EL ODIO DE SÍ Y DE SU PROPIO PAÍS

Los colombianos sí han entendido el proceso de paz: por eso lo repudiaron y lo siguen repudiando, como siguen abominando a las Farc y a todo lo que esté cerca de ellas

El odio de sí y de su propio país

Los colombianos sí han entendido el proceso de paz: por eso lo repudiaron y lo siguen repudiando, como siguen abominando a las Farc y a todo lo que esté cerca de ellas

Eduardo Mackenzie

Por Eduardo Mackenzie
@eduardomackenz1
3 de marzo de 2017

¿Es verdad que los colombianos viven en una burbuja? ¿Qué no han entendido el proceso de paz? ¿Que no son solidarios con la gente que ha vivido la guerra?

Sergio Jaramillo, el comisionado de paz de Santos, afirma todo eso en una reciente entrevista a un diario madrileño. Él estima que Colombia es “una sociedad más fragmentada y dividida de lo que [él] pensaba”. Y que los colombianos no saben que son “parte de un mismo país”. En otras palabras, que Colombia es una sociedad, pero no es una nación. Nadie ha protestado por esos enunciados aberrantes, que yo sepa.

Debemos admitirlo, en las declaraciones de Jaramillo aparece una alta dosis de antipatía por Colombia, mezclada a un tufillo pesimista que resulta incomprensible por venir de alguien que no oculta un sentimiento de triunfo pues el proceso que él impulsa personalmente, con gran asiduidad, desde hace más de cuatro años, parece estar llegando al puerto deseado: el de una “transformación”, de una “verdadera transición” de Colombia. ¿Transición hacia qué? El hombre no lo dice. Para mantener el suspenso, él se limita a reforzar el enigma con una palabra-valija: “el cambio”.

Otty Patiño, Sergio Jaramillo (centro), de la mesa de negociaciones con las FARC, y Héctor Pineda, también terrorista del M-19

Jaramillo sabe lo que pesan las palabras. El hizo estudios de filosofía y filología. El conoce bien la connotación y la función precisa de cada palabra castellana. Por eso no lanza el término “socialismo”, ni “transición al socialismo” pues eso sería revelar el fondo del asunto que fue negociado en Cuba. Cuando Jaramillo dice que “las grietas” dejadas por la violencia son ‘muy profundas” y que “la gente” jugó en Colombia un papel en eso y que “no fueron solo las Farc” las que sumieron al país en esa pesadilla y que por lo tanto la sociedad “se tiene que abrir y aceptar que las Farc [sean] parte de un mismo proyecto de construcción de paz, incluso de país”, el comisionado pide lo imposible: que traguemos entero el mito de que las Farc son víctimas de Colombia, un país “indiferente” y egoísta. Él dice que con las Farc en el gobierno Colombia logrará, por fin, que “la democracia abarque todo el territorio”, razón por la que luchan, según él, las Farc desde hace 50 años.

Así, la voluntad de tantos años de destruir y de corromper de la banda narco comunista es mostrada, por este moralista patético, como algo superior a los esfuerzos de los colombianos por construir su país y preservar, a pesar de tantas oposiciones, sus libertades.

La idealización de las Farc y de los acuerdos de La Habana aparece de lleno en esas frases. Al constatar esa fe de Jaramillo en las vías de hecho uno entiende por qué el equipo de Timochenko impuso en La Habana todo lo que quería. La contraparte, la que debía defender el sistema democrático ante los totalitarios, compartía los valores de éstos.

Juan Manuel Santos, Antanas Mockus y Sergio Jaramillo

Jaramillo critica acerbamente en esa entrevista lo votado por los colombianos en el plebiscito del 2 de octubre de 2016. Dice que éste fue un fraude: “La campaña del ‘no’ fue una campaña muy cobarde, que trató de tergiversar todo lo que pudo, y lo logró.”

El considera que la discusión posterior con los representantes del NO “fue frustrante”. Pues “el único interés [del ex presidente Álvaro Uribe] era “aprovechar políticamente el resultado del plebiscito”. Como si tal actitud fuera abusiva o ilegitima. Jaramillo está convencido de que el país al votar NO hizo gala de ignorancia y soberbia. Él habría preferido que los del NO hubieran llegado a esa reunión creyendo que eran los vencidos. Pero no fue así. Ante tal maldad, Santos salvó el ideal fariano haciendo creer que los del NO habían firmado un nuevo texto, un segundo “acuerdo de paz”.

Quien vive en una burbuja es Sergio Jaramillo. No los colombianos. Estos viven a la intemperie, expuestos a todo. Cada día son sacudidos por vientos devastadores: la pobreza que se extiende y toca todos los hogares; el hambre que está matando niños en varios departamentos, sobre todo en la Guajira; la inseguridad que aumenta en las ciudades y en los campos, donde las bandas de todo tipo, Farc, “disidencias” de éstas, Eln, Bacrim, micro-carteles, milicias anónimas, delincuencia común, asesinan, secuestran, ponen bombas y hacen lo que se les da la gana. La salud y la seguridad social, quebradas y defectuosas. La justicia “especial de paz” con jueces extranjeros que pretenden erigir algunos, como Sergio Jaramillo, para imponer el terror de masas, como en la Francia de 1793 y la URSS de 1935. ¿Dónde está la burbuja para protegernos de eso?

Los colombianos sí han entendido el proceso de paz: por eso lo repudiaron y lo siguen repudiando, como siguen abominando a las Farc y a todo lo que esté cerca de ellas. Saben que el acuerdo Farc-Santos jamás será una construcción estable, que es flor de un día. Saben que ellos lo echarán por tierra en algún momento. Colombia sabe bien lo que ese acuerdo significa: no es sino mirar hacia Venezuela para saber a qué desastre conducen tales ideas.

Quien vive en una burbuja es Sergio Jaramillo, una burbuja bien opaca, donde no entra la luz. Él no quiere admitir que lo de Venezuela es una anticipación de lo que vivirá Colombia si los planes que él ayudó a redactar se imponen. La ideología santista de la paz como “valor supremo” ante la cual todo debe ser sacrificado –la libertad y la democracia y los otros derechos humanos–, le impiden ver eso.

Las manifestaciones del próximo 1 de abril contra el gobierno Santos y contra las Farc van a poner en su sitio las creencias de Sergio Jaramillo. El verá que Colombia no es solo una bella y valiente nación, sino que ella es, sobre todo, democrática y patriótica.

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