HELIODORO MELO GUTIÉRREZ, UN CRIMEN AÚN IMPUNE
Mi abuelo, malherido pero aún vivo, le pidió clemencia a Domingo y a Elías Franco, ambos estudiantes del colegio que él había fundado y regentado en el pueblo. Pero Domingo no le tuvo misericordia. Lo cosió a puñaladas hasta que se le cansó el brazo y dejó inerme el cuerpo de mi abuelo
HELIODORO MELO GUTIÉRREZ
Un crimen aún impune
Mi abuelo, malherido pero aún vivo, le pidió clemencia a Domingo y a Elías Franco, ambos estudiantes del colegio que él había fundado y regentado en el pueblo. Pero Domingo no le tuvo misericordia. Lo cosió a puñaladas hasta que se le cansó el brazo y dejó inerme el cuerpo de mi abuelo
Por Ricardo Puentes Melo
A finales de los 70s, el socialismo en Colombia se da cuenta de que su discurso marxista no ha pegado entre todos los sectores de la sociedad. La ANAPO, movimiento político de corte socialista fundado por Gustavo Rojas Pinilla, logra hacer confluir en él al obrero asalariado y al oligarca; al populachero del barrio Fátima y al excluyente habitante del barrio los Rosales; lo único que los une es un deseo de cambio.
Esa búsqueda de igualdad –que existe entre algunos oligarcas, claro que sí-, los movió a enrolarse en el proyecto político de la ANAPO, que cristalizó Rojas Pinilla en 1965 con la ayuda –pido perdón a nombre de ellos por esa barbaridad- de unos tíos abuelos míos tan cercanos a los Rojas como Enrique Santos a la izquierda.
La ANAPO nace, pues, de la unión de una fuerte base popular y de una clase dominante hegemónica que, en general, pretende legitimar su poder con el respaldo del populacho. Un fenómeno que ya había sido demostrado ampliamente durante la dictadura de Rojas Pinilla, en el cual se coartaron las libertades civiles, se cerraron los periódicos opositores, se creció la deuda externa, se dedicaron al robo y al peculado, asesinaron civiles y, por supuesto, se hicieron monumentales obras públicas que todavía existen. Eso es característico de los regímenes socialistas totalitarios (perdón la redundancia): someten al pueblo a toda clase de vejámenes, reduciéndolo a la esclavitud mental y moral, y al mismo tiempo les “regalan” obras públicas portentosas (avenidas, aeropuertos, centros administrativos), o almuerzos para que medio calmen su hambre; mientras tanto, roban los dineros públicos ante la mirada del pueblo que no entiende que esos que les dan limosnas en realidad los están atracando, que ese dinero que reparten tan “bondadosamente” no es de ellos sino de los contribuyentes. Y así seguirá hasta quien sabe cuándo; se está comprobando la estupidez colectiva con el caso Mockus –similar al de Rojas Pinilla- y ya veremos lo que sucede en las próximas elecciones.
Pero la ANAPO no brota solamente de la confluencia popular. También surge de las mismas entrañas de las FARC, el
Partido Comunista y la JUCO. Viendo la vieja guerrilla que su causa estaba perdiendo interés nacional, patrocina la ANAPO que es visto como la esperanza política nacional para salir de la miseria y el abandono. El golpe es devastador cuando la ANAPO pierde las elecciones de 1970, robadas por Carlos Lleras y Misael Pastrana. Pero el plan B ya estaba en marcha, y ese era el momento esperado para la banda terrorista que adoptaría el nombre de M19, avivado por el romanticismo de los setentas, y al cual apoyaron con su pluma escritores y escritoras tan talentosos como Laura Restrepo, primera directora del Instituto Distrital de Cultura y Turismo durante el gobierno de Lucho Garzón, hoy en el partido Verde.
