UN PROCESO DE CUATRO SIGLOS
A los seguidores de Santander no les gustó mucho la idea, así que durante el siguiente gobierno el recién fundado Partido Liberal bautizó a la Plaza de San Francisco como “Plaza Santander”
Un proceso de cuatro siglos
Historia de Bogotá, Parte 4
Por Ricardo Puentes Melo
Octubre 31 de 2013
Bien temprano en la historia de Bogotá, la burocracia estuvo presente en todos los aspectos de la vida urbana hasta tal punto que, además de la Real Audiencia y los cabildos secular y eclesiástico, existían en la época colonial diez tribunales cuyas funciones se cruzaban y cargaban a la capital de una exagerada cantidad de procedimientos.
Todo eso formaba parte de la imagen de ciudad que traían los fundadores, y que también se reflejó en el trazado de la naciente Santa Fe: “una retícula cuadrada y muy regular generada por calles y manzanas”, igual al orden geométrico presente en todas las fundaciones españolas. Este imaginario urbano que los hizo congregarse en torno a una única parroquia hasta 1585, cuando vieron la necesidad de crear dos parroquias más, dando vida a la de Las Nieves y, al sur, la de Santa Bárbara. Tan importante era el factor religioso, que en año de 1600, de las 18 grandes edificaciones construidas, 13 eran de las comunidades religiosas.
Por esta misma época, el aseo de la ciudad era un verdadero problema que tuvieron que afrontar las autoridades prohibiendo, so pena de severas multas y sanciones, que las basuras se arrojaran a las calles y afueras de la ciudad. La única medida que se les ocurrió fue lanzarlas a los ríos y arroyos que corrían por la capital.
A pesar de éstas y otras medidas, las calles permanecían sucias, llenas de hierba y basura, hasta tal punto que los vecinos exigieron el empedrado para las calles y plazas de mercado, especialmente la Plaza Mayor que, después de un día de mercado, quedaba convertida en un muladar con desechos orgánicos que atraían la visita de decenas de gallinazos y cerdos, lo cual le daba a la ciudad un aspecto todavía más lamentable.
Podría afirmarse que durante casi doscientos años Bogotá fue sucia e insalubre. Y poco pudo hacer el cabildo para solucionar este problema ya que sus miembros dedicaban más tiempo a complacer los caprichos de los hijos y nietos de los descendientes de los conquistadores, que a preocuparse en serio por los problemas de la ciudad. Hasta que la Real Audiencia decidió ponerle fin a la corrupción que ya amenazaba la consolidación de la ciudad.
Es así como al finalizar el siglo XVI, el cabildo de Santa Fe había perdido mucho de su poder debido a un paulatino deterioro político y económico que se venía manifestando desde años atrás, hasta que se cabildante dejó de ser un puesto apetecido por los vecinos influyentes; ya casi nadie asistía a las audiencias y los cabilderos se negaban a aceptar su responsabilidad frente a la ciudad.
Desarrollo arquitectónico. Durante el siglo XVIII resurgió la construcción y se vivió un enérgico desarrollo; las obras civiles tomaron más importancia que las eclesiásticas. De esta época es el Hospital San Juan de Dios, el Acueducto de Aguavieja, y el puente sobre el río Tunjuelo. En 1774 la ciudad se dividió en ocho barrios y cuatro cuarteles, lo cual es una prueba evidente de que ya se imponía la nomenclatura civil como sustituto de la religiosa.
Los barrios estaban proporcionalmente divididos y habitados; cada uno tenía un promedio de 2.327 habitantes y 15 manzanas. Tales decisiones conforman lo que algunos consideran como el primer estatuto urbano, que intentó abarcar y reglamentar la mayor parte de los asuntos de la ciudad. Se llamó “Instrucción para el gobierno de los alcaldes de barrio de esta ciudad de Santa Fe de Bogotá”, y por medio de ella se asignó a cada barrio un alcalde con poderes de policía, vigilancia y supervisión. Las cuatro parroquias que existían hasta el momento quedaron divididas en los barrios de La Catedral, El Príncipe, Santa Bárbara, San Jorge, Palacio, Nieves Oriental, Nieves Occidental y San Victorino. La población aumentó a un ritmo vertiginoso, tanto que en 1800 ya sumaban más de veinte mil habitantes. Los barrios crecían más de lo esperado.
Durante el siglo XIX se vivió un esplendor cultural que no correspondía con el paisaje urbano, compuesto de casas modestas de gruesas paredes y carentes de vidrios; tampoco esa gloria artística contrastaba con la inseguridad que ya empezaba a tomarse la ciudad y que parecía tener su semillero en las numerosas chicherías y tiendas que estaban distribuidas casi que equitativamente en los barrios. En los alrededores de la Plaza Mayor se congregaron las familias más importantes e influyentes de la ciudad. Por allí vivieron Antonio Nariño, Francisco José de Caldas, Camilo Torres Tenorio, José Acevedo y Gómez, Francisco de Paula Santander… La Plaza Mayor se convirtió en el referente más importante de Bogotá, fue centro de tertulias y conspiraciones, como la del 20 de julio de 1810. Allí se empezó a planear la naciente República.
