LA CULPA NO ES DEL SOFÁ
A los “progresistas” Lenin les llamó “useful idiots”, con toda razón. “Progresista” es un idiota que sin ser comunista, sirve a los fines del comunismo, impulsando los puntos más blandos y populares de la agenda de izquierda
La culpa no es del sofá
A los “progresistas” Lenin les llamó “useful idiots”, con toda razón. “Progresista” es un idiota que sin ser comunista, sirve a los fines del comunismo, impulsando los puntos más blandos y populares de la agenda de izquierda
Por Alberto Mansueti
Julio 26 de 2016
Conocemos el chiste del señor en cuya ausencia su esposa le engañó con otro, en el sofá de la sala. ¡Y le echó la culpa al sofá!
Eso parecen ciertos sesudos profesores de libre mercado, que culpan a la democracia por el predominio electoral de las izquierdas. Muy aturdidos por el avance arrollador del socialismo en todas partes, no tienen idea de cómo hacer para detenerlo; ni ganas, porque ellos son “anarco-capitalistas” (“ancaps”), y por ende enemigos de la democracia, los partidos y la política.
El marido engañado le echó la culpa al sofá, porque era lo más fácil. Y también porque si hubiera reflexionado honestamente, hubiera tenido que admitir tal vez, y sin justificar por esto a su esposa, que ella necesitaba más atención, que él fue incapaz de brindarle.
En el Centro de Liberalismo Clásico vemos que la gran mayoría de la gente vota por la izquierda, en todas partes, porque le cree su falso y hediondo juramento de amor eterno. Pero también vemos que la derecha hasta ahora no le ha prestado mucha atención a la gente. Desde siempre la derecha mercantilista y tramposa, y ahora estos sabihondos señorones.
En el colmo de su orgullo y petulancia, estos profesores desprecian olímpicamente a la gente común y corriente, a la gente que vota. Piensan que somos una recua de tarambanas, tal vez porque no hemos asistido a sus brillantes clases magistrales, ni nos leímos todos sus libros tan enjundiosos. Según ellos, la democracia es un error, y el voto (el sofá) es culpable del desastre que padecemos.
“Por la democracia se perdió la libertad”, pontifica Hans-Hermann Hoppe, y glamoriza la monarquía, de la cual tiene una visión idealizada, así como los “progresistas” tienen de la democracia. Desconoce que desde la época victoriana hasta hoy, las monarquías occidentales no han sido barrera eficaz ante el socialismo; y algunas le han sido de ayuda, como en Inglaterra, Holanda y Bélgica, en ciertos lapsos a lo largo de 200 o 150 años.
Hoppe obtuvo su título doctoral bajo la tutoría de Jurgen Habermas, de la Escuela de Frankfurt, pilar del marxismo cultural. Encerrado en su torre de marfil de la capital turca, Hoppe dice que la monarquía es preferible a la democracia. ¿Acaso propone regresar a la monarquía? ¿O quizá a un Estado de partido único tipo soviético-hitlerista, afín al pensamiento de su mentor? No, los “ancaps” no proponen ninguna solución, en absoluto, excepto “la supresión del Estado”, como Marx y Engels en la Primera Internacional (1864).
La principal diferencia entre ellos y nosotros, los liberales clásicos, es que ellos no tienen algo que nosotros tenemos: amor verdadero por nuestras familias, amigos, compañeros de trabajo y estudio, vecinos y conciudadanos; por eso tenemos mucho deseo de cambio, y ganas de hacer esfuerzos para convencer a sectores cada vez más amplios de opinión, con un método que llamamos “La Incubadora”, hasta lograr los votos (sí; ¡votos!) suficientes. Y mientras, hasta tener partidos numerosos como para ser reconocidos legalmente, y postular candidatos, promovemos el voto en blanco, tan democrático como el voto por X, Y o Z. Vamos en contra del estatismo y no del Estado (mejor dicho: del Gobierno), porque no confundimos el hígado con la hepatitis.
Estos “ancaps” son unos perdedores de la peor clase: fracasan sin siquiera intentarlo, por puro miedo, cobardía, o comodidad. O falta de ingenio político. Pero buscan pretextos y excusas, como el Profesor Huerta de Soto, que sabe mucho de economía, pero de política ni la “p”, aunque cree que sabe, y grita burradas como “el liberalismo clásico ha fracasado: no se ha mantenido limitado al Gobierno”.
Desconoce ejemplos claros como los de Jefferson y Madison, que escribieron la Constitución de EE.UU., pero luego no se encerraron en sus zonas de confort, porque sabían que “la libertad no es gratis” (freedom is not free); su precio es “vigilancia permanente”. Fundaron el “Partido Republicano-Demócrata”, que mantuvo limitado al Gobierno en ese país durante su primer cuarto de siglo como nación. ¿Cómo? Simple: convenciendo a la gente y ganando elecciones democráticas. Ese rumbo se mantuvo firme por otras cuatro décadas; y el Gobierno comenzó a salirse de límites tras la Guerra Civil, con Abraham Lincoln, fundador del actual Partido Republicano, un ídolo de los “progresistas”, y de los conservadores inconsecuentes.
A los “progresistas” Lenin les llamó “useful idiots”, con toda razón. “Progresista” es un idiota que sin ser comunista, sirve a los fines del comunismo, impulsando los puntos más blandos y populares de la agenda de izquierda, por ej. leyes laborales, aranceles “proteccionistas”, o Banco Central. Así de a poco se corre la línea hacia las metas “duras”: impuestos salvajes, reglamentos prohibicionistas y restrictivos, adoctrinamiento en “educación”, etc., que serían en principio inaceptables para la mayoría, pero “digeridas” luego por una opinión “ablandada” con pasos previas de menor fuste.
Estos “anarquistas”, antipolíticos, partidofóbicos y enemigos de la democracia, son otra clase nueva de “useful idiots” del socialismo, que ayudan al comunismo debilitando la confianza en los recursos de la democracia. Que no es perfecta, pero es mejor que cualquiera de las opciones alternativas, según Winston Churchill, quien no era liberal, pero habló a veces con sentido común, ausente en los “ancaps”. Aludía desde luego a las opciones verdaderas, reales, no a las utopías de cafetín.
“Ancap” es un idiota que sin ser comunista, sirve a los fines del comunismo; de dos maneras. Una es adherir a los postulados y políticas del marxismo cultural, sin admitir que el derecho a la vida es un histórico principio liberal, y que un embrión humano es un ser humano; ni admitir que matrimonio y familia natural son instituciones inseparables del capitalismo. La otra es embestir y acusar como estatistas y socialistas a quienes no compartimos sus fantasías, y repetir como loro una serie de falacias y lemas contra la democracia, sin admitir que la democracia representativa, los partidos ideológicamente consecuentes, las elecciones y los votos, son las únicas vías que hoy existen para recuperar nuestras vidas, libertades y propiedades. No hay otras.
¡Hasta la próxima!
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