¿REVOLUCIÓN RURAL SIN LÍMITES?
Votar “sí” en el plebiscito equivale a entregarle esas centenas de miles, si no millones, de colombianos de las “comunidades rurales”, a las Farc, para que las confinen en “reservas”, las usen y exploten a su antojo
¿Revolución rural sin límites?
Votar “sí” en el plebiscito equivale a entregarle esas centenas de miles, si no millones, de colombianos de las “comunidades rurales”, a las Farc, para que las confinen en “reservas”, las usen y exploten a su antojo
Por Eduardo Mackenzie
8 de septiembre de 2016
El concepto que articula todo el punto 1 del “acuerdo final” es la “reforma rural integral” (RRI). El concepto de “reforma agraria” es inexistente en ese documento. ¿Por qué? Porque una cosa es lo “agrario” y otra lo “rural”. Aunque parecidas, esas dos nociones no son del todo sinónimas pues encierran contenidos y alcances diferentes. Lo agrario hace referencia a la distribución y posesión de las tierras cultivadas o cultivables. Lo rural va mucho más allá. Es todo lo que no es urbano. En el espacio rural encontramos no solo las tierras aptas para la agricultura sino la geografía no agrícola, las selvas y bosques, todo el ámbito natural, la tierra inculta, la vida animal y vegetal.
Luego lo que pretenden las Farc con ese punto 1 del documento de 297 páginas que Santos les ha firmado es “cambiar las condiciones”, mediante la “trasformación estructural”, como dice el texto, de un espacio enorme, mucho más vasto que el mundo agrícola. Quieren regimentar un espacio inmenso que ninguna reforma agraria en Colombia ha osado tocar y perturbar burocráticamente.
Es necesario hacer esa diferencia. Muestra que ese “acuerdo final” está lleno de trampas y sutilizas lingüísticas pues sus hábiles redactores, del gobierno y de las Farc, buscan imponer unos criterios muy discutibles sobre el vasto territorio del país bajo la apariencia inocente de unos cambios limitados al sector agrícola. Abramos los ojos.
El texto deja en segundo plano al ser humano. Su terreno de acción es el “territorio rural” el cual sería “un escenario socio-histórico” donde hay “comunidades” es decir “hombres y mujeres que desempeñan un papel protagónico”. ¿Protagónico? Que va. En todo ese capítulo, como veremos, el territorio rural es lo primero. La gente es lo secundario.
Todo depende de esa RRI que promete alcanzar un objetivo utópico: “cerrar la brecha entre el campo y la ciudad”. Para lograrlo utilizará la “distribución de la tierra”, la “accesión a la propiedad rural”, la “democratización de la propiedad” y “la desconcentración de la tierra”. Otros analistas han cuestionado ya el carácter aventurero e irrealizable del “fondo de tierras para la RRI” y los abusos y violencias que desencadenará la apropiación acelerada de 20 millones o más de hectáreas. Mi punto no es ese.
Mi punto es la llamada RRI que controlará todo lo anterior y otros resortes: la “producción agropecuaria nacional”; la alimentación de las “comunidades”, los planes de “desarrollo sostenible”, la vida de las “comunidades”, la “educación rural”, y hasta la “concertación y el dialogo social”. Es una visión totalizante, es decir asfixiante, de la vida rural del país.
La gran paradoja es esta: aunque es totalizante, esa visión es estrecha. Pues está centrada en sólo dos ejes: 1.- “la producción campesina, familiar y comunitaria” y 2.- la “superación de la pobreza y de la desigualdad” de las “comunidades”.
Son dos metas importantes pero no pueden ser las únicas. Ese documento deja por fuera todo lo que es no menos esencial y no menos real: la población del campo (noción mil veces más amplia que la de “comunidades”), la agricultura establecida, la agroindustria establecida y en desarrollo, la productividad del trabajo agrícola, la infraestructura instalada en el campo y en las zonas rurales. No hay una sola propuesta para tratar la preservación y ampliación real de las tierras agrícolas y de los bosques, ni sobre la protección de las corrientes de agua, de los sistemas de riego, de las vías navegables naturales y de los canales, de las selvas, páramos, llanuras, desiertos, litorales y costas del país, que también hacen parte de la “ruralidad”.
Sobre esas materias el documento no dice ni una sola palabra. No aborda temas como la libertad individual en el campo, la inversión privada, la posibilidad de acumulación primaria. No da garantías de respeto a la propiedad privada. Es como si el documento quisiera hacer regresar al país a una fase de economía agrícola de subsistencia, donde no hay producción transformable, exportable y capitalizable. Donde solo el Estado controla la actividad económica, como ocurre en Corea del Norte, en Cuba, etc. El documento hace del Estado y de la burocracia las instancias decisorias. Esas palancas socialistas concentran todos los poderes que tendrían que ver con el espacio rural.
