LA MISIÓN IMPOSIBLE DE SERGIO JARAMILLO
Si Sergio Jaramillo creyó que en Madrid se habían tragado entero su cuento, se equivocó de nuevo
La misión imposible de Sergio Jaramillo
Si Sergio Jaramillo creyó que en Madrid se habían tragado entero su cuento, se equivocó de nuevo
Por Eduardo Mackenzie
21 de abril de 2016
El comisionado de paz de Colombia, Sergio Jaramillo, fue enviado a España para que tratara de contrarrestar el excelente trabajo de explicación que el ex presidente y senador Álvaro Uribe había hecho en ese país sobre las negociaciones de Santos en La Habana, unos días antes. Jaramillo trató de convencer a quien aceptara oírlo, sobre todo a los periodistas (pues el presidente del Gobierno Mariano Rajoy no lo recibió), que el llamado “proceso de paz” en Colombia es una maravilla, que está a punto de culminar exitosamente y que, en consecuencia, todos en Europa pueden estar muy tranquilos y deben financiar esa agenda luminosa y el eventual “postconflicto”.
En realidad, no le fue muy bien al doctor Jaramillo. A pesar de las contorsiones verbales y las descripciones idílicas que hizo, el escepticismo sobre las bondades de los pactos con las Farc afloró en las entrevistas que sostuvo con los periodistas más informados sin que él pudiera convencerlos. Y lo del financiamiento está en duda.
Veamos, por ejemplo, lo que ocurrió en la entrevista que le hicieron tres destacados periodistas del grupo radial Cope, el 19 de abril pasado, donde la cuestión espinosa de la impunidad para los criminales de las Farc fue traída a cuento precisamente por ellos. Los periodistas del programa “Herrera en Cope” (Carlos Herrera, Carmelo Alsina y Edurne Uriarte) no se dejaron abusar por la prédica acomodaticia que al respecto les hizo el comisionado de paz.
Las frases claves que Sergio Jaramillo empleó sistemáticamente ante ellos merecen ser examinadas en su textualidad más inmediata pues ellas develan los criterios que tiene Sergio Jaramillo sobre los temas cruciales de las negociaciones en Cuba.
El funcionario les dijo, por ejemplo, que las conversaciones de paz “están llegando a su final” luego de lo cual deslizó –cosa sumamente falsa– que los jefes de las Farc ya no están libres como estaban durante los tres años de negociación frustrada de paz en el Caguán, en los 42.000 km² que les cedió el presidente Andrés Pastrana para ese efecto, sino que ahora “están en Cuba encerrados en unas casas”.
Gracias a esa finta subliminal, él dejó en el aire la sensación de que Santos ha sometido a su voluntad a los negociadores de las Farc y que éstos ya no tienen manos libres para cosa distinta que la de negociar muy seriamente en Cuba con los representantes del gobierno colombiano. En consecuencia, el resultado lógico de tal situación es que hay gran fluidez de esos diálogos. Y la prueba es, según Jaramillo, que ya hay “más de 100 páginas de acuerdos muy concretos”. Cien páginas que Colombia no ha visto.
Sobre el punto de la justicia tras la firma de los “acuerdos”, la credibilidad de Jaramillo cayó en picada. Él les dijo que “todos los [de las Farc] que hayan cometido delitos graves van a ser juzgados” y completó diciendo que las Farc “han acordado responder por los llamados crímenes internacionales que hayan cometido, por las graves violaciones de los derechos humanos” y remató: “Eso es lo que se logró con las Farc”. Poco después, para alejarse del punto de la justicia, lanzó otra declaración: las Farc “entregarán todas las armas definitivamente”. Dicho eso, al ver que no habría réplica aparente, aunque en Madrid también saben que una cosa es “dejación” de armas y otra “entrega” de armas, el comisionado aseguró que Colombia “va a ser otro país”. Pero fue incapaz de significar si en ese “otro país” regiría al menos un sistema democrático. La otra afirmación crucial fue que “el proceso [de paz] busca “una verdadera integración [de los guerrilleros de las Farc]” para que “no caigan en otras formas de violencia”. Y que para eso “se supone que tengamos unos programas muy estructurados sobre todo en las zonas rurales”. La puntilla final fue: “Yo veo mucha voluntad por parte de las Farc por impulsar esos procesos”.
Ante semejante pintura artificial de las buenas intenciones de las Farc, la periodista Edurne Uriarte, una de las mejores conocedoras del caso colombiano, tomó el toro por los cuernos y puso el debate donde debía: “Usted nos ha dicho que no habrá impunidad, pero en realidad sí habrá impunidad. Más de la mitad de los colombianos se oponen a lo que el gobierno está negociando y firmando con las Farc. Va a haber impunidad pues los asesinos de las Farc no van a cumplir ninguna condena”. Y preguntó: “¿Qué máximo de cárcel van a cumplir los mayores asesinos de las Farc?”
Sergio Jaramillo trató de esquivar el golpe respondiendo que la justicia del proceso de paz “es un sistema de incentivos”, el cual detalló así: “Si usted confiesa todo lo que hizo tendrá una pena de hasta ocho años que va a cumplir en zona rural, con diferentes tipos de actividades”. Inconforme ante tal definición, Edurne insistió: “Eso quiere decir que uno puede haber asesinado a 50 personas y ni siquiera va a la cárcel sino que durante ocho años hará trabajos en una zona rural. ¿A esto le llama usted cumplir alguna pena?”
El comisionado de paz no tuvo más remedio que acudir a otros aspectos del plan y al hacerlo dejó ver que ni siquiera hay claridad sobre la supervisión de los “trabajos en zona rural”. Jaramillo dijo: “Si no dice la verdad y es culpable enfrenta un juicio y puede ir hasta 20 años a la cárcel”. Edurne reiteró su asombro ante semejante caricatura de justicia: “Si confiesa que ha matado, pueden ser 20, 30 y 100, da igual, ni va a la cárcel, solo hará unos trabajos en una zona rural”.
Jaramillo: “Tiene que además que hacer reparación material de sus víctimas y etc., etc., etc., [y si confiesa] tendrá solamente ocho años en un lugar bajo vigilancia de un mecanismo de verificación internacional. Eso es mucho más de lo que ha ocurrido en cualquier proceso de paz. Esta es la línea de la justicia transicional elaborada por las Naciones Unidas y por otros”.
¿Cómo así? Nadie sabe hoy, en primer lugar, quien se prestará al juego de verificar los “trabajos en zona rural” de los miembros de las Farc (el solo hecho de ser miembro de una organización narcoterrorista es incurrir en un crimen). Ningún país, ningún organismo, ninguna fundación ha dicho que trabajará en ese proyecto. Otro dislate: la justicia transicional no fue elaborada por las Naciones Unidas. En realidad, el pionero de ese remedo de justicia fue un dictador africano, y uno de los peores: Idi Amin Dada, de Uganda, en 1974. Pero esa es otra historia. En todo caso, Sergio Jaramillo, en su afán de darle una apariencia de respetabilidad a la tal “justicia transicional” –en manos hoy de pastores metodistas y de varios grupos privados, entre ellos la Fundación Ford–, no vacila en ofrecer inexactitudes a la prensa, dentro de un conjunto de simples quimeras, como eso de las sanciones penales para los peores criminales el continente mediante “trabajos sociales en zonas rurales” que ellos mismos podrían elegir. Si el comisionado creyó que en Madrid habían tragado entero se equivocó de nuevo.
Escuche la entrevista citada:
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