CATALUÑA, ¿RUMBO A LA INDEPENDENCIA?
El camino hacia la independencia de Cataluña, pese a lo que pueda parecer, está plagado de obstáculos, retos y desafíos, amén de que adolece de un aspecto fundamental en una democracia: carece de legitimidad política
Cataluña, ¿rumbo a la independencia?
El camino hacia la independencia de Cataluña, pese a lo que pueda parecer, está plagado de obstáculos, retos y desafíos, amén de que adolece de un aspecto fundamental en una democracia: carece de legitimidad política
Por Ricardo Angoso
Septiembre 20 de 2017
@ricardoangoso
ricky.angoso@gmail.com
El envite lanzado por el gobierno catalán de la región autónoma de España, en el sentido de convocar para el próximo uno de octubre, una consulta acerca de la independencia de esta parte de este país lejos de haber concitado un unánime consenso en la sociedad catalana ha llevado a la división del país en dos mitades claramente enfrentadas. Los que ahora convocan la consulta recibieron en las últimas elecciones alrededor del 48% de los votos, pero debido a un sistema electoral que no atiende a la proporcionalidad política se llevaron el 51% de los asientos del parlamento catalán.
Convocar la consulta ha provocado la división de la sociedad catalana en dos mitades, tal como se está contemplando de una forma dramática en estos días en toda Cataluña y tal como se vio en la fiesta “nacional” -la dichosa Diada, un festival de agravios y lloriqueos – de esta región el pasado 11 de septiembre. Ese ambiente de crispación de la sociedad catalana, no reconocido por los nacionalistas, que siempre arriman la sardina a sus ascuas, se manifestó claramente en el parlamento, donde de 135 diputados 64 están claramente en contra de la consulta y 71 a favor. Esa división, según revelan todos los estudios de opinión serios, se expresa de la misma forma en la sociedad catalana, es decir, en la calle.
La alianza contranatura del nacionalismo catalán -antaño anclado en la burguesía de Cataluña más conservadora, católica y tradicional- con la extrema izquierda independentista ha llevado a este callejón sin salida que solamente tiene como previsible solución la convocatoria después del uno de octubre de unas nuevas elecciones catalanas que pongan el punto y final a tanto desatino.
No hay consenso, sino ruptura de una forma ilegal. Si algo deberían haber aprendido los nacionalistas catalanes a la hora de iniciar un proceso de estas características es que se necesita un mayor consenso para poder organizar una consulta como la que pretenden celebrar y una mayor unanimidad con respecto al fin que se intenta lograr: la independencia. El nacionalismo catalán siempre se miró en el espejo de los ejemplos de los países bálticos -Estonia, Letonia y Lituania- y los de la antigua Europa del Este -Eslovaquia, República Checa, Croacia y Eslovenia- pero sin prestar atención al hecho de que allí se lograron notables consensos y apoyos de más del 90% de los convocados a las urnas en sus respectivas consultas independentistas.
Sin este sólido apoyo democrático no hay consulta que valga ni independencia posible. El nacionalismo catalán se lanzó a una piscina sin agua, obviando los riesgos y peligros en los que aventuraba a toda la sociedad, y las consecuencias a la vista están. El desgarro que sufre Cataluña a merced de la escasa legitimidad democrática de que carece la consulta han llevado a este auténtico choque de trenes al día de hoy no cuantificable en lo que se refiere a los daños futuros.
Luego la consulta convocada es ilegal. No es cierto que no hubiera otra salida, ese argumento es falso, demagógico y falaz. Si el problema era la Constitución española aprobada en 1978, la misma planteaba la salida a la crisis: una reforma del texto aprobado en el parlamento español en los términos que establece la Ley. Pero, claro, adolecían de la suficiente mayoría para hacerlo y prefirieron la confrontación al diálogo, las acciones unilaterales a la apertura de una mesa de conversaciones con el ejecutivo de Madrid, que dicho sea de paso actuó de una forma torpe y con pocos reflejos políticos ante el alud que se avecinaba por la montaña.
