LLEGÓ EL TIEMPO DEL MARXISMO CULTURAL
Los liberales clásicos vamos contra el marxismo entero y toda clase de estatismo y en favor del capitalismo liberal en la economía; pero a la vez en la defensa de la vida, del matrimonio y la familia, y de los principios y valores judeo-cristianos de Occidente
Nomenklatura, mercantilismo y mandarinato cultura
Los liberales clásicos vamos contra el marxismo entero y toda clase de estatismo y en favor del capitalismo liberal en la economía; pero a la vez en la defensa de la vida, del matrimonio y la familia, y de los principios y valores judeo-cristianos de Occidente
Por Alberto Mansueti
Agosto 15 de 2017
Marx y Engels fueron coherentes: el capitalismo se liga estrechamente al matrimonio, y la familia, la religión, y los odiadas instituciones y valores “burgueses”, cuya abolición es imperativa para acabar con el capitalismo. Pero como no se puede acabar con todo a la vez, escogieron primero acabar con la economía privada, y dejaron la cultura para más a futuro.
Hoy en día, una vez prohibido y desaparecido el capitalismo liberal de la economía, ese futuro llegó, y es ahora: el marxismo cultural: el de Gramsci y la Escuela de Frankfurt.
Lenin también fue coherente en tanto advirtió que tampoco se puede barrer con el capitalismo del todo, pues la sociedad toda perecería, y con ella la clase parasitaria. Como Mussolini, Hitler y otros jefes socialistas, Lenin decidió someter y explotar a cierta clase de empresarios privados, en vez de liquidarlos a todos. Permitió que algunos siguieran produciendo, bajo severas condiciones y términos, dictados por la burocracia y el Partido. A cambio, les libró del dolor de soportar competencia.
Le llamó “Nueva Política Económica” (NEP), desde 1921, y la definió como “capitalismo de Estado”. Lo era. Pero no era nueva: en la Edad de la Ilustración y las monarquías absolutas, así funcionaban las empresas, bajo las órdenes directas del Rey y sus ministros, aunque sin competencia. Se le llamó “mercantilismo”, denunciado como “monopolista” por todos los escritores liberales. La NEP fue una reedición del mercantilismo, y los “Nepistas”, los empresarios mercantilistas de sus días.
Consistente con el legado de Marx y Engels, de la cultura no se olvidó Lenin. La cultura proletaria debía reemplazar a la cultura burguesa, y el “Movimiento Prolet-Kult” someterse a la “dictadura del proletariado”, según su famosa “Instrucción” al Congreso Prolet-Kult, de 8 de octubre de 1920.
E igual con la educación y las artes, al mando del camarada Anatoli Lunacharski, Comisario del Pueblo para el “Narkomprost” (Instrucción Pública), quien manejó el célebre “Juicio a Dios”, por “crímenes contra la humanidad”, enero de 1918. Con la Biblia en la banca de los acusados, Dios fue condenado a muerte, y el día 17, a las 6.30 AM, un pelotón de soldados disparó cinco ráfagas de ametralladora al cielo de Moscú. Aunque en paralelo, el astuto Lenin alentó bajo cuerda el Movimiento “Vivir la Iglesia”, un cristianismo de izquierda, con la parte del clero ortodoxo adepta al marxismo.
La ética proletaria también debía reemplazar a la ética burguesa. El bien y el mal fueron “redefinidos”: bueno es lo que ayuda a la Revolución, al proletariado y al Partido, su “vanguardia esclarecida”. Malo es lo contrario. E igual suerte corrió la estética.
Desde entonces, en Rusia y en todos los países comunistas, el socialismo es siempre lo mismo; la junta de tres partes: (1) la asfixiante burocracia del Estado, sometida a la del Partido; (2) el empresariado mercantilista “protegido”; (3) los Comisarios políticos de la educación, cultura y arte, para catequizar mentalmente a niños, jóvenes y adultos; para hacer la guerra contra Dios y los valores e instituciones de Occidente, e infiltrar las iglesias cristianas; y para expulsar a quien pretende opinar en contra o fuera del sistema.
