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Esa paz ya no le pertenece al presidente Santos sino a esa colectividad política, que previendo que la negociación va a salir avante contra viento y marea, la toma para si como mercancía electoral para venderla en la próxima campaña presidencial
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Esa paz ya no le pertenece al presidente Santos sino a esa colectividad política, que previendo que la negociación va a salir avante contra viento y marea, la toma para si como mercancía electoral para venderla en la próxima campaña presidencial
Por Horacio Puerta Cálad
Mayo 18 de 2016
Los delegados que el presidente Juan Manuel Santos tiene en La Habana, negociando hace casi cuatro años un acuerdo de paz con el grupo narco terrorista y marxista de las Farc, firmaron el documento: Mecanismo de estabilidad jurídica al acuerdo final de paz, con el cual cerraron un punto polémico de la agenda acordada.
Pero, igual a como ocurrió con los acuerdos ya firmados, este último también despertó intranquilidad no solo en el amplio circulo de colombianos que ven en los acuerdos de La Habana un triunfo de las Farc, sino también en avezados juristas por las argucias que en materia de normas internacionales y nacionales se están haciendo para blindar el acuerdo con el grupo terrorista.
Aparte de las complejidades constitucionales y legales que tiene ese punto acordado, para ser llevado al articulado de la Carta Política del país según es el deseo del Gobierno y de las Farc, lo que llama la atención es que no contribuyó a disminuir las prevenciones sobre lo que se está cocinando en La Habana, sino a todo lo contrario.
El mejor indicador de las dudas fundadas que genera el negocio del acuerdo de paz, es la forma como este pierde favorabilidad cada que un punto acordado es comunicado a la opinión pública, sin que el presidente Santos haya sabido leer he interpretar ese mensaje de rechazo, para dar una respuesta satisfactoria.
En cambio, si sabe dar respuestas de tono sectario a quienes hacen las observaciones sobre el “como” de la negociación, que no a la paz, que es la que todos los colombianos quieren.
Por no haber sido el proyecto de paz del presidente Santos una política verdadera de Estado, habiendo convocando a todos los estamentos de la vida nacional para comprometido con él, prefirió en cambio en un conciliábulo de familia concebirlo y diseñarlo con su hermano Enrique, por lo que casi finiquitado ya el acurdo, se escuchan voces llamando a quienes hacen reparos para que los discutan en la mesa de La Habana, cuando lo que han hecho desde que arrancó el negocio es precisamente que sus puntos de vista sean considerados, para los que solo han habido oídos sordos.
Es por eso el desespero del gobierno y su bancada en abrir todo tipo de portillos para llegar hasta lo más profundo del pueblo colombiano para convencerlo de las bondades del acuerdo, pero que por no haber abierto esa convocatoria para que todos en democracia opinaran lo que consideraban se debía o no discutir en la mesa de conversaciones sin que después pudieran ser señalados de guerreristas y enemigos de la paz; es por lo que este acuerdo va dejando ya un profundo sabor amargo en un amplio sector de la sociedad colombiana, y un dulce sabor de triunfo en el grupo narco terrorista y marxista de las Farc.
Como colofón de este proceso tenemos que la Paz tiene ahora el color rojo del Partido Liberal según las expresiones de los dirigentes de esta colectividad en su Congreso del pasado 16 de mayo en Bogotá, a quien el resto de los colombianos les va a quedar debiendo el favor.
Esa paz ya no le pertenece al presidente Santos sino a esa colectividad política, que previendo que la negociación va a salir avante contra viento y marea, la toma para si como mercancía electoral para venderla en la próxima campaña presidencial, para lo cual lanza también la estrambótica idea de que a los jóvenes entre los 14 y los 18 años se les permita votar en el plebiscito, de manera simbólica, por la paz.
Todo eso indica que el gobierno no estuvo nunca interesado en conocer lo que pensaban los colombianos sobre los puntos del acuerdo antes de estos ser sustancia del documento de partes, y cuando abrió la puerta de un referendo para que los colombianos a posteriori se pronunciaran sobre cada uno de los puntos acordados, la cerró de un portazo cuando vio que los primeros acuerdos no gozaban de una significativa favorabilidad.
En su remplazo, el presidente Santos abrió el estrecho postigo de un plebiscito amañado una vez su bancada en el Congreso rebajó el umbral del 51% del censo electoral a un 13%, en donde el ciudadano votante solo va a tener la opción de un voto en bulto, entre un SI o un NO, como en un remedo de cara o sello, de tahúr de esquina.
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