LOS CUENTOS DEL DOCTOR K
Kalmanovitz asegura (no se sabe qué fuentes utilizó) que Colombia es “uno de los países más militarizados del mundo”.¿Más militarizado que Cuba, con sus enormes arsenales y sus 120 000 uniformados y milicianos armados para un país de 12 millones de personas, en una isla de 110 860 km²?
Los cuentos del doctor K
Kalmanovitz asegura (no se sabe qué fuentes utilizó) que Colombia es “uno de los países más militarizados del mundo”.¿Más militarizado que Cuba, con sus enormes arsenales y sus 120 000 uniformados y milicianos armados para un país de 12 millones de personas, en una isla de 110 860 km²?
Por Eduardo Mackenzie
16 de octubre de 2015
La revista bogotana Dinero se pregunta en su número más reciente qué ocurriría con la economía colombiana “si se logra la paz”. La respuesta que propone es sintomática de los espejismos creados por el gobierno frente a los diálogos de La Habana.Dinero estima que los “beneficios” serían muchos. Esa opinión idílica descansa sobre una presunción optimista: que “la paz” conduce directamente a la “terminación del conflicto”, a la “desmovilización de las Farc” y a una “reducción significativa de la violencia y del miedo”.
Sin embargo, lo que han declarado los jefes de las Farc y el propio gobierno de Santos no indica que esa sea la perspectiva: las Farc, por el contrario, si tales planes no son derrotados, seguirán armadas, sus jefes quedarán en libertad y al frente de estructuras tanto visibles como clandestinas y tendrán enormes capitales, territorios y conglomerados humanos bajo su férula. Además, el tráfico de drogas que ellas hacen no será abandonado, y el programa antidemocracia y anticapitalismo de las Farc seguirá vigente. Finalmente, la jefatura de las Farc seguirá bajo la tutela de Cuba y Venezuela y otros países con apetitos de dominación sobre Colombia.
El artículo de Dinero elude, desde luego, todos esos factores. Su risueño planteo descansa sobre un trípode conceptual frágil e incompleto: la opinión de Fabrizio Hochschild, coordinador de las Naciones Unidas en Colombia, y la opinión de Jorge Restrepo, director del Centro de Recursos para el Análisis del Conflicto (CERAC).
Descansa, en tercer lugar, en un “documento” del profesor Salomón Kalmanovitz. Lamentablemente, el valor científico de ese “documento” (deberíamos hablar de ensayo) es dudoso.
Salomón Kalmanovitz le reprocha (1) al Estado colombiano unos gastos de defensa “abrumadores” como si éstos hubieran sido decretados caprichosamente y no impuestos por la realidad de la doble guerra que, tanto la subversión armada comunista y los carteles del narcotráfico, le impusieron, desde hace varias décadas, a la sociedad y al Estado colombianos. Kalmanovitz culpabiliza a las víctimas en lugar de bregar con los hechos y las cifras. El afirma que el “conflicto” ha sido artificialmente “mantenido” por los partidos de derecha y por las fuerzas armadas, y que la motivación de éstas últimas es no dejar que sean “disminuidas sus prerrogativas presupuestales”. Ese análisis nada tiene de “académico” ni de equitativo. Es un punto de vista político.
El profesor universitario lo dice así: Colombia “es uno de los pocos países de ingreso medio que mantiene un conflicto tan largo”. Cuando Kalmanovitz dice que el país “mantiene un conflicto”, quiere decir que el Estado y la sociedad y sus disidencias políticas, lo alimentan, lo nutren, lo restauran una y otra vez. Esa visión ideologizada de Kalmanovitz, que él comparte con el pacifista catalán Vincenc Fisas, es indispensable para montar una hipótesis igualmente tramposa: que “la sociedad colombiana, con un pie de fuerza de más de 450.000 hombres, está gastando más del 8% de la riqueza que produce anualmente en combatir la insurgencia, el crimen organizado y la criminalidad común” y que eso es malo y que si la paz llega ese pie de fuerza debe ser desmontado.
Para llegar a ese porcentaje exagerado (el gasto militar real colombiano no excede el 6%, lo que es normal en un país tan grande como Francia y España juntas y con los enormes desafíos de seguridad y estabilidad que ha tenido durante más de 50 años), Kalmanovitz suma limones con naranjas. A saber: adiciona los “gastos en seguridad” del Estado con las “muy costosas” pensiones de las fuerzas militares y con los gastos de los individuos y del sector privado para protegerse de la “criminalidad en general”. No se entiende cómo Kalmanovitz suma esos rubros diferentes cuando él mismo pretende que la criminalidad ordinaria “no tiene origen en la operación de la insurgencia o el narcotráfico”.
El asegura (no se sabe qué fuentes utilizó) que Colombia es “uno de los países más militarizados del mundo”. Afirmación asombrosa. ¿Más militarizado que Corea del Norte, que tiene más de un millón de soldados en un país de 22 millones de personas? ¿O de Cuba, con sus enormes arsenales y sus 120 000 uniformados y milicianos armados para un país de 12 millones de personas, en una isla de 110 860 km²? ¿Más militarizado que China con sus tres millones y medio de uniformados? Hay países con enormes presupuestos de defensa que no tienen sociedades “militarizadas”. El caso más conocido es el de Estados Unidos con su presupuesto de Defensa de 670 mil millones de dólares en 2008.
Kalmanovitz no integra en su esquema sobre la supuesta “militarización de Colombia” los factores pertinentes que permiten hacer un cálculo más serio: población, territorio, PIB, número de uniformados, gastos de defensa, equipo bélico, desafíos de seguridad y compromisos diplomáticos. Kalmanovitz toma dos factores (número de uniformados y gastos de defensa) e ignora los otros. Resultado: su evaluación es demagógica y su propósito es evidente: restarle legitimidad a los esfuerzos de defensa del país, e insistir, una vez más, en ir hacia un desarme irresponsable que deje a Colombia sin poder disuasivo frente a organizaciones criminales poderosas y a vecinos (Cuba y Venezuela) que han agredido al país en repetidas ocasiones y que esperan que llegue el momento de modificar definitivamente la relación de fuerzas geopolíticas del norte de la América del Sur.
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