Mucho de ese romanticismo se lo debían a la eficiente acción de los sacerdotes católicos quienes, desde los púlpitos, apoyaban el accionar de esta guerrilla. Cuando la batalla de Yarumales, las madres católicas iniciaron un fuerte movimiento de apoyo al M19 en Corinto y Florida, poblaciones que las FARC querían que Uribe despejara para ellos y que Angelino Garzón presionó para que así fuera (por fortuna no fue). Bateman llamó a este movimiento católico de apoyo, “la cadena del amor”, y consistía en prender veladoras en iglesias y oratorios católicos familiares pidiendo a la virgen y a los santos protección para los guerrilleros. Corinto y Florida tienen una importancia agorera para los guerrilleros.
Aunque a muchos les parezca gracioso, la guerrilla –y, en general la izquierda- es muy supersticiosa y está convencida de que la ayuda espiritista es efectiva. De hecho lo es. Por algo a Fidel Castro frecuentemente le pagan misas en catedrales católicas de todo el mundo –incluso aquí- pidiendo a la virgen por la protección del tirano. Los santeros saben bien de qué hablo. ¿Cierto, ña Piedad…? ¿Cierto, coronel Chávez…? ¿Cierto que sumercé sabe de qué hablo, Pachito de Roux..?
En fin, de la relación entre poder y santería les hablaré después.
El cuento va a lo siguiente. A finales de los 70s el M19 tenía bien montado su lucrativo negocio de secuestros extorsivos, y contaba con el apoyo de jueces, magistrados (ay, Carlitos Gaviria), políticos y poderosos industriales. No eran, para nada, una guerrilla marginal.
En Macanal, Boyacá, vivía mi abuelo materno desde que nació. Él fue godo hasta su muerte y tuvo el grave error de criterio, de ser amigo de Rojas Pinilla, el ladrón que fue dictador de Colombia (¿o es al revés..?). Sin embargo, a pesar de ser amigos, mi abuelo nunca apoyó la dictadura ni las pretensiones de Rojas. Y básicamente no lo hizo porque mi abuelo era un hombre íntegro, honesto y ofreció su vida y su carrera en pro del beneficio de los campesinos de su tierra. Mi abuelo fue promotor decidido del acceso a la educación de los campesinos como única manera de salir de su miseria y su oscuridad intelectual; fundó colegios y escuelas acordes con la realidad regional y asesoró cuantas veces se lo pidieron a los ignorantes campesinos cuyos derechos eran atropellados por latifundistas y politiqueros que, cual sanguijuelas, exprimían la vida íntegra de estas pobres personas. Aún hoy, después de 30 años de muerto, puede uno encontrarse en el Valle de Tenza a ancianos campesinos que lloran al único defensor que han tenido.
Mi abuelo no aceptó sobornos ni puestos políticos. Muchas veces lo tentaron –incluso Rojas Pinilla- asegurándole que si aceptaba tales nombramientos así podría ayudar más a los campesinos que él protegía. Pero el viejo no era idiota. Sabía que aceptar esos puestos era vender su alma al diablo –fuera este conservador, liberal o anapista- y declinó tan discutibles honores. No hicieron lo mismo sus cuñados, hermanos de mi abuela, quienes se enfrascaron en sus operaciones matemáticas restando decencia y sumando pesos y embajadas y, finalmente, se sacrificaron para viajar a Europa a nombre de los pobres, tal y como hoy hacen Petro y demás ex M19.
Jóvenes mamertos del Polo y el Partido Verde: yo también, al igual que ustedes, fui imbécil e idiota útil de los cabecillas de izquierda. Y tal imbecilidad me llevó a enrostrarle a mi abuelo su “exagerada” delicadeza y su negativa perenne a cambiar su decencia por dinero o por puestos. Le decía yo que, a pesar de que él vivía cómodamente, podría vivir mejor, como sus cuñados, visitando la corte de la Reina madre Isabel y besándole el anillo al Papa. Si él hubiera aceptado el soborno -le decía yo sin usar la palabra “soborno”- sus nietos seríamos políticos influyentes, invitados obligados a cocteles y mítines políticos, estudiantes aventajados del Gimnasio Moderno y profesionales apetecidos de la Javeriana que podríamos llamar al padrecito de Roux por su nombre de pila o, simplemente, decirle “pachito” como le dicen cariñosamente sus confesados. Pero la historia no lo quiso…
A Macanal había llegado –a finales del los 70s- un oscuro personaje llamado Elías Góngora. Procedía de Tolima y, habiendo sido detective del DAS estuvo involucrado en el secuestro y asesinato de una señora con apellido de casada Espinosa. Eso no fue impedimento para que un influyente político de la región moviera sus palancas y lo nombrara como alcalde de Macanal.
