FEDEGÁN, 54 AÑOS LUCHANDO POR LA DEMOCRACIA
El comunismo internacional creyó que ya era el momento para instaurar el bolcheviquismo en nuestro país y para ello detonaron la violencia que bañó de sangre los campos de Colombia. Pero ya Fedegán estaba en la mente de José Vicente Lafaurie, y esa sería la respuesta a las expropiaciones, abusos y violencia con las que, desde los sectores del gobierno de Carlos Lleras Restrepo, amanuense de las FARC, se pretendía someter a nuestro país
Fedegán, 54 años luchando por la democracia
El comunismo internacional creyó que ya era el momento para instaurar el bolcheviquismo en nuestro país y para ello detonaron la violencia que bañó de sangre los campos de Colombia. Pero ya Fedegán estaba en la mente de José Vicente Lafaurie, y esa sería la respuesta a las expropiaciones, abusos y violencia con las que, desde los sectores del gobierno “progresista” de Carlos Lleras Restrepo, amanuense de las FARC, se pretendía someter a nuestro país
Por Ricardo Puentes Melo
Junio 12 de 2017
@ricardopuentesm
ricardopuentes@periodismosinfronteras.com
Jamás le ha gustado a José Félix Lafaurie que se le alabe mucho. Ni a él ni a su padre. Pero a cada señor cada honor. Los Lafaurie y, especialmente, FEDEGAN, han estado históricamente comprometidos con la defensa de la democracia en Colombia, han sido víctimas de las pretensiones comunistas, pero también han sido talanquera al expansionismo de esa ideología criminal.
Muchas personas se han hecho la misma pregunta: ¿De dónde surge esa férrea oposición de Fedegán a las propuestas agrarias de las FARC? Los izquierdistas riegan como pólvora la fábula de que los ganaderos son asesinos paramilitares que buscan cómo apropiarse de la tierra de los vecinos pobres, y que por eso los marxistas luchan contra los ganaderos. Cuando la verdad es que un ganadero ya lo es si es poseedor de una vaca. En Colombia hay cerca de 500.000 ganaderos, de los cuales el 82% se considera un pequeño productor (con entre 1 y 50 animales). El 18% restante comprende al 16% de medianos productores (entre 51 y 250 animales), y solo el 2% es un gran productor, con más de 250 cabezas de ganado.
Si se comparan nuestros estándares con la media internacional, puede asegurarse que Colombia es un país de pequeños productores ganaderos. Para entenderlo, hay que saber que en un país como Estados Unidos, el hato promedio tiene más de 300 animales, y hablar allí de “ganaderos” con 50 animales es algo realmente ridículo. Pero en Colombia los propagandistas marxistas han satanizado como “oligarcas multimillonarios y terratenientes” a ese 82% de los campesinos que tienen menos de 50 cabezas de ganado.
Las vidas de José Vicente Lafaurie y su hijo José Félix han estado vinculadas a Fedegán desde siempre; José Vicente Lafaurie fundó la Federación Nacional de Ganaderos como respuesta a la reforma agraria del entonces presidente Carlos Lleras Restrepo quien creó la Ley 135 originando una serie de expropiaciones, caos social, una violencia inusitada que se extendió por el país como consecuencia de esas medidas arbitrarias que no eran otra cosa que un esfuerzo por hacer lo que hoy el gobierno de Juan Manuel Santos está empecinado en lograr, esto es, entregar el país en manos del terrorismo.
Fedegán surge como respuesta a ese intento. Nace para defender la propiedad privada de los colombianos partiendo de la defensa de las tierras y los derechos de los primeros afectados, los ganaderos.
José Vicente Lafaurie fue un personaje muy singular. Parecía haber nacido en el tiempo equivocado, era casi anacrónico. Procedente de una familia con cierto grado de reconocimiento y prestigio, se graduó de agronomía en la Universidad Nacional y viajó en 1947 a Estados Unidos a realizar su PhD en la prestigiosa Cornell University, de donde regresó al país para fundar el Departamento de Suelos del Instituto Agustín Codazzi.
Siendo hijo del General conservador en la Guerra de los Mil Días, el guajiro Antonio Galo Lafaurie Celedón, quien falleció a comienzos de los años 30 debido a una inyección, José Vicente estuvo siempre ligado a las ideas del Partido de Caro y Cuervo.
