20.805 DÍAS EN LA OSCURIDAD
Fidel y Raúl Castro dejan un horroroso legado. Una profunda frustración en el sector de la sociedad que trabajó y creyó en un proyecto que ha dejado el país en ruinas
20,805 días en la oscuridad
Fidel y Raúl Castro dejan un horroroso legado. Una profunda frustración en el sector de la sociedad que trabajó y creyó en un proyecto que ha dejado el país en ruinas
Por Pedro Corzo
Enero 2 de 2016
Cinco décadas, un lustro, dos años e innumerables días, son lo que llevan Fidel y Raúl Castro explotando a Cuba y a los cubanos.
Un largo tiempo de pesar. Una vergüenza para cualquier pueblo. No honra a ninguna nación padecer una dictadura de un solo día, ni pensar la pena de cincuenta y siete años.
Una vergüenza que se acrecienta cuando se aprecia que restan cubano dentro y fuera de la isla que apoyan a un régimen dinástico en pleno Siglo XXI, le justifican y realizan todos los esfuerzos posibles para que sobreviva.
Los hermanos Castro consideraron que al triunfar la insurrección, la isla y sus habitantes, pasaban a ser una especie de botín de guerra que podían usufructuar a su antojo, lo que explica porque Fidel cuando se hartó de desgobernar el país, se lo entregó a Raúl como si fuera la finca Manacas que el padre de ambos tuvo en Birán.
Fidel Castro irrumpió en la vida pública a través del pandillerismo. Por sus estrechas relaciones con las cuadrillas más violentas que operaron en la Universidad de La Habana en la década del 40, aprendió como manipular el miedo y las ambiciones de los otros, como lo muestra el acierto que tuvo en la selección y manejo de los incondicionales que le sirvieron durante cuarenta y seis años.
Sin la subordinación absoluta de tantos secuaces, incluida la de su sucesor, no le hubiera sido posible conducir el país como un campamento, en el que siempre primó la voluntad y los intereses del caudillo y su horda.
Los días y noches del castrismo han sumido a los cubanos en una tiniebla toxica que ha corroído los valores ciudadanos, al extremo que el concepto de nación enfrenta una seria crisis existencial.
La propaganda del régimen que Cuba y los cubanos estaban en la cúspide del progreso, se transformó en un profundo sentimiento de frustración, cuando el individuo experimentó fracasos y constató mentiras.
La legalidad impuesta por los Castro favoreció la ejecución moral y física. Se fusiló en cementerios y en patios de las escuelas. Se implantó el terror.
Se militarizó la sociedad, al extremo de que la calificación de desertor se le asigna a quien abandone una delegación oficial, así sea un artista, deportista o médico. La intolerancia y la sumisión a las consignas fueron las nuevas normas. Se impuso un paradigma nacional que promovía el odio y el tableteo de las ametralladoras.
Decenas de miles fueron a prisión. Miles más partieron al exilio. La libertad intelectual desapareció. Se estableció un estricto control de los medios de información. Las religiones enclaustradas en sus templos. Una especie de nueva devoción impuso sus propias tradiciones, cultos, lutos y fiestas
El miedo y la conveniencia sustituyeron el concepto del derecho personal. Un amplio sector del país se condujo con feroz individualismo, mientras simulaba acatar el mandato del colectivismo.
El pudor se escabulló en la promiscuidad y la prostitución fue aceptada socialmente. La delación se convirtió en práctica social. Lo importante era resolver y sobrevivir, sin que importara lo que se entregaba en el empeño.
La corrupción- la más profunda y extendida que ha padecido el país- el abuso de poder de funcionarios civiles y militares y el cisma provocado por la intolerancia ideológica, han generado una lobreguez que promete un angustioso parto de futuro.
Fidel y Raúl Castro dejan un horroroso legado. Una profunda frustración en el sector de la sociedad que trabajó y creyó en un proyecto que ha dejado el país en ruinas, junto al sufrimiento de los que enfrentaron el sistema sin éxito, y la desesperanza que agobia a la mayoría ciudadana.
El futuro está amenazado y corroído por las enseñanzas y prácticas del totalitarismo. La crisis de civilidad está en las raíces de la nación. Las normas de convivencia, respeto a las discrepancias y hasta de urbanidad, fueron execradas por el gobierno, al extremo que han intentado infructuosamente restaurar lo que destruyeron.
Las secuelas de un sistema excluyente como el que han grabado los Castro a Cuba son perniciosas. Los civilistas de la isla tienen un gran trabajo por delante.
Cambiar el sistema no será fácil, quebrar los privilegios de la clase dirigente o lograr que hagan dejación de ellos será complicado, tal vez estéril, pero más arduo será laborar para que los ciudadanos adquieran conciencia de sus derechos y deberes, un empeño de titanes, si se considera que la mayoría de los cubanos nacieron bajo la sombra de los hermanos Castro.
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