Siendo alcalde, Elías Góngora hospedó en su casa de campo, en Macanal, a un par de secuestradores que tenían en su poder a un niño de apellido Scarpeta. Cuando la justicia encontró a los secuestradores, mi abuelo denunció a Góngora ante la Procuraduría haciendo notar que la finca donde estaba el niño secuestrado era de propiedad de Góngora y allí estaba viviendo en ese momento con su madre. La justicia no “encontró” méritos suficientes para judicializar a Góngora y mi abuelo se ganó desde ese día a su peor enemigo.
“Casualmente”, por esa misma época en que llegó Góngora al pueblo, el M19 estaba reclutando tropa para su causa en la región, y estaban utilizando –supongo que en sociedad con las FARC- una lejana finca de mi abuelo a la cual no se podía acceder fácilmente, como centro de operaciones para laboratorios de coca. Estaba en furor el negocio de las Esmeraldas y Carranza ya era un conocidísimo negociante en la región.
Tanto Jaime Campos Jácome, un influyente político de la región, como Elías Góngora, le insistían constantemente a mi abuelo para que vendiera esa finca que “no le reportaba ningún beneficio”. Incluso el mayordomo de la finca, que tenía salario mensual por su trabajo y total usufructo de la finca de más de 20.000 hectáreas –en su mayoría bosque de cedros-, demandó a mi abuelo reclamando que, debido a que llevaba 10 años en la finca, ésta automáticamente pasaba a su propiedad. Yo conocí al tipo y me sorprendió su vocabulario socialista de reivindicación. Mi abuelo ganó la demanda, le regaló a su demandante varias hectáreas de la finca y creyó el asunto terminado.
Pero apenas había comenzado. Mi abuelo y sus hermanas sufrieron varios atentados con la complicidad de Góngora –que seguía increíblemente de alcalde- y su policía, y de los cuáles se salvaron de milagro. Ni aún así quiso mi abuelo dejar el pueblo e irse a vivir a Bogotá. Decía siempre que allí había nacido y allí moriría y que mientras tuviera aliento iba a defender su pueblo y sus campesinos en contra de los delincuentes y abusadores. Así que envió a mi abuela a Bogotá y él se quedó en Macanal esperando la muerte. No lo inquietaban exageradamente que las puertas y paredes de su casa fueran marcadas –como una sentencia de muerte- con el logo del M-19. A él le parecía tonterías.
En abril de 1980 mi abuelo empezó a mostrarse especialmente intranquilo. Quería deshacerse rápidamente de la finca que antes no quería vender. El problema es que ahora no se la querían comprar. Casi hace un estúpido negocio con un mandadero de la narcoguerrilla, de apellido Sánchez, quien de manera envalentonada le cambió dos toretes por las más de 28mil hectáreas de la finca en cuestión. Una tía llegó a tiempo para impedir la extorsión. Sánchez rompió el arrugado papel que había hecho firmar a mi abuelo y con ese acto selló su sentencia de muerte.
En mayo 4 de 1980, un domingo, mi abuelo de 82 años y sus hermanas también ancianas, salieron como era su costumbre de la misa que ofrecía el sacerdote Muñoz, amigo de la familia y hombre honesto, cosa rara entre los curas. Mi abuelo y sus hermanas llegaron a su casa que ocupaba una esquina del pueblo, y se percataron de que una de las puertas estaba entreabierta, algo muy extraño ya que en años esas puertas laterales no se abrían. Mi abuelo ordenó a sus hermanas que entraran por el lugar acostumbrado mientras él lo hacía por la puerta entreabierta.
