RODRIGO OBREGÓN, MI HERMANO
4 años hace Ricardo Puentes MeloVisitó a mis hijos y me invitó a conocer a sus recién nacidos cuatrillizos, nos deteníamos en el camino a comer hamburguesa a la parrilla, o me invitaba a comer de las cosas que él preparaba en el último piso donde funcionaba la Fundación Colombia Herida. Durábamos horas hablando, tomando tinto, o mientras yo repasaba los papers de nuestro trabajo, él se ponía a hacer ejercicio o a tocar piano
Por Ricardo Puentes Melo
Diciembre 20 de 2020
@ricardopuentesm
ricardopuentes@periodismosinfronteras.com
La primera vez que hablé con Rodrigo Obregón, fue en diciembre de 1991. Estaba yo organizando un festival de Escuelas de Cine en Colombia (el único de su género en el continente, por ese entonces) y el maestro Alejandro Obregón, su padre, había aceptado regalarnos el afiche promocional, como colaboración para la idea, que le fascinó.
No sabía yo que el maestro Obregón estaba delicado de salud, y cuando lo llamé a ver cómo iba el diseño del afiche, escuché la voz de Rodrigo pidiendo hablar conmigo. Tomó la bocina y me dijo que su padre estaba un poco delicado de salud y que trabajar en ese afiche lo estaba fatigando mucho. Me solicitó que lo dejara descansar y, luego de una breve y cortés despedida, colgó el teléfono.
Alejandro Obregón ha sido para mí, hasta el día de hoy, el pintor más importante y talentoso de este continente. Tan grande como Van Gogh, Monet, Goya… el más grande de América, sin duda.
Así que no tener el prometido afiche, me molestó porque habíamos participado de esa gran noticia a Robert Redford, la gente de Spielberg, el gran Akira Kurosawa y Martin Scorsese, quienes habían aceptado ser parte del jurado del festival. Estaba yo pensando cómo informarles que deberíamos contentarnos con un afiche diseñado por alguien más cuando, a los pocos meses, Alejandro Obregón falleció.
Me comuniqué con Sonia Osorio y le dije cuánto lamentaba la muerte del artista que más he admirado. Sonia, que se acordaba que ella me había invitado a formar parte del Ballet de Colombia, y que también recordaba que mi padre me lo había prohibido, de acuerdo a la leyenda acerca del peligro que corrían lo bailarines de volverse maricas en manos de los directores de escena, me prometió -sin yo pedirlo- el lienzo con los brochazos iniciales del afiche. Pero eso quedó así. Me parecía demasiado cicatero aceptar eso. Y nunca me arrepentí.
Volví a encontrarme con Rodrigo cuando él estaba protestando frente al Tribunal Superior de Bogotá por la ratificación de la condena contra el coronel Alfonso Plazas. A la postre, yo empezaba a interesarme profundamente por ese caso y había publicado algunos artículos en defensa de Plazas que serían la puerta para los descubrimientos que desembocarían en la libertad del coronel. Cuadramos una cita para tomarnos un café y, de paso, conocer la Fundación Colombia Herida, que él dirigía. Se concretó un par de años después.
Quedé impactado con la labor de Rodrigo. Un artista de Hollywood, con toda una promisoria carrera por delante que habría podido disparar meteóricamente solamente mencionando el nombre de sus padres, había decidido dedicar su vida a ayudar a los militares y policías heridos en combate y, en el caso de que estos fallecieran, aliviar la situación de sus esposas e hijos.
Se lo pregunté de inmediato: – ¿Por qué haces esto…? Podrías estar en Los Ángeles haciendo películas…
-Te regreso la pregunta, hermano -me dijo con su marcado acento barranquillero- ¿Por qué estás en esta lucha cuando podrías andar escribiendo uno de esos libretos maravillosos, con historias fascinantes, en vez de estar arando en el mar con todos estos comemierda que no entienden la importancia de la lucha ideológica que personas como tú y yo estamos dando, ah?
-Yo amo mi país, Rodrigo, le dije, un poco apenado por la estupidez que yo había dicho.