Cuando el texto habla de “nuevas tecnologías” lo hace en el marco estrecho de “la economía campesina, familiar y comunitaria”, no en el marco de una nación que trata de desarrollar sus fuerzas productivas.
Todo eso pues es inepto, artificial y libresco. No es de extrañar. Sabemos que la agricultura socialista da lástima, pues los marxistas desconfiaron siempre del campesinado. Engels describía a los campesinos como “los bárbaros de la civilización”. Marx repite eso en varios de sus libros. El estimaba que la mentalidad de los campesinos era esencialmente burguesa y capitalista. En el Manifiesto Comunista, ellos dirán que el campesinado es “reaccionario”. Pero como esa clase no podía ser dejada de lado, por su enorme peso social (en Rusia era el 90% de la población), tenían que usarlos bajo fuerte control “del proletariado” es decir de la minoría comunista. Ese fue el origen de desastres inmensos en Rusia, China, etc.
Esa desconfianza queda plasmada en el “acuerdo final”. En tal texto, los campesinos aparecen como seres pasivos. Ellos son parqueados en “reservas”, en las horribles “zonas de reserva campesina”. No son libres, no son actores de su propio destino. Son materia humana de apoyo al partido-guerrilla. Nada más. El texto dice, como máximo, que ellos “contribuyen” a los planes del RRI, pero no dirigen nada. Ellos están siempre enmarcados por algo, por cooperativas y por “movimientos sociales”, controlados ya sabemos por quién. Los campesinos, dice el documento, deben ser “integrados” a la “cultura democrática” (léase a la ideología de las Farc), etc. Nada que venga de la iniciativa libre y espontánea del campesinado es bueno, piensan ellos.
En los países donde el comunismo tomó el poder, fueron inventados métodos y organismos absurdos para explotar al campesinado: los “comités de pobres” de 1918 en Rusia, transformados luego en granjas colectivas y cooperativas agrícolas (koljoses y sovjoses) donde los campesinos no eran libres de adherir ni de retirarse. (La única excepción: las sadrogas de Yugoslavia donde ello sí era posible). La colectivización forzada fue un terrible calvario. Los campesinos ricos y medios fueron expropiados, hambreados y liquidados. Los campesinos pobres fueron transformados en empleados del Estado que recibían salarios de miseria. El campesinado fue transformado en un sub-proletariado socialmente inclasificable, que terminó siendo esclavizado y deportado según las necesidades del régimen. Los que no perecieron en eso terminaron en los Gulags. El comunismo soviético destruyó al campesinado como clase y esa destrucción fue la primera fase de su guerra contra el pueblo, como explicó mucho después un ex comunista gorbacheviano, Alexander Yakovlev.
El punto 1 del “acuerdo final”, tan aburridor por sus repeticiones, niega el progreso y el desarrollo rural. Excluye del análisis a los campesinos. Solo piensa en las “comunidades” y propone soluciones burocráticas a esa escala. Sin embargo, enfatiza que la RRI “es de aplicación universal”, es decir que toda política rural deberá ceñirse a ese enfoque estrecho.
El documento tiene también acentos que vienen de la ecología extrema, punitiva, de la ideología del crecimiento cero. Esa curiosa visión descansa sobre un neo-ruralismo donde las ciudades y las infraestructuras son un estorbo. Esos grupos han llegado incluso a teorizar absurdos tales como la reducción de la presencia humana en la naturaleza. El hombre, dicen, es el cáncer de la tierra y el capitalismo es la peor forma de esa enfermedad. Algo de eso hay en el punto 1 del “acuerdo final”, donde solo cuenta “la economía campesina y comunitaria” como base social manipulable del proyecto revolucionario. Todo el andamiaje que construye ese capítulo va hacia ese sector, no hacia el país en grande. En forma latente hay un discurso de desconfianza hacia la ciencia, la tecnología y la creatividad libre. Tal proyecto es pues reaccionario e inviable, aunque esté envuelto en buenas intenciones y en hiperbolismos progresistas.
Votar “sí” en el plebiscito equivale a entregarle esas centenas de miles, si no millones, de colombianos de las “comunidades rurales”, a las Farc, para que las confinen en “reservas”, las usen y exploten a su antojo. Tal es el plan de la RRI, que promete maravillas. Cuando los narco-comunistas prometen maravillas, ya sabemos a qué apuntan. Abramos los ojos.
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