Es imprescindible recordar todo esto, porque la historia se repite, monótonamente, siempre la misma en lo esencial, salvo detalles y pormenores accidentales. Y siempre, en cada país socialista, se oyen las voces “disidentes”, diciendo que ese no es el socialismo “verdadero”, entelequia imaginaria por la cual habrá que esperar, hasta el siguiente experimento; ¡esa próxima vez sí que va a resultar!
Muchos autores han descrito a la Nomenklatura, el neo-mercantilismo, y el mandarinato cultural. Entre ellos destacan, respectivamente, Milovan Djilas, Manuel Ayau, y Jean-Francois Revel.
El serbio Milovan Djilas (1911-95) publicó un libro en 1957, “La nueva clase”. Denunció que en la supuesta “sociedad sin clases”, los miembros del Partido, de hecho “propietarios” de los medios de producción, aunque no legalmente, gozaban de un nivel de vida muy superior al del pueblo raso, sometido a grandes privaciones. Era una pirámide jerárquica de poder, basada en relaciones de intercambio “clientelista” de favores y lealtades personales. En 1970 el ucraniano Mijaíl Voslenski (1920-97) escribió su “Nomenklatura”, que publicó en “samizdat” (clandestino); sostenía que la élite cerrada, tiránica y harto corrupta, es resultado inevitable de todo sistema colectivista y estatista.
El guatemalteco Manuel Ayau (1925-2010) explicó las diferencias entre capitalismo liberal y mercantilismo, una economía dirigida no por mercados libres, sino por políticos y burocracias “proteccionistas”, ayuntadas con empresarios incompetentes. Siempre hay una parte de la producción nacional que se orienta al mercado interno, y otra que sirve a la exportación; la cuestión es quién toma las decisiones, y en base a cuáles criterios: si los consumidores y demás agentes libres, en base a los precios relativos, o los funcionarios corruptos, comprados por las empresas privilegiadas, en base a los intereses espúreos, y ya citados intercambios de favores y lealtades personales.
El francés Jean-Francois Revel (1924-2006) desnudó a los “grandes mandarines” de la cultura, que imponen al público sus rígidos cánones marxistas. En el Imperio chino, “mandarines” eran los letrados, expertos en caligrafía, y en hacerla cada vez más complicada y retorcida, e incomprensible para el pueblo analfabeta, condenado a acatar órdenes que no podían leer ni entender, y menos cuestionar. En países occidentales lo hacen los profesores y maestros, y los capos de los medios de prensa, artes y espectáculos, editoriales, y hasta de la religión: reservan puestos y promociones sólo a los adeptos a las “buenas causas”, y excluyen a los demás. Así mantienen al sistema bajo control.
En 1986 Ayau gestionó para Revel un Doctorado Honorario de la Universidad Francisco Marroquín.
Hay cuatro “espacios” ideológicos hoy día, digamos para concluir. Primero están los marxistas completos, que adhieren al marxismo clásico, incluso su parte mercantilista, y al marxismo cultural. Son coherentes, como Lenin, y Gramsci y la Escuela de Frankfurt.
Segundo: “libertarios” que rechazan el marxismo clásico y el mercantilismo, pero adhieren a postulados y políticas del marxismo cultural. Eso no es coherente. Tercero: cristianos y otras gentes conservadoras despistadas, que rechazan el marxismo cultural, y van a las marchas contra el aborto y la “ideología de género”, pero adhieren a los estándares del marxismo clásico y el mercantilismo. Eso tampoco es coherente.
Cuarto, los liberales clásicos, que vamos contra el marxismo entero y toda clase de estatismo y en favor del capitalismo liberal en la economía; pero a la vez en la defensa de la vida, del matrimonio y la familia, y de los principios y valores judeo-cristianos de Occidente. También somos coherentes.
¿Vio por qué esta columna se llama “pisando callos”?
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