-Tú lo amas, hermano. Yo lo amo mil veces más y me duele ver a todos estos héroes abandonados por los gobiernos de Uribe, de Santos. Todos les han dado la espalda a los heridos en combate y a sus familias, tienen dramas familiares, y los hijueputas del gobierno prefieren gastarse la plata en lujos y pendejadas, y no pagar una prótesis que cuesta 100 veces menos que las cortinas del baño de la casa de Nariño… Ven y te muestro la realidad de Colombia.
Y me llevó a conocer los dramas humanos de los heridos que él hospedaba en la Fundación Colombia Herida. Almorzamos con ellos, hablaron, contaron sus tragedias, rememoraron el momento en que decidieron unirse al Ejército de Colombia y no ocultaron sus lágrimas de impotencia por el abandono de sus altos mandos que, mientras nadaban en sus groseras abundancias sometían a la tropa a la ignominia de la mendicidad reclamando un derecho mil veces ganado con su sangre.
Rodrigo era uno amigo que, como dice la canción del maestro Escalona, del alma, de esos que “Ahora me duele que él se haya ido”, como reza en “Jaime Molina”.
La amistad nació de inmediato. Fue una de esas que se fortalecen con el tiempo, que no creen en la mentira y que siguen vigentes contra viento y marea. Creo que nunca discutimos, a pesar de que nuestra visión de Dios era diferente. El respeto mutuo nos centró en lo esencial, lo importante.
-Lánzate a la presidencia, hermano… Así consigamos 200 votos, ¡les enrostramos a esos hijueputas políticos que tú eres un millón de veces más capaz que ellos…! me dijo cuando estábamos elaborando las propuestas de Nueva República (que aún no tenía nombre)- Colombia necesita gente como tú, no como esos que se están robando el país- me sermoneaba continuamente.
Rodrigo era un amigo que, como dice la canción del maestro Escalona, del alma, de esos que “Ahora me duele que él se haya ido”, como reza en “Jaime Molina”.
Nos hablábamos cada 3 ó 4 días. Siempre me marcaba él, y a la hora que fuera, incluso después de la media noche o antes de aclarar el día, yo le contestaba porque sabía que quería consultarme cosas o darme su opinión sobre algo, o simplemente para preguntarme cómo estaba.
Cuando el golpe de Lía Fowler, quien se dejó entrampar por dos dementes que decidieron acusarme de estar estafando mujeres en Estados Unidos, y se unió a ellas para, sin preguntarme siquiera, hacer un juicio a priori y lanzarme a los cocodrilos para destrozarme vivo, Rodrigo fue el primero que me llamó y me preguntó:
-Hola, hermano.. Acabo de ver lo que publicó el hijueputica del Rugeles, ese del combito de León Valencia.. ¿Qué pasó ahí?
-Voy a enviarte los pantallazos de las conversaciones donde se demuestra que yo no pedí las tarjetas esas de Walmart, sino que una de ellas me la ofreció, y yo la acepté- le dije.
-No me mandes nada, hermano… Yo solo quiero saber qué pasó. Te conozco muy bien y sé que no eres un estafador como dice el malparido de Rugeles, y como lo asegura tu amiga Lía.
Le expliqué.
-No saben cómo acabarte, Ricardo. Ahí hay algo mucho más oscuro de parte de esa gente. Pero te digo, tu amiga Lía parece más tu peor enemiga. ¿Por qué hizo eso?
Ese era Rodrigo. Si algo tenía que preguntarme, lo hacía, y ya. Trabajamos bastante tiempo en varias cosas; una de ellas fue analizando la cinematografía colombiana. Concluimos lo obvio: estaba llena de ideología. La izquierda se había apoderado de los incentivos para hacer cine en Colombia, y solo apoyaban proyectos con esa ideología.
A Rodrigo le negaron el apoyo para una película sobre el reclutamiento de menores por parte de las FARC. El guion, de magnifica hechura, fue rechazado por Lisandro Duque, el aliado de los terroristas marxistas, y así se lo dijeron a Rodrigo. “Lisandro nunca dejará que ese proyecto pase”, me dijo Rodrigo que le había confiado una amiga suya que trabajaba en el Fondo de Desarrollo Cinematográfico. A raíz de eso, empezamos a analizar la filmografía de Colombia, película por película, y el resultado fue revelador: Cada diálogo estaba perfectamente diseñado para hacer apología a los bandidos marxistas, y para causar repudio hacia el Ejército Nacional.
