse el proceso- que Alfonso Plazas Vega era culpable. Porque sí, porque les dio la gana.
En cambio, Hermens Darío Lara, el magistrado ponente, se dedicó varios meses al estudio juicioso del proceso y llegó a
la conclusión de que Plazas Vega era inocente, más allá de toda duda. Lara Acuña no encontró una sola fisura que le llevara a condenar al coronel.
Pero para la justicia mafiosa eso no importa. Con descaro y desparpajo, restregándonos su omnívoro poder, nos dijeron que ellos, los terroristas, pueden hacer lo que se les venga en gana en este país. Pueden colocar presidentes, pueden nombrar jueces y fiscales, pueden comprar periodistas, pueden ordenar muertes y condenar a cadena perpetua a quien les plazca.
Mientras los colombianos se dedican a mirar partidos de fútbol, “realities” donde los aberrados y las rameras son admirados, los asuntos verdaderamente importantes, como el tema de la justicia, o el de la impunidad para más terroristas, son ignorados.
Mientras héroes como Plazas Vega y Arias Cabrales son refundidos en calabozos, terroristas como Gustavo Petro son elegidos como gobernantes permitiendo que disfruten su victoria ahogándose en whisky y en relaciones con locas. O como Antonio Navarro a quien la prensa empieza a hacerle propaganda para convertirlo en presidente. Semejantes asesinos hoy se pasean como miembros del jet set, siendo invitados a cocteles, universidades, conferencias, orgías…
Entretanto, las familias de los militares que impidieron que Pablo Escobar y el M-19 montaran su régimen terrorista en Colombia, hoy están pasando penurias. Sus vidas fueron destrozadas y ese tiempo de dolores, lágrimas y angustias jamás podrá ser recompensado.
Dicen que la Corte Suprema de Justicia de hoy no está compuesta por la misma clase de hace años, cuando era normal aceptar regalos, invitaciones, diamantes y relojes de mafiosos. Esa es nuestra esperanza.
Que sea esta ocasión para agradecerle a la familia del coronel Plazas Vega, a la del general Arias Cabrales, y a las de los otros militares enjuiciados por la tenaza compuesta por los miembros del M-19 y el narcotráfico que están hoy agazapados en los órganos del poder. A ellos, nuestra gratitud por sacrificar sus vidas por la patria.
Y nuestra promesa de que continuaremos la lucha. El tema del Palacio de Justicia aún nos reserva muchas sorpresas.
Comentarios