SANTODOMINGO, UN CASERÍO DE EMBAUCADORES
La comunidad de Santodomingo ha convenido en mentir al mundo entero a cambio de veinte millones de pesos por cabeza. Por un fajo de billetes no dudan en enviar a la cárcel a unos inocentes que lo único que buscaban era defenderlos de los terroristas de las FARC
Santodomingo, un caserío de embaucadores
Nuestro compromiso con la verdad nos llevó hasta el caserío de Santodomingo. Quisimos comprobar de primera mano todo lo que se ha dicho y escrito, tanto a favor como en contra
Por Ricardo Puentes Melo
Diciembre 24 de 2012
El 7 de abril de este año 2012 denunciamos en este Portal el tramposo y aberrante montaje en contra de la Fuerza Aérea por los hechos conocidos como “la masacre de Santodomingo”, otro sainete elaborado y puesto en escena por el nefasto Colectivo de Abogados José Alvear Restrepo en su eterno propósito de lucrarse impúdicamente a costa de las víctimas y, de paso, condenar a nuestras Fuerzas Militares por crímenes cometidos por los amigos naturales del Colectivo: Los grupos terroristas que han asolado a Colombia desde hace décadas.
El caso, cuya reseña ustedes podrán encontrar en https://www.periodismosinfronteras.org/la-fiscalia-de-colombia-engano-al-fbi.html sucedió el 13 de diciembre de 1998 en el caserío de Santodomingo, del municipio de Tame, Arauca, cuyos hechos desembocaron en la muerte de 17 civiles.
Para resumirles, esos 17 civiles fueron asesinados por las FARC, mediante un camión-bomba que los terroristas colocaron para emboscar al ejército, y que explotó prematuramente ocasionando la muerte de los civiles. Así lo determinó un juez de Arauca, quien condenó por estos hechos a alias “Grannobles” hermano del igualmente asesino alias “Mono Jojoy”.
A pesar de los comprobados fraudes en este proceso, de la fabricación de pruebas y de la evidente compra de testigos, la justicia colombiana condenó a dos oficiales a 31 años de cárcel, y tiene vinculados al proceso a otros dos. De nada valieron las pruebas científicas que demuestran la inocencia de los oficiales, ni tampoco la comprobación de la mala fe de funcionarios de la Fiscalía General de la Nación quienes, con total desparpajo y falta de pudor y vergüenza, hicieron lo que quisieron con la fabricación de pruebas y testimonios; incluso involucraron al FBI mediante engaños manipulando y suplantando evidencia para que esta prestigiosa oficina de investigación criminal cayera en la artimaña que el contubernio del Colectivo de Abogados y nuestra “justicia” articularon contra la Fuerza Aérea.
Nuestro compromiso con la verdad nos llevó hasta el caserío de Santodomingo. Quisimos comprobar de primera mano todo lo que se ha dicho y escrito, tanto a favor como en contra.
Llegamos a Tame y allí nos previnieron del peligro que encerraba desplazarse hasta Santodomingo sin un permiso oral de ciertos contactos que deberían alertar de nuestra llegada a la Junta de Acción Comunal del caserío. Era como si necesitáramos de una especie de pasaporte para desplazarnos a otro país, a una república independiente. Nos advirtieron que de no seguir con los pasos “formales”, que incluían el rendirles
pleitesía a dos o tres funcionarios y líderes locales, nuestro viaje hasta Santodomingo podría terminar en una emboscada de las FARC.
Así pues, hicimos las venias correspondientes y esperamos hasta que un funcionario público tuvo las ganas de atendernos, dos días después de nuestra llegada a Tame. Se hicieron las llamadas, nos dieron las señas de la casa a la que deberíamos llegar, y partimos con la certeza de que ya nos habían investigado y sabían que Periodismo Sin Fronteras no es un medio sometido a las FARC.
Después de atravesar uno que otro poblado indígena, donde comprobamos que este gobierno les envía toneladas de víveres que los nativos reciben y venden a muy bajo precio a los colonos dueños de tiendas, para destinar ese dinero en borracheras, prostitutas y juegos de billar, llegamos por fin a Santodomingo.
La sorpresa fue enorme. El caserío no era como lo imaginaba. Era una hilera de casitas –la mayoría paupérrimas- distribuidas a lo largo de la carretera donde sus habitantes tomaban el sol amontonados en un puñado de negocios de cerveza y un billar donde los jóvenes mataban el tiempo apostando sus monedas y midiendo sus destrezas.