En 1846 Tomás Cipriano de Mosquera cambia el mono de la pila, que estaba ubicado en la Plaza Mayor, y colocó la estatua del Libertador; un año después le cambiaría el nombre a la plaza y quedaría definitivamente como “Plaza de Bolívar”. A los seguidores de Santander no les gustó mucho la idea, así que durante el siguiente gobierno el recién fundado Partido Liberal bautizó a la Plaza de San Francisco como “Plaza Santander”.
A medida que ocurrían estos cambios simbólicos en la ciudad, los bogotanos también sufrían transformaciones. Aparece el ciudadano como tal, surgen los artesanos e inician su oficio los políticos profesionales, que encuentran en los lugares públicos el sitio perfecto para ganar adeptos. Todos los habitantes de la República, si querían ser importantes o tenían aspiraciones religiosas y profesionales, debían venir a la capital. Así, la ciudad acogió nuevas corrientes migratorias que complicaron la vida urbana. Bogotá les estaba abriendo sus puertas a los obreros mientras sufría ataques militares, motines y alzamientos.. la ciudad se había convertido en la síntesis de la República.
Servicios públicos y privatizaciones. Como la capital permanecía en crisis fiscal, hubo necesidad de abrir convocatorias para rematar el abastecimiento de agua. El rematador debía comprometerse a mantener limpias las cañerías, las cajas de reparto y las fuentes públicas. Y también cobraba el pago del servicio. Debido a que el dinero no se reinvertía en el mantenimiento de las infraestructura, la ciudad se vio abocada a un deterioro en la calidad del servicio. Entonces, en 1847, el municipio otorgó a dos particulares (Ramón B. Jimeno y Antonio Martínez de la Cuadra) la exclusividad sobre el manejo de los acueductos de Bogotá y Chapinero por un período de setenta años. Pero la situación fue de mal en peor hasta que estos dos contratistas construyeron el primer acueducto con tubería de hierro en 1886. Para 1897 el servicio era considerado como ‘satisfactorio’.
Con el alumbrado público sucedió algo similar. En 1807 se inauguró el primer farol público y permanente instalado en la Plaza Mayor. Quince
años después sólo cinco faroles alumbraban la actual carrera Séptima, por lo cual los vecinos más pudientes, cuando tenían que salir de noche, lo hacían acompañados por criados que cargaban uno o dos faroles. En las casas se alumbraba con velas y candiles de sebo, industria ésta que sirvió de sustento a muchas familias de entonces.
No fue sino hasta 1889 que se constituyó la primera empresa de alumbrado eléctrico, The Electric Light Company –BELC, que Bogotá vio la luz eléctrica. Era el 7 de diciembre. Meses después ya se podían ver 90 focos en las calles principales acompañando a los 140 faroles de petróleo que todavía quedaban.
En 1896, los hermanos Samper Brush fundan otra empresa bajo el nombre de Compañía de Energía Eléctrica de Bogotá, que adquirió gran prestigio y reconocimiento en toda la nación.
Paso a la ‘modernización’. Los límites de la parroquia se perdieron y los bogotanos pudieron ver que además de su pequeño mundo donde nacían, se bautizaban, casaban y morían, existía una ciudad que crecía endemoniadamente. Para 1889 se había sobrepasado la cifra de 70.000 habitantes, la capital empezó a mezclar su aspecto colonial con lo que dieron en llamar ‘republicano’. Sus calles estrechas y sus casas de balcones, techadas con barro, acogieron un estilo de vida afrancesado que había facilitado de alguna manera la irrupción en 1884 del tranvía de mulas que rompió con el esquema español de una ciudad encerrada en sus calles, obligando a sus habitantes a proyectarse hacia las afueras de Bogotá.
Desde 1538, hasta inicios de 1900, los bogotanos habían logrado consolidar una fuerte imagen de ciudad que luchaba por independizarse de su entorno natural. El afán de aquellos ciudadanos era arrasar con todo lo que se les antojara ‘salvaje’, para colocar en su lugar edificaciones y empedrados que los hiciera olvidar que ésta no era una ciudad europea. Una idea que cambiaría durante el mandato de Alfonso López Pumarejo, cuando los bogotanos transformarían esas calles estrechas en amplias avenidas arborizadas, adornando sus casas con antejardines enormes.
Los bogotanos del siglo XIX no sabían entonces que las viejas edificaciones del centro serían reemplazadas por los primeros edificios de cuatro pisos, y que la ciudad empezaría a debatirse entre su pasado colonial y la necesidad de internacionalizar una imagen de metrópoli pujante y moderna.
Bogotá entraba al siglo XX preparándose para su cumpleaños número 400, e ignorando que poco después de esa celebración su historia se partiría en dos.
@ricardopuentesm
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