ULTIMÁTUM QUE NO FUE
El presidente se amarró a la mesa y las Farc lo saben. Está hipotecado. Toda su apuesta política está en La Habana. El resto de su gestión, con pocas excepciones puntuales, se mueve entre la mediocridad y el desastre
Ultimátum que no fue
El presidente se amarró a la mesa y las Farc lo saben. Está hipotecado. Toda su apuesta política está en La Habana. El resto de su gestión, con pocas excepciones puntuales, se mueve entre la mediocridad y el desastre
Por Rafael Nieto Loaiza
Marzo 27 de 2016
“Se agotó el tiempo. Ya hemos discutido lo suficiente. Estos puntos deben estar resueltos antes del [23 de marzo]. De no ser así, los colombianos entenderemos que las Farc no estaban preparadas para la paz”, dijo el presidente un día después del escándalo por el proselitismo armado de la guerrilla en Conejo, Guajira. Agregó que devolvería a La Habana a los miembros de las Farc cogidos in fraganti. Llegó la fecha y el ultimátum no se cumplió. No se paró de la mesa. No despachó a Cuba a los guerrilleros. Les permitió continuar con su “pedagogía” aunque esta vez, por si las moscas, sin presencia de los medios. Peor, premió a la guerrilla con un viaje de su hermano Enrique a La Habana y con una entrevista con el secretario de Estado de los EE. UU.
Pero el problema no es el incumplimiento del plazo. Todos lo esperábamos. Es lo que se constata del manejo del episodio:
a) La palabra presidencial está desvalorizada. No genera confianza entre la población y no produce ni respeto ni miedo entre la guerrilla. Santos acostumbra desdecirse y recular, una y otra vez. Como no cumple lo que dice y como sus advertencias no tienen consecuencias, muchos le consideran mentiroso y nadie le cree. Las “líneas rojas” del proceso se han violado tantas veces que no existen. Es el extremo de su principio moral: “solo los imbéciles no cambian de opinión cuando cambian las circunstancias”.
b) Santos erosiona la credibilidad y la capacidad de negociación de su equipo. El presidente se salta a sus negociadores cuando estos defienden con firmeza sus posiciones y las Farc se endurecen. Esta vez envió a Enrique, como antes lo hizo al menos un par de veces. Y en materia de justicia designó a Cepeda y Henao. Si se cierran a la banda, las Farc tienen la garantía de que Santos no solo no respaldará a su equipo sino que designará un tercero que transija.
c) El presidente no castiga a las Farc por sus errores: los premia. En este caso doblemente con las visitas de Enrique y de Kerry.
d) Santos concede a cambio de muy poco o de nada, en exceso y antes de tiempo. Por cuenta de eso se ha quedado sin mecanismos de presión: si primero suspendió los bombardeos y después toda acción militar contra las Farc, más adelante paró las fumigaciones. Después suspendió las extradiciones y pidió que se excluyera a la guerrilla de la lista de organizaciones terroristas. La lista sigue. Ahora es la entrevista con Kerry. No existe más el “coco” de los Estados Unidos. Ya no tiene con que presionar a la guerrilla.
e) El presidente se amarró a la mesa y las Farc lo saben. Está hipotecado. Toda su apuesta política está en La Habana. El resto de su gestión, con pocas excepciones puntuales, se mueve entre la mediocridad y el desastre. Y su reprobación en las encuestas lo deterioran más. Santos cree que solo tendrá algo de reconocimiento si firma la “paz”. La guerrilla, zorra astuta, lo explota. Sabe que nunca se parará, sin importar qué pase. Eso hace al presidente absolutamente débil en la mesa e incapaz de presionar con credibilidad.
En fin, el resultado de las reuniones de esta semana fue mucho menos bueno de lo que los medios oficialistas han mostrado. Kerry, que se reunión con las Farc “a petición del Gobierno colombiano”, constató que entre el Gobierno y la guerrilla aun hay distancias abismales en los puntos más sensibles: concentración, desmovilización, desarme, refrendación de los acuerdos. Entendió que su encuentro con las Farc, que exprimirán para lavar aun más su imagen, fue no solo prematuro sino inoportuno. Y se enojó. Así se lo hizo saber tanto a sus funcionarios, que pecaron de ingenuos al confiar en el Gobierno colombiano, como a De la Calle. De ahí sus declaraciones posteriores: “en este momento subsisten diferencias importantes con las Farc sobre temas de fondo”. Si era así, ¿por qué auspiciaron el encuentro con Kerry?
Agregó De la Calle que “no vamos a llegar a acuerdos de cualquier manera, el acuerdo tiene que ser un buen acuerdo”. Así debería ser. Pero el proceso va a cumplir seis años. Y se puede prolongar indefinidamente. Excepto que, claro, de nuevo Santos vuelva a ceder.
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