PRESIDENTES DESECHABLES
La prensa sustituye a la justicia. Periodistas, “analistas”, dueños y editores denuncian, “investigan”, acusan, y condenan, sin más trámite. Mucho antes que los tribunales o el Congreso, los medios hacen de policías, fiscales, jueces y verdugos; todo a la vez
Presidentes desechables
La prensa sustituye a la justicia. Periodistas, “analistas”, dueños y editores denuncian, “investigan”, acusan, y condenan, sin más trámite. Mucho antes que los tribunales o el Congreso, los medios hacen de policías, fiscales, jueces y verdugos; todo a la vez
Por Alberto Mansueti
Septiembre 3 de 2017
Es posible que el Presidente Jimmy Morales, de Guatemala, siga la misma suerte de su antecesor, Otto Pérez Molina, y termine depuesto y preso por corrupción. Se sumaría a una ya larga lista de Presidentes “fugaces” en América Latina, encumbrados súbitamente como “adalides anticorrupción”, y luego, igual de abruptamente, renunciados o retirados por corruptos, como Fernando Collor de Mello, de Brasil, eyectado del cargo en diciembre de 1992, antes de cumplir su tercer año de mandato.
Los liberales lo repetimos siempre: la corrupción en gran escala es resultado inevitable del estatismo en gran escala. El inmenso mega-Estado se entromete en casi cada aspecto de la vida de las personas, las familias, las empresas e instituciones sociales; pretende “brindar” por su cuenta una gran variedad de bienes y servicios; y también “controlar” su provisión por los privados, con licencias temporales que se pueden a su gusto dar o quitar, renovar o negar su renovación. ¿Cómo no va a haber corruptelas de toda suerte y tamaño? ¡Por favor! Pretender lo contrario es totalmente irracional.
La “histeria anticorrupción” sacude cada tanto a la clase media, y es irracional. Es una furia de masas, como la caza de brujas en tiempos pasados; no obstante, muchos Presidentes son y han sido acusados y destronados, al calor de movilizaciones y marchas, con carteles y gritos destemplados. Algunos fueron después absueltos, como Collor de Mello. Estudiando los casos, tras los ataques de locura colectiva, se ven cinco elementos comunes:
(1) La prensa sustituye a la justicia. Periodistas, “analistas”, dueños y editores denuncian, “investigan”, acusan, y condenan, sin más trámite. Mucho antes que los tribunales o el Congreso, los medios hacen de policías, fiscales, jueces y verdugos; todo a la vez. Usando las redes sociales como “estrados para el público”: que disfrute el espectáculo de circo, insulte y escupa a los acusados; y así desahogue penas y aflicciones, escapando unos días de sus cotidianas presiones y frustraciones. Y que distraiga su atención; que la enfoque en los chivos expiatorios, reclamando “cárcel a los corruptos”, en vez de mirar al verdadero culpable: el sistema, y de exigir la real solución: el cambio de sistema.
(2) A la masa histérica le hacen creer que es la gran protagonista; y se lo cree, por su mentalidad socialista “distributiva”, y su ignorancia. Le dicen que la corrupción es “el cáncer de la sociedad”, el principal y más grave problema. Pero no es cierto: los pocos estudios serios y con cifras, muestran claro que el enriquecimiento ilícito representa unos porcentajes ínfimos comparados con el monto total de gasto irracional del Estado. Y esta creencia falsa, alimenta la ilusión de que un estatismo decente, honesto, es posible, y sería delicioso; y que si no se logra, es ¡culpa de la corrupción y la impunidad! Tampoco es verdad. Pero ¿a quién le importa la verdad, en la Era del Relativismo?