Cuando llegó al patio interior, José Domingo Tolosa (o José Domingo Toloza) lo recibió con un varillazo en la cabeza que lo tumbó al piso. Sangrante, mi abuelo se levantó, le arrebató la varilla a Domingo y lo aprisionó con ella por el estómago contra una pared mientras le decía a una de sus hermanas que subiera al segundo piso a sacar el revólver. Obviamente, Toloza, un hombre joven y fornido, se desprendió de la varilla y se abalanzó sobre mi abuelo para propinarle varias puñaladas con su cuchillo de carnicero, oficio que él desempeñaba en Macanal.
Mi abuelo, malherido pero aún vivo, le pidió clemencia a Domingo y a Elías Franco, ambos estudiantes del colegio
que él había fundado y regentado en el pueblo. Pero Domingo no le tuvo misericordia. Lo cosió a puñaladas hasta que se le cansó el brazo y dejó inerme el cuerpo de mi abuelo. Para ese momento, la hermana mayor de mi abuelo había sacado el revólver e intentó dispararlo desde el balcón interior del segundo piso, pero el arma no respondió. Mientras Toloza se encargó de propinarle 17 puñaladas a la hermana menor – de unos 70 años- ordenó a Franco que ahorcara a la otra mujer. Franco la ahorcó con una media y la echó a rodar escaleras abajo. Hubieran podido darles un tiro de gracia en vez de coserlos a cuchillo; sin embargo, como pensaban que mi abuelo y sus hermanas estaban “protegidos” por algún santo, los asesinos creían que no les iba a entrar bala así que tenían que matarlos a cuchillo. Además, eso les proporcionaba más placer.
En medio del apuñalamiento, los asesinos gritaban consignas socialistas de “muerte a los hps ricachones” y otras cosas más, mientras urgían a mi abuelo y tías a confesar dónde tenían escondido el dinero.
Después de la orgía de sangre, los asesinos (sospechamos que no eran dos sino cuatro) se fumaron su cachito de marihuana –la misma que quiere legalizar Carlos Gaviria con todos sus marihuanos del Polo y el Partido Liberal-, se tomaron un champagne y se pusieron a esculcar por todos los rincones en búsqueda de documentos y dinero. Robaron lo que pudieron, “recuperaron” un revólver y salieron a celebrar en otro lado sin olvidar la imagen de su patrona, la virgen de los sicarios, que es la misma que veneran bajo diferentes nombres en todas las iglesias católicas del mundo y que estos cargaban en llaveros y estampitas en su billetera para que los protegiera y les diera suerte.
Al siguiente día, nadie sospechó ni se preguntó por qué las tías no abrían su almacén de cachivaches. A nadie se le hizo extraño que Elías Góngora fuera a la sede de la flota Macarena a comprar un pasaje para visitar en Tunja a su amigo Campos, ni nadie entendió por qué el enguayabado Góngora sacó un billete de alta denominación y le dijo a Alonso Martínez: “Mire.. esta plata me la prestaron.. no me vayan a echar la culpa de los muñecos…”. Tampoco nadie se preguntó por qué Jaime Campos, el lunes 5 de mayo ya conocía la muerte de mi abuelo, con más de 24 horas de antelación sobre el resto. Porque no fue sino hasta el martes poco antes del mediodía que una familiar de mi abuelo entró a la casa para descubrir el triple asesinato.
Inmediatamente viajamos allá y llegamos el martes en la noche. El espectáculo era horrible. Nunca en mi vida he visto tanta saña y sevicia como la que descargaron en mi abuelo; había sangre por todos lados, moscas revoloteando, se sentía el olor dulzón de los cadáveres en descomposición. Mi abuelo, brutalmente acuchillado, estaba tirado en la mitad del patio, con puñaladas en la cabeza, en un ojo y muchas otras en el abdomen. Al lado su hermana menor con su pequeño cuerpo desfigurado a cuchillo, y cerca, al lado de las escaleras, la hermana mayor, ahorcada, con los ojos desorbitados y con un hilo de sangre seca que salía de su boca abierta.