Varias veces se le escuchó a José Vicente narrar los horrores que su padre le contaba sobre la Guerra de los Mil Días y los sucesos que se desencadenarían luego para transformar profundamente a esa sociedad hasta entonces romántica y anclada en el tiempo. La Guajira, por su cercanía a Venezuela, era el tamiz por donde se filtraba el perenne peligro de que los golpes de Estado del hermano país contaminaran la mente de nuestros militares, cosa que jamás sucedió.
Por otro lado, y al contrario de lo que asegura cierta historiografía, desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX no existía esa feroz rivalidad entre los dirigentes conservadores y liberales sino que, al contrario, había un fuerte consenso en materias económicas. Tanto así que esa cooperación se incrementó con las exportaciones de café que convirtieron a Colombia en 1910 en el segundo productor mundial del grano, sobrepasando a Venezuela. Este éxito empresarial agrícola fue suficiente para aplastar de plano los intentos de algunos saboteadores que no veían con buenos ojos los acuerdos bipartidistas de Reyes y Restrepo.
Después de la Guerra de los Mil Días el país reforzó su propósito de incentivar la empresa privada, sin distingos de ideologías. Lo único que pedían los líderes y empresarios conservadores era que se aunaran esfuerzos para imprimir fortaleza al desarrollo del país. Las alianzas comerciales y las sociedades empresariales permitían que los liberales participaran ampliamente de la distribución. A medida que pasaban los años se disminuía el riesgo de una guerra o de una dictadura como la de Juan Vicente Gómez en Venezuela. El país iba por buen camino.
Siendo José Vicente Lafaurie nieto de inmigrantes franceses, heredó -y así mismo traspasó a sus descendientes, el centenario amor por las libertades civiles. No bien terminó la Guerra de los Mil Días, el país, dirigido por los conservadores entendió que el objetivo primordial era impulsar el sector privado y que el Estado solamente debía intervenir selectivamente para facilitar el proceso de cambio económico removiendo las barreras institucionales, fomentando las exportaciones, apoyando infraestructuralmente los sectores de mayor crecimiento, y corriendo riesgos o haciendo grandes inversiones donde el sector privado era incapaz de hacerlo. Igualmente, era el Estado el que se encargaba de gestionar los grandes recursos financieros internacionales cuando era necesario.
En esos años 20 tampoco había lo que se conoce como “anti-imperialismo” norteamericano. Estados Unidos ejercía una cooperación grande con muchas naciones del hemisferio y a los comunistas, ya arraigados en Latinoamérica, no les quedaba fácil alimentar el odio contra el país del norte. No había motivo alguno. Ni siquiera el episodio de Panamá desató antipatías contra los norteamericanos.
Sin riesgo de equivocarnos, se puede afirmar que el único poder que insistía rabiosamente en el aborrecimiento de Estados Unidos era la prensa liberal, ya simpatizante y aliada del comunismo. El Tiempo desató una campaña feroz contra ese país, argumentando que las compañías internacionales pretendían incendiar a Colombia mediante una poderosa inversión que, decía El Tiempo, quebraría a las empresas nacionales. Aseguraba también este diario que contratar a Edwin Kemmerer -asesor norteamericano ante el gobierno colombiano- significaría el incremento del ‘intervencionismo’ estadounidense. Al mismo tiempo, el director del periódico, Eduardo Santos Montejo, diseñó y emprendió una campaña contra la política petrolera del gobierno de Abadía Méndez, que estaba entregando las concesiones de explotación del crudo. Santos aprovechó la invasión norteamericana a Nicaragua para crear los fantasmas del miedo de que esto sucedería en Colombia.
Eduardo Santos se valió de los favores su amigo José Antonio Montalvo, ministro de Industria, quien, siendo admirador de las nacionalizaciones emprendidas en México, soltó la propuesta de crear una compañía nacional de petróleo.
El país seguía siendo eminentemente agrícola. Y nadie ha contado que fueron los dirigentes conservadores los que ya desde los años veinte proponían la alternativa de distribuir la propiedad rural, hacerla accesible a los más pobres para, así, ponerle acelerador al desarrollo del campo. Ya se vislumbraban reformas agrarias. Aunque no a la manera que lo haría Carlos Lleras Restrepo, decenios más adelante.
Para rabia de la prensa liberal, el crecimiento de la inversión extranjera no trajo una invasión norteamericana, sino un gran desarrollo para el país. Más de doscientos millones de dólares que entraron en la segunda mitad de la década del veinte permitió que Colombia se caracterizara, entre 1925 y 1929, por un acelerado desarrollo que trajo bienestar a la nación.
