HART Y RAMIRO, SICARIOS DEL CASTRISMO
Hart ejemplifica a los intelectuales que sirven a las dictaduras. No fue un intelectual seducido por el castrismo, un individuo que, por desconocer el conjunto de los acontecimientos, se rindió al régimen ciegamente. Él conoció a fondo todo el entramado del sistema
Hart y Ramiro, sicarios del castrismo
Hart ejemplifica a los intelectuales que sirven a las dictaduras. No fue un intelectual seducido por el castrismo, un individuo que, por desconocer el conjunto de los acontecimientos, se rindió al régimen ciegamente. Él conoció a fondo todo el entramado del sistema
Por Pedro Corzo
Diciembre 11 de 2017
Las dictaduras recurren a diferentes tipos de sicarios para imponer su voluntad. Los hay de pistola al cinto, siempre listo para masacrar a los sospechosos de traición, como es Ramiro Valdés, el modelo ideal en el caso cubano, pero hay otros menos conocidos, los sicarios de las letras y la burocracia, representados en Cuba por Alfredo Guevara y Armando Hart, sujetos siempre prestos para condenar a los herejes que incumplieran en el más mínimo detalle los postulados del castrolicismo.
Hart, con la asistencia de otros intelectuales, fue uno de los custodios principales del dogma castrista de la conservación del poder, a la vez que sirvió como uno de los operativos principales en el establecimiento de los fundamentos sobre los cuales se crearía en Cuba una sociedad sin derechos individuales y en la que los ciudadanos se trasformarían en una masa coloidal lista para asumir la conducta que dispusiera la nomenclatura y en la que la doble moral eliminaría la dignidad humana.
Por su condición de ministro de Educación, Cultura y miembro del Buró Político del Partido, prestó invaluables servicios al sistema, sin embargo, al igual que el resto de sus pares recibió poca atención porque las víctimas de las dictaduras y quienes las observan para incriminarlas, tienden a enfocar particularmente las denuncias en los hechos de violencia, como si los esbirros de ese ramo fueran los únicos culpables de las atrocidades en las que incurren ese tipo de régimen.
Las entidades y personas que propician procesos legales contra las dictaduras y sus victimarios pocas veces reparan en que el entramado sobre el que éstas se sostienen y actúan, está compuesto por diferentes segmentos que funcionan acopladamente para concretar el interés de los involucrados de mantener el control, sin aceptar que sus desempeños repercuten en la violación de los derechos de otros ciudadanos.
Hart ejemplifica a los intelectuales que sirven a las dictaduras. No fue un intelectual seducido por el castrismo, un individuo que, por desconocer el conjunto de los acontecimientos, se rindió al régimen ciegamente. Él conoció a fondo todo el entramado del sistema. Participó directamente en la toma de decisiones, fue un funcionario a tiempo completo que dirigió el equipo que instrumentó las bases doctrinales y practicas sobre las cuales se educaría a la niñez y la juventud cubana, a la vez que colaboraba en la elaboración de los fundamentos teóricos sobre los cuales justificarían sus acciones los cuerpos represivos que policialmente dirigía Ramiro Valdés.
Hart no solo acató fielmente las disposiciones de Fidel y Raúl Castro, sino que puso a disposición de ambos toda su capacidad intelectual al impulsar cambios sustanciales en el sistema educativo y al promover la instrumentación de normas que determinaron un nuevo curso en la cultura nacional, al facilitar la gestación de un individuo de doble pensar que no dice lo que piensa sino lo que le beneficia, sin disciplina social y con una fuerte inclinación a la delación.
Los sujetos como Hart, con independencia del talento de cada quien, estaban supeditados al oportunismo de Fidel Castro. No había espacios para que teorizaran y desarrollaran propuestas porque el castrismo consiste en un ejercicio continuado del poder, una práctica de que hacer en cada coyuntura sin que se respeten doctrinas o ideologías, incluida el marxismo sobre el cual dice inspirarse.
Su oscuro perfil en los medios de información nacional e internacional no elimina su responsabilidad ni la de otros funcionarios de la burocracia en los crímenes morales y físicos que ha cometido la dictadura, porque como afirma el escritor José Antonio Albertini, “la tinta también mata”, aunque lamentablemente solo se hable y escriba de los sicarios que recurren a la violencia física.
El legado de Armando Hart y de los otros sicarios de las letras y las palabras que se sometieron voluntariamente al castrismo tal vez no incluya la sangre de sus víctimas, quizás estos individuos y sus pares nunca hayan asesinado a ninguna persona, pero su contribución intelectual al régimen ha contribuido a la destrucción de los valores sobre los cuales se fundó la República, rescatarlos es un deber primario.
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