(3) Con esto no estoy disculpando a los corruptos; sólo digo unas verdades que nadie dice; y alguien debe decir. Otra verdad es esta: la ambición de enriquecerse, no es en sí misma condenable, no es inmoral, si es destacando en los negocios y empresas, o las artes, los deportes, las ciencias, etc. Sin embargo, en la mentalidad socialista, ser rico es malo, como dijo Chávez; por eso el Estado socialista prohibe el capitalismo. Pero si el capitalismo está prohibido, entonces la política (o mejor dicho, la politiquería) se hace la única vía para hacer fortuna, y no la economía. Alguien, un poco en broma y un poco en serio, preguntó: “¿Enriquecimiento ilícito? Humm… ¿Es que acaso hay otro?” Y es que no lo hay, claro, en el sistema estatista.
(4) En un sistema liberal clásico de Gobierno Limitado, reducido, el camino a la fortuna estaría abierto, en los mercados libres. En la política, la corrupción no estaría ausente; pero sería reducida, por lo tanto, manejable y tratable por los medios apropiados: instituciones sólidas, parlamentarias y judiciales. Pero ahora esas instituciones republicanas no pueden prosperar, en medio del estatismo, de la gritería histérica, los circos mediáticos, la judicialización de la política y la politización de la justicia, que hoy en día padecemos. Y de otros tres males, hermanos de los apuntados: anti-política, partidofobia, y aversión a la democracia representativa.
(5) La gran pregunta: ¿quiénes mueven los hilos, detrás de las bambalinas? La respuesta: los poderes fácticos. Todos: empresarios mercantilistas, politiqueros arribistas y demagogos, sindicalistas ávidos de poder, figurones en plan de “catones” moralistas, socialistas y comunistas de todos pelaje y color, y otros varios pescadores en río revuelto, buscando un modo fácil para deshacerse de competidores, adversarios políticos, y enemigos personales. Para los medios de prensa, el escándalo es el modo más fácil de ganar audiencia y anunciantes. En los casos de los Presidentes desechables, se ve que la izquierda ha sido y es la gran ganadora, desde que en Venezuela la histeria anticorrupción sirvió primero para derrocar a Carlos Andrés Pérez (1993), y luego para ungir a Hugo Chávez (1998).
Desde entonces, en América Latina, varias facciones, partidos y sectas de izquierda usan este comodín para tumbar a dos clases de Presidentes: (1) de la derecha mala, como los dos mencionados Pérez, el venezolano Carlos Andrés, y el guatemalteco Otto; (2) de otro bando de la izquierda. Mises enseñó que los socialistas se llevan mal entre ellos, siempre, y para un partido de izquierda, lo peor es otro partido de izquierda en el poder, que le cierra el paso, y es más difícil quitarlo de en medio. Sin embargo, se la hicieron en Argentina a De La Rúa (2001), en Brasil a Dilma Rousseff (2016), y a otros varios en los 15 años entre ambas fechas, en otros países, que no menciono por falta de espacio.
Para colmo de males, en Guatemala se entromete el Gobierno Mundial que ya existe, la ONU, con un poder para-estatal, controlado por las izquierdas, llamado CICIG, “Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala”, desde 2006. Es una especie de “protectorado”, dirigido por un Procónsul extranjero, sobre la base de una premisa, establecida por los poderes fácticos, e increíblemente aceptada por el grueso de la opinión: que en Guatemala no hay policías y jueces idóneos para luchar contra grupos paramilitares antisubversivos, y contra la corrupción; y por tanto, a esos fines, es mejor esa “ayuda” externa.
Gracias a Dios, en Guatemala están surgiendo gentes lúcidas y valientes, que expresan su disconformidad con semejante disparate político. Como Jorge David Chapas, del Centro de Liberalismo Clásico, líder del Movimiento Cinco Reformas, y la Red de Amigos de la Naturaleza (RANA), para impulsar el ambientalismo de propiedad privada, o ecología de libre mercado.
¡Mis felicitaciones Jorge Chapas, por esa lucha tuya tan tremenda, en favor de la verdad, de la justicia y del sentido común; y de Guatemala y nuestra América Latina!
Comentarios