La crisis mundial de los años treinta afectó al país, pero, naturalmente, el sector agrícola no se vio muy afectado. El empleo industrial y en obras públicas descendió y eso llevó a que las personas regresaran al campo. Frenadas las importaciones agrícolas, el agro empezó a producir más porque contaba con mayor mano de obra.
Sin embargo, esto trajo dos problemas. El primero es que los que retornaban al campo eran antiguos peones que habían viajado a los centros urbanos a trabajar. Allí fueron contagiados por los movimientos obreros, ya penetrados por el comunismo, y las justas exigencias que hacían para mejores condiciones laborales en el campo pasaron a segundo plano empezando a difundir la doctrina marxista de que el mundo se divide entre explotados y explotadores.
Hay que decir también, que los dirigentes de los partidos Conservador y Liberal, contribuyeron grandemente al descontento popular durante la crisis. Alguien vaticinó que habría una bonanza petrolera a finales de los veintes, así que los directores de los partidos se abalanzaron en las administraciones departamentales para tener el control de los grandes caudales de dinero que llegarían. Se creía que tendríamos una superproducción petrolera igual a la venezolana.
Pero eso no sucedió. En cambio, el Congreso inició un debate contra el gobierno conservador de Miguel Abadía Méndez, quien, al sentirse presionado, comenzó a repartir contratos entre los opositores y los seguidores.
Viviendo la familia Lafaurie en la provincia, en el Caribe, ellos estaban muy de cerca los sucesos de 1928 con la huelga bananera de la United Fruit. Esto acabó de golpear a Abadía Méndez. Jorge Eliécer Gaitán, liberal, hizo un debate aplastante debido a la represión militar de la huelga.
Al tiempo de esta huelga bananera, el comunismo ya pisaba muy duro en Colombia. Sabiendo que un Ejército fuerte era una talanquera para sus pretensiones, encontró la manera perfecta para desprestigiar la institución, que por esos días comenzaba a recuperar la influencia política que había perdido desde la caída del gran gobierno de Rafael Reyes.
Los comunistas estaban aglutinados en el Partido Revolucionario Socialista, y aprovechando la mencionada campaña de desprestigio que montaron mancomunadamente con Eduardo Santos, culpaban al Partido Conservador de querer entregar el país a los Estados Unidos y acusaban a ciertos líderes liberales no aliados de esas ideas, de ser inútiles para capitalizar el descontento popular y aglutinar la rebeldía para tomarse el poder.
El General y abogado Ignacio Rengifo era el Ministro de Guerra de Abadía Méndez y comenzaba a ganar muchísimo prestigio gracias a sus fuertes convicciones en contra del comunismo, al cual acusaba de apoderarse de haber infiltrado sindicatos y asociaciones de campesinos e indígenas en el país. Conocedor de los planes del comunismo internacional para desestabilizar el país y apoderarse de éste gracias a su privilegiada posición geopolítica, fue enfático y reiterativo en advertir al país sobre el enorme peligro que se cernía sobre Colombia, Rengifo avisó sobre una terrible ola de violencia que la Internacional Comunista planeaba sobre el país. Pero la prensa liberal no le creyó. El Tiempo se burló de él, al igual que los lectores de ese diario.
Por supuesto, los dirigentes comunistas y la prensa liberal sabían que los temores del General Rengifo tenían sustento. Así que, para frenar las pretensiones del Ministro, acerca de aumentar el número de efectivos del ejército, lo acusaron de aprovechar su cargo para buscar poder político. Y como en ese momento estaban llegando al país refugiados venezolanos que informaban sobre los desmanes violentos del dictador José Vicente Gómez, no les quedó difícil iniciar su campaña de desprestigio desde las páginas de El Tiempo y El Espectador comparando al General Rengifo con el militar y tirano venezolano.
La oportunidad de oro para los conspiradores llegó con una trampa que le montaron a Rengifo. En el cenit de la conspiración y de reiterativos editoriales en contra del General y Ministro, ocurrió la huelga bananera que, estando manipulada por el comunismo, instaron a los humildes trabajadores a generar acciones sumamente violentas que obligaron a que el Ejército reaccionara. El desacertado manejo militar de la huelga ocasiono la muerte de siete empleados. Y, como buitres, los confabuladores derramaron ríos de tinta en las páginas de los periódicos aliados del comunismo y sobredimensionaron la tragedia afirmando mentirosamente que los muertos habían llegado a la cifra de 1.000. Incluso nuestro Nobel Gabriel García Márquez narró muchas veces este episodio exagerando macondianamente la cifra de siete muertos para convertirlos en montañas de cadáveres.