Noté que había varias casas en concreto que no sobrepasaban los cinco metros cuadrados, en las cuales debían amontonarse familias de siete u ocho personas acomodadas en una sola cama y sobre cartones colocados en el piso. Los baños estaban ubicados cerca de la miserable vivienda y eran totalmente insalubres. El poblado exhalaba pobreza y abandono en cada metro.
No llegué a preguntar si los causantes de esas 17 muertes eran las FARC o la Fuerza Aérea. Me limité a indagar cuánto dinero habían recibido de esos 5.700 millones de pesos que cobraron los del Colectivo por enviar a la cárcel a unos inocentes.
Cuando los pobladores constataron que yo no iba dispuesto a pedirles pruebas de que la Fuerza Aérea había asesinado a sus familiares (pruebas que evidentemente no existen), hablaron con más holgura y descargaron todas las frustraciones de quienes se sienten abandonados por el Estado y “protegidos” y adoctrinados por la subversión comunista.
Una vez les mencioné que el Colectivo había cobrado casi seis mil millones de pesos, los habitantes no ocultaron su cara de sorpresa. ¡Yo también me hubiera sorprendido al descubrir que el colectivo solamente había repartido de a 19 millones de pesos a los familiares de las víctimas…!
Pensaron que yo estaba mintiendo. Me dijeron que era imposible que los “doctores del Colectivo” se hubieran quedado con la mayoría del dinero por el cual acusaron a las Fuerzas Militares de algo que sabían muy bien que eran inocentes. Les pregunté qué habían hecho con esos 19 millones, y me mostraron que estaban construyendo mejores viviendas que esas que el gobierno les había regalado cuando sucedió la tragedia.
A uno de los líderes del caserío no le gustó para nada que yo hubiera evidenciado la cifra que habían cobrado, y me lo hizo saber acusándome de crear un mal ambiente contra los del Colectivo, así que –para calmar los ánimos- invité algunas cervezas y me metí al orinal del billar.
Desde el baño, que colindaba con la cocina, pude escuchar una conversación que me dejó atónito.
El líder comunitario les aseguraba a dos personas que él no me había invitado al caserío y que, por tanto, no era responsable de mis preguntas. Los tranquilizaba diciendo: “No se preocupen… Ese periodista no viene a preguntar si los de la explosión fueron los militares o los guerrilleros… Parece que lo único que le importa es si recibimos la platica o no… Y si acaso llega a preguntar sobre la explosión, tenemos que seguir diciendo que fueron los militares.. Esa es la versión que debemos seguir sosteniendo… Si decimos la verdad, nos quitan la plata y nos meten a la cárcel…”
Por supuesto, ellos se dieron cuenta de que escuché esa conversación. No bien me senté a tomar mi cerveza, el líder comunitario cruzó algunos gestos con dos sujetos malencarados que subieron a una motocicleta y se alejaron por un camino hacia la mata de monte. Sin previo aviso, y adivinando lo que vendría, yo subí al carro y nos alejamos rápidamente del tétrico lugar.
Comprobé que la verdad es más triste y deprimente que el mismo engaño del Colectivo de abogados. La comunidad de Santodomingo ha convenido en mentir al mundo entero a cambio de veinte millones de pesos por cabeza. Por un fajo de billetes los habitantes del caserío no dudan en enviar a la cárcel a unos inocentes que lo único que buscaban era defenderlos de los terroristas de las FARC. Pero estas personas no necesitaban defensa de los farianos… estaban en componenda con ellos.
Y, para ser honestos, viendo la miseria material y espiritual en la que viven, es comprensible que carezcan de valores. Ninguno de los que entrevisté fue testigo de nada. Todos dijeron que estaban lejos, que llegaron después de los hechos, que esto y lo otro. Todos, excepto una anciana que se me acercó furtivamente y me susurró “los del ejército no fueron… fueron los guerrilleros que explotaron el camión…”
Lástima por Santodomingo… Lástima por sus habitantes, aquellos que siguen siendo cómplices de las FARC y del Colectivo de abogados. Ese dinero mal habido, a costa de la condena de unos inocentes, algún día les remorderá en la conciencia. Quién sabe si el destino les depare ser víctimas de los que hoy son sus compinches.
@ricardopuentesm
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