CÓMO EL GENERAL DE GAULLE DESARMÓ EL COMUNISMO FRANCÉS
En un Estado de derecho no puede haber partidos armados. El Estado de derecho debe conservar el monopolio de la fuerza. Sin ello las libertades se derrumban
Cómo el General De Gaulle desarmó el comunismo francés
En un Estado de derecho no puede haber partidos armados. El Estado de derecho debe conservar el monopolio de la fuerza. Sin ello las libertades se derrumban
Por Eduardo Mackenzie
30 de agosto de 2016
En un Estado de derecho no puede haber partidos armados. El Estado de derecho debe conservar el monopolio de la fuerza. Sin ello las libertades se derrumban. El desarme de las Farc, completo y verificado, no por los mamertos mismos sino por todos los componentes políticos del Parlamento colombiano, incluida sobre todo la oposición, y por la Procuraduría y la Fiscalía, y no por organismos internacionales “bolivarianos” cómplices, es ineludible, si la organización comunista que masacró al país durante 50 años aspira a que algún día su presencia en el Congreso sea aceptada por los colombianos.
Hay un precedente histórico europeo, muy significativo, de desarme de una organización comunista que amenazaba la estabilidad de un país. Ello debería servir de ejemplo a Colombia.
A finales de 1944, cuando las tropas de ocupación alemanas huían de Francia ante el empuje de los Aliados y de la 2ª División blindada del General Leclerc, el General Charles de Gaulle, presidente del Gobierno Provisional de la República Francesa (GPRF), exigió y obtuvo, no sin vencer fuertes obstáculos, que la ex resistencia comunista contra los hitlerianos entregara sus armas, como condición para que esa corriente pudiera hacer parte del nuevo gobierno.
Los miembros de las FFI (Fuerzas Francesas del Interior), la organización central de la resistencia militar, habían sido integrados al Ejército. En esos momentos, en Francia y en Italia, numerosos destacamentos comunistas que habían participado en la lucha contra Hitler, querían conservar esas armas para rivalizar con el nuevo poder y utilizarlas el día en que esos dos países, según sus previsiones, cayeran en manos de Moscú.
El Partido Comunista Francés (PCF) había salido del periodo de la Resistencia con un aparato bélico considerable. Esa formación disponía de una densa red de células armadas en cantones y comunas que cubrían casi todo el territorio. El PCF no siempre había participado en la Resistencia. Tras la firma en Moscú del pacto germano-soviético, el 23 de agosto de 1939, entre Ribbentrop y Molotov, el PCF cesó la lucha antifascista y devino pacifista. Molotov en Moscú firmó volantes destinados a Francia en donde dice que “la destrucción del hitlerismo es un objetivo criminal”. Obsecuente, el PCF lanza su pedido de “paz inmediata” con Alemania e intenta hacer reaparecer su órgano L’Humanité con el permiso de las autoridades alemanas. Su propaganda incita a la población de las regiones devastadas por la ofensiva alemana a huir masivamente, lo que frena el movimiento de las tropas aliadas y ayuda al desastre militar de Francia. El pacifismo fue la base de ese error y del error aún más grande de los que se unieron al gobierno de Pétain. Como dirá más tarde Jean Paul Sartre, “Si el pacifismo francés ofreció tantos reclutas a la colaboración fue porque los pacifistas, incapaces de frenar la guerra, decidieron de repente ver en el ejército alemán la fuerza que realizaría la paz” (1).
En junio de 1941, cuando Hitler ataca a la URSS, los comunistas franceses reciben nuevas órdenes del Kremlin y se unen a la resistencia que bajo la jefatura del General Charles de Gaulle habían comenzado los otros sectores políticos: radicales, socialistas, monarquistas, nacionalistas, antirracistas, demócratas-cristianos y gente de la extrema derecha. Durante la Resistencia, las FTP, grupo armado de obediencia comunista, había logrado acaparar buena parte de las armas recuperadas en combate o lanzadas en paracaídas a la resistencia por los británicos y los americanos.
Tras la liberación de Paris, el 25 de agosto de 1944, De Gaulle realiza que “no se podía dejar armado a un partido estrechamente ligado a un gobierno extranjero, la URSS, cuyas apetitos imperialistas eran ya evidentes”, escribe Gérard Sibeud (2). Así, en la noche del 24 de octubre, De Gaulle decreta la disolución de las milicias patrióticas y otros grupos armados y la incorporación de los ex resistentes que lo deseen al Ejército y a la policía depurada. La medida buscaba restaurar el orden alterado por los excesos de las milicias. Estas cometían saqueos, detenciones y allanamientos arbitrarios so pretexto de luchar contra el mercado negro. En Maubeuge, llegaron hasta a fusilar a dos ex colaboradores condenados a muerte pero indultados por el presidente del GPRF.