Domingo Toloza, Elías Franco y Elías Góngora fueron prontamente apresados. Toloza y Franco confesaron la participación del alcalde Góngora, asegurando que él los había contratado dando instrucciones precisas de lo que deberían hacer. Sabían que encima de Góngora había mucha gente “importante”, pero no quisieron confesar más; después de la visita de un prestigioso y costoso abogado, ellos no volvieron a abrir la boca. ¿Cómo pudieron pagar ese abogado..? La causa, compañeros… la causa lo pagó.
Lo aberrante del asunto es que casi todo el pueblo sabía lo que iba a suceder, pero pocos sabían cuándo sucedería. Era como Crónica de una muerte anunciada. Frente a la casa de mi abuelo estaba –todavía está- la casa de Francisco Rojas, quien había sido contactado por los asesinos para el crimen y quien se negó pero no avisó a las autoridades. Rojas fue tiempo después alcalde de Macanal. Al otro lado estaban los Alfonso, más abajo los Solano –conocidos mafiosos. Nadie oyó nada a pesar de que a esas horas de la noche el silencio en el pueblo dejaría escuchar hasta el pedaleo de una bicicleta. Pero nadie escuchó los gritos de horror de los ancianos. O el miedo les causó sordera temporal.
Los asesinos que fueron capturados –Fulgencio Toloza estuvo en el crimen pero nunca fue arrestado- fueron juzgados en Tunja. Y las penas que les dieron fueron de risa. A Góngora, el ex alcalde de Macanal, le dieron unos pocos meses. A Domingo Toloza y Elías Franco, cuatro años. La jueza Ruby Elisa Amador Díaz dictó sentencia calculando la vida útil de los ancianos y, en su sabiduría, calculó que mi abuelo y sus hermanas vivirían –a lo sumo- cuatro años más. Yo no sé qué tipo de sentencia dictaría hoy esta honorable jueza si a su madre la apuñalearan de esta manera. Pero así es la justicia humana. A veces ni cojea ni llega tarde; simplemente no llega. Eso es socialismo, camaradas.
Cuando los hampones salieron de la cárcel, salieron millonarios. Lo último que supimos de Toloza es que era un narcotraficante poderoso y que participa en Macanal del próspero negocio de la droga, pero que cayó en desgracia y ahora vende carne y trabaja como parrillero en sitios como Restaurante Estancia Chica, Restaurante Casa Lis, Restaurante Carbón de Palo Típico, donde ha hecho gala de sus habilidades con el cuchillo. Macanal es un fortín de narcotraficantes, se han encontrado laboratorios de coca y heroína pero, curiosamente, siguen funcionando allí. La guerrilla de las FARC convive amistosamente con los paramilitares de Campohermoso y estos dos grupos tienen dividido su territorio, empleados, cultivos y laboratorios. Los campesinos que un día mi abuelo quiso que se educaran, se convirtieron en mafiosos que ven más rentable la droga que el maíz y los libros. Camionetas último modelo (“burbujas”) ruedan a diario por las calles del pueblo y se estacionan frente a mansiones chillonas y estrafalarias, casas de campo que contrastan descomunalmente con los ranchos humildes de campesinos que no cedieron a la tentación del dinero rápido que ofrecen la política, la guerrilla y el paramilitarismo.