El Ejército tampoco quiso apoyar esta película. Le dieron vueltas y vueltas, le palmearon las espaldas a Rodrigo y le decían que había que esperar un poco. Rodrigo solo pedía poder usar algunos uniformes, contar con apoyo de logística y, si se podía, una mínima parte de apoyo de gestión. Los altos mandos se lo negaron, siempre.
Cuando regresó a rodar en Hollywood, Rodrigo me dijo que había hecho la promesa de no volver a preocuparse por los temas políticos de Colombia. Estaba decepcionado totalmente del uribismo, de los mandos militares, de aquellos que se decían de derechas pero que apenas eran unos cobardes acurrucados.
Le vaticiné que no cumpliría esa promesa. Y así sucedió. Regresó a su quijotesca lucha en favor de los militares heridos y sus viudas, sus familias.
Y le metió todo el empeño a Nueva República porque sabía que era la única propuesta de salvar a Colombia de todos los traidores, los cobardes y los acomodados cómplices de las desgracias del país.
No muchos querían a Rodrigo. Él no era medias tintas. Cuando yo sufrí un ataque de parte de un amigo mutuo, que era fiel apoyador de Iván Duque, de la cuerda de Luigi Echeverri, me llamó y me dijo que ya no quería ser amigo suyo, y que tomaba partido a favor mío porque yo estaba diciendo la verdad y nuestro amigo solo estaba defendiendo el mecenazgo de ese grupo.
Visitó a mis hijos y me invitó a conocer a sus recién nacidos cuatrillizos, nos deteníamos en el camino a comer hamburguesa a la parrilla, o me invitaba a comer de las cosas que él preparaba en el último piso donde funcionaba la Fundación Colombia Herida. Durábamos horas hablando, tomando tinto, o mientras yo repasaba los papers de nuestro trabajo, él se ponía a hacer ejercicio o a tocar piano. Lo acompañé varias veces a la sede del Ballet de Sonia Osorio, a los talleres de teatro donde preparaba a quienes serían los actores de su película….
Lo dejé de ver cuando tuve que salir corriendo de Colombia. Pero nunca dejamos de hablarnos por teléfono, ni una semana. Cuando mi hija Irene cumplió años, le envió un video maravilloso que prepararon los niños de la Fundación. Un mensaje muy conmovedor.
Una semana antes de fallecer, Rodrigo dejó de llamarme. Pensé que estaba en sus gestiones con el asunto de la Casa Museo Obregón, y tampoco lo molesté. Para él era muy difícil rogar un apoyo del gobierno de Iván Duque para algo que no necesitaba súplica. Sonia Osorio y el maestro Alejandro Obregón se ganaron con creces el agradecimiento del pueblo colombiano, por habernos representado tan magníficamente, y es obvio que dos de los artistas más importantes de Colombia, y el mundo, no necesitarían mayor esfuerzo para que su memoria fuera honrada apoyando el Ballet de Sonia Osorio y la Casa Museo Alejandro Obregón. Pero ese apoyo jamás se concretó.
Así que, cuando Rodrigo dejó de marcarme a sus horas absurdas, no me sorprendió mucho. También me dijo que tenía que ir al médico a solucionar un “problemita” que tenía. Jamás supe que eso fuera tan grave.
El 25 de septiembre de 2019, yo iba conduciendo. Mi amiga Sonia me llamó y me dio la noticia. “Rodrigo Obregón acaba de morir”, me dijo. No pude avanzar muchos metros. Tuve que estacionar el auto como pude. Tenía un dolor muy fuerte en el pecho, una opresión terrible que subió hasta mi garganta y que pronto se convirtió en un llanto intermitente que se negaba a salir, pero que luego fluyó como un torrente ahogado con tantos y tantos recuerdos de esa amistad que nos unió.
Nunca pude decirle lo mucho que lo admiraba, lo mucho que lo quería. Nunca pude decirle que era como mi hermano, ese con el que siempre contaba para mis decepciones, mis alegrías. Él tampoco me lo dijo, pero yo lo sabía. La admiración fue mutua, el respeto también…
Y mutuo fue el amor fraterno.
Nunca supe lo mucho que lo quería hasta que se murió.
Eres irremplazable, Rodrigo… Hermano.
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