Ese enfrentamiento con Madrid fue la coartada que necesitaba el nacionalismo catalán para intentar presentarse ante su sociedad como víctimas de un gobierno despótico y arrogante que quería ningunear los derechos políticos de siete millones de catalanes. Les vino como anillo al dedo, a los nacionalistas catalanes, la falta de capacidad para el diálogo del presidente de Gobierno español, Mariano Rajoy, para concretar sus boutades, para comenzar el camino hacia ninguna parte en que se hallan inmersos en estos momentos.
Una consulta sin garantías mínima. Otro aspecto de la consulta es la escasa credibilidad que tiene la misma, sobre todo en lo relativo a los aspectos técnicos. No se conoce hasta el momento el censo, quién ha nombrado a los funcionarios para estar en las mesas y donde var a estar ubicadas las mismas; se trata de un espectáculo circense más destinado a las bases nacionalistas que de una auténtica consulta legal, democrática y atendiendo a unos mínimos criterios de legitimidad política. Tampoco hay observación internacional, ni una campaña neutral, ni siquiera participan el resto de las instituciones en la convocatoria salvo los ayuntamientos controlados por los nacionalistas -mayoría pero no todos-. El gobierno catalán, además, utiliza los fondos públicos, de una forma absolutamente ilegal y rastrera, en favor de sus intereses y poniendo, sin ningún rubor y vergüenza, al servicio del voto “sí” toda la maquinaría de la administración, como ocurre en las convocatorias electorales de la Venezuela del dictador Maduro. Con esos antecedentes, ¿pueden tener alguna legitimidad los resultados que arrojen las urnas el próximo uno de octubre?
Luego está la falta de realismo político por parte del gobierno catalán. ¿Qué van a hacer si sale el “sí” en la consulta? ¿Mandar a las “tropas catalanas” a luchar contra España en sus supuestas fronteras? ¿Han pensado en que al día siguiente de convocar la independencia se quedarán fuera de la OTAN, la Unión Europea, las Naciones Unidas y así hasta un sinfín de organizaciones internacionales? ¿Tienen pensado que una vez fuera del euro se quedarán sin moneda? ¿Qué moneda tendrán entonces y quién va imprimir la divisa catalana? ¿Han previsto con qué pasaporte y documento viajarán los catalanes fuera del país? No tienen una agenda política ni económica, improvisan y juegan a construir una nación sobre la demagogia, el victimismo, la mentira y la manipulación.
Por último, como elemento a tener en cuenta en su contra hay que reseñar la falta de apoyo con la que cuenta el gobierno catalán en la escena internacional. La Unión Europea -28 Estados del continente-, los Estados Unidos, Alemania, Francia, Italia y hasta el Reino Unido, junto con otras naciones, han mostrado ya su apoyo al gobierno de Madrid y han dejado bien claro que no reconocerán a Cataluña. ¿Qué esperan el reconocimiento del Sahara y el Kurdistán, dos países que ni siquiera existen? O, tal vez, ¿tienen en mente en convertir a Cataluña en una suerte de “Estado paria” como los dos casos reseñados?
Termino estas reflexiones con un comentario del diario La Vanguardia de Barcelona, que arrojaba algo de sentido común en estos momentos en que todos parecen haberlo perdido: ” La voluntad real de los catalanes sólo se podrá verificar en unas nuevas elecciones –que posiblemente tengan lugar antes de que llegue el próximo verano– o en una consulta acordada con el Estado español de acuerdo con los márgenes que ofrece la Constitución, por ejemplo, su artículo 92. El asalto a la Constitución no es el camino, aunque centenares de miles de personas simpaticen con esa idea. A medida que pasan los días crece la necesidad objetiva de medir la opinión de los catalanes, de todos los catalanes, en condiciones de normalidad democrática y sin violentar la legalidad que Catalunya contribuyó a levantar en 1978. No será fácil salir del actual laberinto.
Reiteramos nuestras propuestas: reconocimiento del problema, respeto a la ley, espíritu democrático, serenidad, ánimo constructivo, diálogo y defensa de la convivencia”. Ese es el camino, volver a recuperar la convivencia democrática y dejar que los ciudadanos pongan las cosas en su sitio, votando en unas nuevas elecciones y dando un nuevo marco político más volcado en la negociación que en la confrontación sistemática con el Estado.
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