LA CIUDAD SE RE-CREA
La guerrilla terrorista del M-19 -creación de las FARC y el Cartel de Medellín- azotó a Bogotá como nunca antes, mientras Enrique Santos, uno de los fundadores de la banda, usaba el diario El Tiempo, de propiedad de su familia, para hacerle publicidad al terrorismo
La ciudad se re-crea
Historia de Bogotá. Parte 6
Por Ricardo Puentes Melo
Enero 07 de 2014
El panorama de la política colombiana se encontraba afectado por la violencia promovida y patrocinada por el partido comunista y algunas facciones de los partidos políticos tradicionales que entraron en el juego perverso de los izquierdistas que pretendían –aún lo hacen- tomarse el poder a cualquier costo. Ese 9 de abril de 1948, luego de que Gaitán fuera asesinado por un grupo de sicarios cubanos encabezados por Fidel Castro, las gentes enardecidas y alentadas por los agitadores profesionales contratados por el bolcheviquismo, dirigieron su ira contra los objetivos políticos, edificios públicos, estaciones de policía, periódicos y emisoras de radio.
Se inició el saqueo general de las ferreterías, donde se armaron de picos, palas y machetes. Los agentes cubanos ya estaban listos para entregar armas de fuego a muchas personas y, tan pronto Gaitán cae herido de muerte, arman la chusma que de inmediato se dirige a asaltar el Palacio presidencial. Sólo hasta el 15 de abril se pudo reprimir el desorden, pero el daño ya estaba hecho: Los 136 edificios todavía humeantes daban testimonio de que la ciudad había perdido en el conflicto. Los terribles acontecimientos de ese día fueron los parteros de una nueva época en la ciudad pues, como consecuencia de la violencia, los conceptos urbanísticos cambiaron y el espacio capitalino dejó de ser un centro de habitación para convertirse primordialmente en un lugar de servicios públicos y privados donde la inseguridad, la violencia y el miedo fueron los amos.
Atrás quedaron los tranvías y los hombres correctamente vestidos que se quejaban si los taxistas no les abrían la puerta para apearse del vehículo; los dóciles lustrabotas y los sencillos paisanos que arreaban mulas por las calles se unieron al grupo social que el comunismo hizo explotar ese 9 de abril. Los policías y las sirvientas dejaron de retratarse en los parques, y las señoras se negaron a seguir paseando por la Séptima. Como consecuencia de la horda de violencia, grandes marejadas de inmigrantes –más de 350.000 personas en menos de 10 años- llegaron a la ciudad y se instalaron en su casco periférico lo cual obligó a la Administración Distrital a crear en 1948 en Plan regulador de Bogotá.
Poco después se contrata al célebre arquitecto Le Corbusier con el fin de que diseñara un plan urbanístico, y aunque él propuso soluciones y recomendaciones teniendo en cuenta las características paisajísticas de Bogotá, las ejecutorias de las obras resultaron bien diferentes de lo inicialmente planeado, lo que conduce a que persista el crecimiento desordenado.
Los años sesentas llegaron con la noticia de que Bogotá se acercaba al millón de habitantes y que en su periferia las barriadas estaban creciendo en una forma tan desmesurada que la capital tendría problemas para suministrar vivienda y servicios a los marginados. Pero Bogotá asumió el reto y respondió con soluciones tan espectaculares como la construcción de Ciudad Kennedy en menos de cinco años. Los vientos de protestas juveniles que azotaban al mundo entero llegaron a la ciudad apoderándose de ella con revueltas en la Universidad Nacional y conciertos de rock en el parque Olaya Herrera o el Estadio de fútbol con grupos como Grand Funk, Canned Head y algunas bandas colombianas como The Speakers, Génesis y The Flippers, grupos que ganaban adeptos día a día entre los jóvenes de clases media y alta reencauchando canciones de The Beatles o experimentando con composiciones en las que se mezclaban ritmos modernos con instrumentos autóctonos.
La moda hippie se extendió como una plaga y los padres se enfrentaron con sus hijos porque estos fumaban marihuana, usaban ropa extravagante, practicaban el amor libre y se afiliaban a movimientos subversivos de corte castrista. Los años sesentas y setentas fueron una época de vértigo y un malentendido idealismo en el cual los jóvenes tenían que decidirse entre enrolarse en la guerrilla comunista o ser parte del “sistema capitalista” cuyo ‘inminente’ derrumbe era constantemente anunciado en los mítines de la JUCO (Juventud Comunista) y desmentido a través de comerciales de bebidas y electrodomésticos que se anunciaban por la televisión en blanco y negro con las imágenes y voces de las hermanitas Singer, Harold y Mariluz.
Mientras los sesentas fueron los años del Club del Clan, del cura guerrillero Camilo Torres y de los chicos Go-Go que gozaban escuchando Radio 15 mientras mascaban chicle, los setentas y ochentas se destacaron por la influencia cultural norteamericana que era constantemente atacada por los jóvenes pro soviéticos, en un proceso evidente que aún continúa en lo que José María Vergara y Vergara llamo Las tres tazas. Del chocolate a la española del siglo XVII se había llegado a la Coca Cola, pasando por el café afrancesado y el té a la inglesa.
Los ochentas también vivieron una de las peores épocas de horror que se hayan conocido. La guerrilla terrorista urbana del M-19
–creación de las FARC y el Cartel de Medellín- azotó a Bogotá como nunca antes, mientras Enrique Santos, uno de los fundadores de la banda, usaba el diario El Tiempo, de propiedad de su familia, para hacerle publicidad y mostrar a los asesinos como si fueran jóvenes soñadores que luchaban por un mundo mejor. En 1985 los asesinos del M-19 asaltan el Palacio de Justica y son derrotados por el Ejército Nacional en una acción valerosa y contundente que jamás fue olvidada por los bandoleros. Cuando los homicidas llegaron al poder, pocos años después, iniciaron una campaña de venganza que hoy tiene tras las rejas injustamente, con procesos montados y falsos testigos, a los héroes de esa y otras jornadas.
Los noventas se anunciaron con un inusitado crecimiento poblacional que superó los cuatro millones de habitantes; un crecimiento que a pesar de las nuevas influencias culturales, no le hizo perder a Bogotá su liderazgo como centro administrativo, político y cultural del país. Bogotá continúa siendo la capital del ingenio, las buenas maneras, la preocupación por el lenguaje y la tradición humanística que la hizo sobresalir en el mundo. De la época en que fue llamada la Atenas Suramericana todavía dan testimonio sus bibliotecas, teatros.. sus viejos bogotanos todavía acuden a las tertulias en los destartalados cafés de rancio aroma piedracelista. Incluso con sus cartoneros, gamines, prostitutas y zorreros, Bogotá no ha perdido el espíritu civilista que la hace todavía atractiva y diferente a otras ciudades americanas. Ni siquiera los más de 12 años en que ha sido gobernada por los antiguos guerrilleros del M-19, han podido destruirla.
En el barrio La Candelaria se cuenta que de cuando en vez aparece el fantasma de un cacique indio que atormenta a los inquilinos con sus carcajadas. Dice la leyenda que murió torturado por los españoles debido a que nunca quiso decir donde estaba El Dorado. Y que todavía sigue riendo.
@ricardopuentesm
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