Por otra parte varios de los vecinos de la China continental han expresado preocupación por la construcción de parte de Pekín de islas artificiales que podrían ser usadas militarmente, a la vez que amplía sus derechos sobre el mar, afectando tanto la pesca, como la navegación comercial.
El PCCH no solo gusta de los mares, también le apetecen las regiones fronterizas, como la disputa que sostiene con la India donde recientemente hubo un enfrentamiento militar con un saldo trágico, no obstante, sus conflictos más puntuales son con la República China que quiere mantener su identidad y forma de vida y Hong Kong, donde la mayoría ciudadana está a favor de la autodeterminación.
China con marxismo o sin él, es una nación muy importante tal y como señaló Napoleón Bonaparte hace más de 200 años cuando dijo, “China es un gigante dormido. Déjenla dormir, porque cuando despierte, sacudirá el mundo”, una sacudida que en mi modesta opinión sería beneficiosa para todos sino fuera que el marxismo es la doctrina que alienta sus actuaciones, que aun sin la ortodoxia económica, su objetivo es subvertir los valores y normas sobre los que se asientan nuestras vidas.
Hace unos días un destacado académico latinoamericano comentó que el Partido Comunista Chino es el mismo que ordenó los ataque a la Plaza de Tiananmen y el que agrede a los ciudadanos que en Hong Kong luchan por conservar sus derechos, agrego, que igualmente es el mismo de la Revolución Cultura y quien respalda la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela, y el padrino principal de las dinastías abusivas de Norcorea, Nicaragua y Cuba.
El liderazgo chino tiene una visión muy particular de sus funciones y recurre a diversos medios para imponer su voluntad, una conducta que se repite en la historia, pero en estas circunstancias existe el agravante de que está inspirado por el marxismo, y esa ideología siempre ha querido dominar el mundo, nunca se conformaría con ser la primera potencia mundial.
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