Comenzando mi adolescencia yo viví unos años con mis abuelos y estudié en el mismo colegio con quienes serían los asesinos. Fui testigo presencial del odio que, desde el rector para abajo, fomentaban contra mi abuelo en el colegio sin acusarlo de nada en concreto. Sólo decían que era un viejo hp burgués que “se creía el duro del pueblo”. Varias veces tuve que enfrentarme a puño limpio para defenderme de mis compañeros de colegio que me imputaban con la sola acusación de ser nieto de quien era. Varias veces intentaron chuzarme con cuchillos y –ríanse- con puntillas y compases de estudiante. Una vez que iban a apuñalearme en pleno frente de la casa, mi abuelo salió a defenderme. Pero eso no era extraño, era la dinámica del pueblo donde cada ocho días había un muerto, siempre después de una borrachera. Mis primos también tuvieron que aprender a defenderse a puño y pata de las crías de hamponcillos que se estaban levantando, y que para la época tendrían entre 6 y 10 años, y que hoy son importantes jefes guerrilleros y narcotraficantes respetados por sus chequeras.
Muchos de ellos han muerto en su ley, en refriegas y vendettas de mafiosos, en simples atracos callejeros o en combates contra el ejército. Otros han muerto ahogados en el vómito de sus borracheras.
Justo es decir que no todos los macanalenses son mafiosos. También hay gente decente, como en todo lado. Sin embargo, muchos fueron cobardes al callar el asesinato anunciado de mi abuelo; muchos fueron, claro que sí, cómplices silenciosos del homicidio planeado y dirigido desde una taberna del mismo pueblo; un asesinato que cambió totalmente las vidas de hijos y nietos y que nos sumió en la desesperanza que nos marca hasta el día de hoy. Desde ese 4 de mayo de 1980 nuestra vida no sería nunca la misma.
Los asesinos son asesinos, así se cobijen con las banderas del M19, FARC, o paramilitarismo. Son hijos de la misma mala madre, la ramera que ha llevado dolor y muerte donde quiera que se le ha permitido entrar.
¿Qué si he perdonado a estos asesinos…? Pues no he tenido el dudoso gusto de encontrarme a los asesinos materiales y sé de buena fuente que nunca han buscado perdón y que, en cambio, se pavonean con su dinero, sus pistolas, sus escapularios y sus ramerillas disfrutando el pago de su triunfo sobre un anciano. Si me los encontrara, transformados y arrepentidos, seguramente los perdonaría, pero eso nunca sucederá.
Aunque no me trasnocho con la gloria y el triunfo de quienes nos arrebataron a ese hombre íntegro y recto como un roble que fue mi abuelo, estoy seguro de que algún día sus propios actos, la sangre que han acumulado sobre sus cabezas, caerá sobre ellos hasta ahogarlos. Eso le corresponde a Dios no a ningún ser humano. Si tomamos justicia por nuestras manos, nos convertiríamos en lo mismo que rechazamos, nos transformaríamos en la misma clase de asesinos que pretendemos juzgar o amnistiar; seríamos de la misma clase de quienes están en la cárcel o en una curul del Senado.
Por eso –y otras cosas más- me da risa cuando veo a Petro, Navarro, Everth Bustamante, Otty Patiño y sus otros compinches alzándose como estandartes de la decencia, la ética y la pulcritud, señalando con su dedo acusador manchado de sangre hacia los paracos que hacen lo mismo que hizo el M19 pero bajo otra bandera.
¿Qué tienen que ver Petro, Navarro y el resto de guerrilleros amnistiados por Virgilio Barco e incorporados por César Gaviria –partner de Mockus- a la vida política, con la muerte de mi abuelo…?
Que usaron el mismo logo que inculpó a los asesinos de mi abuelo y que, finalmente, les dio beneficios legales.
Y el logo identificatorio, la marca infame y sanguinaria, es la misma que llevan en su frente Petro y Navarro, es la misma que ven los hijos y nietos de los masacrados en el Palacio de Justicia cuando encienden el canal del Congreso… es la misma que vemos todas las víctimas de ese grupo sin tener derecho a protestar porque nos siguen amenazando de muerte.
En las paredes de la vieja casa donde dejaron apuñaleados a mi abuelo y a sus hermanas, quedó el infernal sello de los asesinos: M-19.
Sólo faltó la hoz y el martillo.
Mayo 4 de 2010.
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