EL URIBISMO Y LA BANALIZACIÓN DE LA MUERTE

Pero de Carlos Holmes Trujillo, a quien conozco personalmente y a quien, a pesar de haber sido un samperista furibundo, defensor de las atrocidades del narcopresidente y defensor de los indultos a los bandidos, no esperaba eso. Y no lo esperaba porque en las charlas que sostuvimos en el pasado, siempre se mostró como un hombre preocupado por el futuro del país, sincero apoyador de las instituciones, entregado por el bienestar de la patria.

Carlos Holmes Trujillo y Julio Sánchez Cristo

Ricardo Puentes Melo

Por Ricardo Puentes Melo
Diciembre 26 de 2019
@ricardopuentesm
ricardopuentes@periodismosinfronteras.com

Uno de los principios, de los valores, absolutos, es el derecho a la vida, el respeto a ésta. Por consecuencia, la solemnidad de la muerte está inherentemente ligada a este principio.

El Humanismo, por el contrario, ha convertido la muerte en un espectáculo de banalización, un fenómeno epidérmico en las sociedades que han transformado en violentas y que van en camino de regresión hacia el insolvente dilema del dualismo antropológico.

La banalización de la muerte es el mismo desprecio por la vida, es un fenómeno que el humanismo ha inculcado durante miles de años en las sociedades que se alejan de los valores plasmados en las Escrituras, que son los mismos cuyas sociedades desconocedoras de éstas y de Dios llevan plasmados en su ADN como sello indeleble del Creador de la vida.

El comunismo, hijo moderno del Humanismo (tan hijo como el neoliberalismo, la Ilustración, etc) ha aprovechado la ignorancia de las personas para canalizar atajos peligrosos para el allanamiento del globalismo, que ve la muerte solo como un clímax del martirologio de los bandidos marxistas, o como una consecuencia inexorable de la existencia de lo que ellos llaman “capitalismo”. Al mismo tiempo los asesinatos y matanzas colectivas que ellos cometen, son solamente la “supervivencia del más apto”, “el camino de la revolución, de la libertad”.

La famosa celebración de Santos frente a un partido de fútbol, en pleno sitio y a escasas horas de ocurrida una masacre por parte de las FARC

El miedo a la muerte, según Noam Chomsky, es una herramienta de dominación del capitalismo, la supremacía blanca y el patriarcado. Por tanto, la barrera para asesinar a otros es igual para la izquierda: un concepto de dominación inventado por los represores. Según Chomsky, el respeto a la vida y la muerte aumenta la adhesión a una visión del mundo capitalista. Chomsky es un degenerado social.

De ahí la insensibilidad de los marxistas cuando se trata de masacrar en aras de un “destino superior, altruista”, como bien lo mencionaba uno de los tutores de Álvaro Uribe Vélez, Carlos Gaviria.

El desprecio por la vida, la ajena, es un signo inequívoco de quienes están afiliados a esta ideología. Por ello, ordenar asesinatos, torturar sin razón, jugar con las cabezas de los asesinados después de despellejarlos vivos, etc., son cosa normal para los humanistas, sea de la sub-ideología que sean.

Banalizar la muerte es uno de los graves síntomas -el primero de ellos- de una grave enfermedad moral en una sociedad.

Álvaro Uribe y María Fernanda Cabal posan radiantes para la foto con una cabecilla de las FARC (hoy en el Congreso) y hacen llamado a "un país fraterno"

Los colombianos, al igual que los pueblos de Latinoamérica, sufren de esa enfermedad humanista. Celebran la muerte violenta de los que consideran opositores, se burlan de la desgracia y el sufrimiento de sus contradictores y, como aves carroñeras se lanzan sobre los cadáveres de los moribundos para hacer longaniza con las tripas de sus víctimas. Las redes sociales son un fiel reflejo de la enfermedad del pueblo colombiano. Cuando ven morir horriblemente a un joven vándalo -de izquierda- aquellos de derecha (que se supone tienen valores cristianos) celebran esa muerte como “poesía pura” digna de ser acompañada de una fiesta y alborozo. Igual la izquierda, que ve en los asesinados por ellos como si sus víctimas fueran un montón de carne y vísceras carentes del derecho al principio divino de la vida. Yo jamás consideré, por ejemplo, “poesía pura” la muerte del joven vándalo Dilan… ni siquiera me pareció “poesía pura” la exposición inclemente del cadáver del mono Jojoy. ¿Me alegré de la baja de ese bandido? ¡Por supuesto! Se había eliminado a un asesino de lo peor que ha pisado este planeta. Pero no hice fiesta con su cadáver ni consideré esas fotos macabras como “poesía pura”.

Sin embargo, aunque es detestable la celebración inmoral de las muertes violentas de jóvenes engañados por la retórica marxista, al igual que los bailes sobre los cadáveres de civiles desarmados o militares que defienden a los ciudadanos, es mucho más abominable que un ministro de Estado y un representante de la sociedad -un periodista- hayan reducido una tragedia nacional a un mero episodio trivial aderezado con carcajadas ofensivas para los familiares de los asesinados y para los colombianos que vemos en esos asesinados -sean de la ideología que fueren- miembros de una sociedad, de una gran familia -Colombia- cuyas vidas fueron sesgadas violentamente por desconocidos en un ritual macabro que tendrán el sello de la impunidad.

De ahí la insensibilidad de los marxistas cuando se trata de masacrar en aras de un “destino superior, altruista”, como bien lo mencionaba uno de los tutores de Álvaro Uribe Vélez, Carlos Gaviria

Carlos Holmes Trujillo y Julio Sánchez Cristo lanzan risotadas despiadadas porque, dicen ellos, el ministro de Defensa tiene que ir hasta Palomino, en Uribia, Guajira, para hacer presencia en el lugar donde fueron asesinados dos ambientalistas (Nathalia Jiménez y Rodrigo Monsalve), en cambio de estar de parranda en la Feria de Cali, (Carlos Holmes es oriundo de esa región).  

Los protagonistas de esa bajeza fueron Carlos Holmes Trujillo, ex canciller de este gobierno y actual ministro de Defensa; y el periodista Julio Sánchez Cristo.

De Sánchez Cristo no es de extrañar. Sus adicciones y su estilo de vida hedonista al servicio del poder, ignorando que el periodismo es todo lo contrario, pueden predecir fácilmente su falta de compasión y respeto por el sufrimiento ajeno.

Pero de Carlos Holmes Trujillo, a quien conozco personalmente y a quien, a pesar de haber sido un samperista furibundo, defensor de las atrocidades del narcopresidente y defensor de los indultos a los bandidos, no esperaba eso. Y no lo esperaba porque en las charlas que sostuvimos en el pasado, siempre se mostró como un hombre preocupado por el futuro del país, sincero apoyador de las instituciones, entregado por el bienestar de la patria.

Sí…  Banalizar la muerte es un síntoma grave de enfermedad moral. Y cuando esa banalización es política de Estado y conducta de periodistas, es que hemos llegado a un estado de putrefacción social del cual será muy difícil emerger.  

Acá pueden escuchar el audio:

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