El Tiempo y El Espectador no cabían de la dicha. En esa época la opinión pública era mucho más fácilmente engañada, y los siete desafortunados se convirtieron como por arte de magia en una espantosa masacre donde los militares habían hecho gala de un sadismo sin igual. Obviamente, los hechos narrados mentirosamente por la prensa ocasionaron una indignación total en Bogotá. Un grupo de estudiantes encolerizados, y también buscando ganancia política, organizaron una protesta callejera. La manifestación se salió de control y la policía disparó contra la multitud hiriendo de muerte el estudiante Gonzalo Bravo Páez, hijo de un pastuso, un empresario riquísimo que también era amigo personal del presidente Abadía.
Como el joven estudiante pertenecía a la élite, los miembros del Gun Club organizaron un ultimátum contra el presidente Abadía Méndez. Éste se asustó muchísimo porque algo similar se había organizado para tumbar, con éxito, al General Reyes, así que retiró al Ejército y la Policía de las calles de Bogotá.
Los poderosos miembros del Gun Club de entonces, manejados como marionetas por el comunismo internacional, solicitaron que retirara de inmediato al enemigo número uno de los intereses marxistas: El General Ignacio Rengifo.
Rengifo, acusado también por Jorge Eliécer Gaitán de ser un genocida, fue destituido de inmediato. Ahí el Ministerio de Defensa pasó a manos de un civil, que aprovechó para reducir el gasto militar y el presupuesto de defensa a escala ínfima.
Es impresionante la manera como el comunismo actúa siempre siguiendo el mismo modus operandi.
Al igual que ahora, los enemigos de la democracia han tenido sus sirvientes en las clases dirigentes.
En diciembre 13 de 1929, ya decididos a tomarse el poder, se reunieron en las oficinas de El Tiempo, ilustres miembros amigos del socialismo. Allí se encontraban Eduardo Santos, Gabriel Turbay, Francisco José Chaux, Roberto Botero Saldarriaga, Luis Cano, Luis E. Nieto Caballero. Gabriel Turbay iba en representación de un grupo de académicos de la Universidad Externado que desde las aulas del claustro habían firmado y divulgado un manifiesto de adhesión al Partido Comunista, ideología que ya contaba con muchos seguidores en el Partido Liberal. Fue en esa reunión que escogieron al boyacense Enrique Olaya Herrera como su candidato.
Con el desprestigio del Partido Conservador, la persecución a los militares y la maquinaria propagandística de El Tiempo y El Espectador, las condiciones estaban dadas para que el Partido Liberal llegara al poder. Los comunistas prometieron apoyar esa candidatura siempre y cuando el liberalismo, una vez llegara al poder, les otorgara personería jurídica, contratos y burocracia.
Al otro día de la reunión, el 14 de diciembre de 1929, El Tiempo y El Espectador les imponen a los colombianos el nombre de Olaya Herrera como salvador de la patria.
La coalición de movimientos socialistas con el Partido Liberal, ya infecto por el bolcheviquismo y condicionado por las ideas de Haya de la Torre, lograron subir al poder a Enrique Olaya Herrera terminando más de 40 años de hegemonía conservadora, y llega al poder en 1930 apoyado por estos movimientos comunistas que, seguros ya del triunfo de Olaya, salieron del anonimato y fundaron el Partido Comunista Colombiano el julio 17 de 1930, a escasas dos semanas de que Olaya se posesionara.
Luego vino la Guerra con el Perú, la traición de Olaya a nuestras Fuerzas Militares que, ganando la guerra, vieron impávidos como el gobierno de Olaya delegaba a Alfonso López Pumarejo para firmar un Acuerdo con Perú que era lesivo para Colombia, entregando enormes cantidades de territorio nacional al vecino país, ya casi derrotado por nuestra Fuerza Aérea.
Antonio Galo Lafaurie murió en esos años, a comienzos de los treinta. Después llegó el gobierno de Alfonso López Pumarejo, que ganó en otro fraude orquestado por Olaya y sus amigos del Partido Comunista, en lo que llamaron “Concentración Nacional”, a lo que se sumaron algunos traidores del Partido Conservador que ordenaron abstención total a los militantes, permitiendo el triunfo de López Pumarejo.
Durante la segunda presidencia de López Pumarejo, renuncia y asume Alberto Lleras Camargo. El partido liberal se divide para las nuevas elecciones con dos candidatos liberales fuertes: Gabriel Turbay, enemigo del ejército y de la propiedad privada, de quien hablamos ya, y Jorge Eliécer Gaitán. Y acá los celos y las pugnas internas hacen que la estrategia se les revierta. Debido a esta división, el Partido Conservador gana de nuevo la presidencia, en manos de Mariano Ospina Pérez.