Los cabecillas del PCF, buscando conquistar más y más posiciones de poder, se opusieron a la entrega de armas. En octubre, lanzan una campaña de violentas acusaciones contra el General de Gaulle. Organizan mítines enormes en las ciudades donde proclaman que “la milicia patriótica debe seguir siendo la guardiana vigilante del orden republicano al mismo tiempo que debe encargarse de la educación de las masas populares”. Testigos afirman que en esos días 30.000 guardias cívicos armados, venidos de la provincia, desfilaron por París sin que nadie se opusiera. Jacques Duclos, número dos del PCF, acusa a la DGSS, el servicio de inteligencia del gobierno provisorio, de ser un Estado dentro del Estado, un “organismo de policía según el modelo de la Gestapo”. Duclos buscaba realmente la caída del General de Gaulle privándolo del principal instrumento de gobierno. El historiador Henri-Christian Giraud recuerda que “el 2 de noviembre, el buró político del PCF acusa a De Gaulle de ser un aliado objetivo de los traidores y de la quinta columna y ser un aprendiz de dictador” (3).
Pero Charles de Gaulle, quien le había dicho no a Hitler en 1940, no se deja impresionar por esas gesticulaciones y retrocede un paso para
organizar mejor su réplica. Durante el invierno de 1944, había en Francia dos poderes: el del GPRF y el de las FTP y las guardias cívicas. Esa situación no podía continuar. Con el apoyo del GPRF, el líder francés opta por utilizar un arma diplomática. Como su decreto de disolución de las milicias seguía en el aire, firma la ordenanza que permite amnistiar a los que hubieren sido condenados por tribunales militares antes del 17 de junio de 1940. El abre así la vía para obligar dentro de poco a Maurice Thorez, secretario general del PCF, quien en 1938 había huido a la URSS cuando comenzaba la guerra, siendo condenado por deserción, a realizar el desmantelamiento de las milicias
De Gaulle veía con repugnancia la actitud de Thorez, quien no había luchado en la Resistencia un solo día. Pero necesitaba al PCF para mantener la unidad del país. Desde Moscú, Thorez enviaba telegramas a De Gaulle. Pedía la autorización de regresar a Francia sin ser detenido e insistía. París no respondía. Thorez temía caer en desgracia en Moscú y correr la triste suerte de otros jefes comunistas. Algunos análisis dicen que Stalin necesitaba un PCF fuerte para comenzar los preparativos secretos para apoderarse ulteriormente de Francia (sólo hasta febrero de 1945 los aliados y Stalin pactan que Francia hará parte de la zona de influencia del mundo libre). Tal temor no era infundado. El PCF revelará, en las legislativas de octubre de 1945, ser el primer partido de la nueva asamblea, con el 26% de los votos. Las huelgas insurreccionales de octubre de 1948, ante las cuales el gobierno tuvo que sacar blindados y traer soldados de Alemania, probablemente hubieran tenido éxito si el PCF no hubiera sido desarmado.
El presidente del GPRF dicta, entonces el 6 de noviembre de 1944, el texto que borra la condena impuesta a Thorez por un tribunal militar. Pero la visa de regreso depende de que el beneficiario asuma el compromiso de facilitar la disolución de las milicias y hacer que los ex FTP entreguen las armas. Y Thorez cumple. En un importante mitin en Ivry, el jefe del PCF proclama: “Las FTP, las guardias cívicas y otras formaciones no tienen ya razón de existir. Solo la policía está habilitada para garantizar el orden. Un sólo Estado, un sólo Ejército, una sola policía”. La misa estaba dicha.
En sus Memorias, De Gaulle explica que luego de la visita de Churchill y Eden a Francia, Moscú le propuso una entrevista para estudiar las relaciones entre los dos países. En Moscú, De Gaulle arregla la suerte de Thorez durante su encuentro con Stalin, donde el presidente francés firma un pacto de alianza y asistencia mutua con la URSS. “Fue una maniobra hábil del líder francés, concluye Gérard Sibeud, pues evitó que Francia se convirtiera en una república popular bajo control del Kremlin, y llegara probablemente a una guerra civil”.
Ese episodio es de gran interés para la Colombia. Mal podría hoy la diplomacia francesa apoyar un acuerdo de paz en Colombia que no exige claramente el desarme de las Farc y que, por ende, se aleja de los principios aplicados por el General Charles de Gaulle en un momento crucial de la historia de Francia sobre la imposibilidad de tolerar que en una democracia haya partidos que luchan armados por el poder. El problema es que Colombia no tiene un Charles de Gaulle. Quien se encuentra hoy en la cúspide del Estado colombiano es, lamentablemente, muy diferente del hombre que defendió heroicamente a su patria de dos totalitarismos: el nazismo y el comunismo.
(1). Citado por Eric Zemmour, Mélancolie française (Fayard/Denoel, Paris, 2010, p.147)
(2). Gérard Sibeud, La République Déraille (Editions Le Manuscrit, Paris, 2005, p. 21/ 24).
(3). Henri-Christian Giraud, De Gaulle et les communistes. T2. (Albin Michel, Paris, 1989, p. 335).
Comentarios