LAS RELIGIONES EN CUBA SE FUERON A PRESIDIO
El miedo dejó de ser predio exclusivo del pensar y actuar político, para apoderarse también de la fe, del espíritu y la esperanza del ciudadano y la sociedad
Las religiones en Cuba se fueron a presidio
El miedo dejó de ser predio exclusivo del pensar y actuar político, para apoderarse también de la fe, del espíritu y la esperanza del ciudadano y la sociedad
Por Pedro Corzo
Diciembre 25 de 2015
La descristianización de Cuba fue parte de un plan magistral del castrismo que tenía como objetivo destruir los valores fundamentales de la nación cubana para poder establecer un régimen a su imagen y semejanza, ilusión magna de cualquier caudillo mesiánico.
Las primeras víctimas de la agresión a las religiones fueron las iglesias, sacerdotes y creyentes, pero el objetivo era el pueblo, quebrar sus bases morales y éticas para imponer un nuevo pacto social con un solo acreedor, el gobierno, encarnado por Fidel Castro.
La nueva religión, la revolución, tenía que ser acatada con devoción ciega. El naciente Dios, Fidel, era omnipresente y omnisapiente. Todo lo podía y conocía. Sus bendiciones eran rápidas y concretas, pero su furia vengadora se mostraba implacable cuando los mandatos no eran acatados.
Las religiones y sus cultos fueron execrados. Las fiestas religiosas abolidas, en particular aquellas que el pueblo había incorporado a su consciente colectivo, como la Semana Santa y las Navidades.
La Semana Santa fue transformada en la Semana de Girón. El faraón en una de sus habituales diatribas determinó que fuera una semana proletaria, de trabajo, sin feriados y expresó, 1965, ” la haremos coincidir con esa fecha tradicional de la Semana Santa, así que cambiara de fecha según las disposiciones del Santo Padre de Roma”.
Las Navidades eran otro enemigo clave del proyecto. En otra perorata, diciembre de 1969, dispuso que terminaran esas fiestas porque afectaba la economía nacional, el mismo pretexto usado para la ya desaparecida Semana Santa.
Celebrarlas no era políticamente correcto. No había sanción expresa para quien lo hiciera, pero el individuo y su familia incurrían en el pecado de herejía al no respetar un fundamento de la secta en el poder. Siempre hubo personas que las respetaron y honraron, pero fue una honorable minoría, la población mayoritariamente se sumó a la multitud que “no quería buscarse problemas”.
En la década del 60 las Navidades y la Semana Santa fueron expulsadas del calendario oficial. El miedo dejó de ser predio exclusivo del pensar y actuar político, para apoderarse también de la fe, del espíritu y la esperanza del ciudadano y la sociedad.
Solo las mujeres y hombres libres encarcelados observaban sin temor los fundamentos de su fe. Celebraban por igual la Semana Santa y la Navidad. Cumplían con fervor las tradiciones religiosas, incluida el Día de la Caridad del Cobre.
En presidio las fechas religiosas eran observadas por los creyentes, la minoría de prisioneros sin convicciones religiosas admiraban la dedicación de aquellas personas que bajo una represión continua y una miseria material extrema, se procuraban los recursos necesarios para cumplir la liturgia de cada fecha.
Ángel de Fana, inspirador de este trabajo recuerda que tanto católicos como evangélicos siempre observaron las fechas religiosas. Señala que estas labores eran fundamentalmente organizadas, entre otras, por entidades como la Juventud Obrera Católica y la Acción Católica Universitaria, pero que las actividades religiosas cobraron una mayor relevancia cuando arribó a presidio el padre Miguel Ángel Loredo porque este trajo consigo una visión ecuménica, consecuencia del Concilio Vaticano II. Recuerda que se hacían misas cuando entre los presos había un sacerdote y de no ser, así se realizaba una paraliturgia.
Ana María Rojas, fue una de las presas que en Guanajay y en otras cárceles de mujeres conmemoraban las fechas santas, aunque la represión de los carceleros era una amenaza contante de la que había que protegerse. Entre todas conseguían objetos útiles para las ceremonias y destaca que Polita Grau organizaba el coro de las reclusas. Dice con fervor que lo que primaba en aquellas actividades era la fe, el amor y la perseverancia y que en su momento todos esos sentimientos traerán la libertad a los cubanos.
Alejandro Moreno Maya, “Mayita”, otro de los organizadores, cuenta que en los diferentes presidios durante meses se recababan objetos para las celebraciones, que tenían que esconderlos de las requisas y que en muchas ocasiones las cosas que habían conseguido con grandes esfuerzos les eran decomisadas, y destruidas las imágenes o atributos religiosos que con tanto esfuerzo habían elaborado, pero que esas acciones represivas no los desanimaban y todos volvían con mayor fe y entusiasmo a trabajar para conmemorar las fechas religiosas.
En el exilio se conserva la tradición. Muchos de aquellos prisioneros políticos -siempre con nuevas ausencias- entonan cada año en Navidad, los canticos que durante su juventud interpretaban en las prisiones. Se reúnen en diferentes casas, armonizan villancicos, honran la fecha, y evocan los duros tiempos del presidio político con orgullo y amor, porque el compromiso con su fe, y con Cuba, habrá de inspirarles hasta el último aliento.
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