Y llega 1948. Lo que más quería Jorge Eliécer Gaitán era ser presidente, así que, con amplio respaldo popular, hizo alianzas con el Partido Comunista. El plan era muy simple: sabotear la IX Conferencia Panamericana para que el pueblo se aglutinara alrededor de Gaitán y se alisara su camino a la presidencia.
Sin embargo, Gaitán descubrió que las intenciones del comunismo eran generar caos y muerte en Bogotá, y quiso hacerse a un lado. Les manifestó que no participaría en esa hecatombe. Lamentablemente para él, no había camino de arrepentimiento.
El partido Comunista vio una oportunidad única. Podría generar una violencia aún más sangrienta cumpliendo un doble propósito: el saboteo a la IX Conferencia panamericana, y el ajusticiamiento de Jorge Eliécer Gaitán. Y para ello Fidel Castro viaja a Colombia. Es el encargado de desatar el derramamiento de sangre que desde entonces sufrimos.
Así que José Vicente Lafaurie, en esos años, estaba en Estados Unidos estudiando su PhD. Habiendo nacido en 1913, tenía una madurez política y mental que le permitió entender el enorme peligro que estaba cubriendo al país desde los años treinta, y que avanzaba inexorablemente para tragedia de los colombianos.
Como líder social y preocupado por los problemas del país, durante el gobierno de Laureano Gómez, quien fuera su gran amigo, José Vicente Lafaurie tuvo un ministerio sin cartera, recorriendo el país y haciendo estudios de suelos en Tolima, Valle del Cauca y otras zonas del país, y promoviendo el desarrollo de la Costa Caribe. Él sabía perfectamente que Colombia se estaba jugando su desarrollo porque el sector agrario estaba sumamente descuidado y atrasado en esos años.
Laureano Gómez, ingeniero, como Lafaurie, fue presidente de Colombia entre agosto de 1950 y noviembre de 1951, fecha en la cual entrega el poder a Roberto Urdaneta Arbeláez, por problemas de salud. Gómez decide regresar a la presidencia pero es ahí cuando ocurre el golpe de Estado de Gustavo Rojas Pinilla.
Por ello, José Vicente Lafaurie decide apartarse de toda relación con la dictadura y continúa con sus negocios, entre los cuales estaba el de algodón, sector en el que él fue pionero. Viaja a Europa muchas veces, cuando viajar no era tan sencillo como ahora y, en uno de esos viajes conoce a en Sevilla, España, a quien sería su esposa y madre de José Félix Lafaurie, el actual presidente de Fedegán; se casan en 1955 y deciden vivir en Colombia.
Cuando regresa la democracia al país, José Vicente Lafaurie se lanza como candidato al Senado, y sale elegido por el Magdalena Grande, en 1958. Fue un laureanista total.
Cuando José Vicente Lafaurie llega al Congreso, es el principal contendor de Carlos Lleras Restrepo y su Reforma Agraria. Esto es vital porque de acá parten dos asuntos muy importantes: La postura histórica de Fedegán frente a los temas de la tierra y de la Reforma Agraria.
De acá se puede entender el compromiso de Fedegán con la Colombia rural, porque lo que se negoció en La Habana en este gobierno de Juan Manuel Santos, no son tanto las políticas económicas como la política y el desarrollo rural.
La postura de Fedegán respecto a la tierra y la Reforma Agraria es, por tanto, su razón de ser. Y por ello debe ser, lo repetimos, una sola e histórica posición.
Cuando llega José Vicente Lafaurie al Congreso se vivía por toda Latinoamérica una ola de movimientos comunistas que fortalecieron los sueños del Partido Comunista colombiano para tomar el poder. Ellos creyeron que ya estaban listos para instaurar el bolcheviquismo en nuestro país y para ello detonaron la violencia que bañó de sangre los campos de Colombia.
Pero ya Fedegán estaba en la mente de José Vicente Lafaurie, y esa sería la respuesta a las expropiaciones, abusos y violencia con las que, desde los sectores del gobierno “progresista” de Carlos Lleras Restrepo, amanuense de las FARC, se pretendía someter a nuestro país.
Por ello, y varias cosas más, es que Fedegán y sus afiliados han llegado a ser objetivo militar de las narcoguerrillas marxistas que hoy tienen como su principal aliado y promotor a nadie menos que Juan Manuel Santos, el sobrino-nieto de Eduardo Santos, pionero en traicionar a la patria.
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