UN FANTASMA RECORRE EUROPA: LA EUROFOBIA
Las elecciones del próximo domingo en Francia son cruciales para la supervivencia del proyecto europeo ¿Seremos capaces los europeos de volver a recuperar la ilusión y la credibilidad en aquella Europa democrática y plural que habíamos merecido amar?
Un fantasma recorre europa: la eurofobia
Las elecciones del próximo domingo en Francia son cruciales para la supervivencia del proyecto europeo ¿Seremos capaces los europeos de volver a recuperar la ilusión y la credibilidad en aquella Europa democrática y plural que habíamos merecido amar?
Por Ricardo Angoso
Abril 22 de 2017
ricky.angoso@gmail.com
@ricardoangoso
En 1989, cuando comenzaban las Transiciones a la democracia en Europa del Este y en los Balcanes, todos los países que abandonaban el comunismo y renegaban de la sumisión de sus naciones a la extinta Unión Soviética, veían en la Unión Europea (UE) la tabla salvadora que les traería bienestar, prosperidad, estabilidad y democracia. Luego caería el Muro de Berlín y comenzaría la guerra en Yugoslavia, allá por el año 1991, y la UE se convirtió en el centro de atención para los depauperados ciudadanos del Este. Y la desintegración de la Unión Soviética, como fruto de un acuerdo entre las antiguas repúblicas constituyentes de ese megaestado socialista, en 1991, fue el final del largo proceso de desintegración del orden comunista que anunciaba el nuevo período de cambio y reforma en las economías y los sistemas políticos de estos países.
Muy pronto, las nuevas democracias de Europa del Este, siguiendo los pasos de Grecia, España y Portugal -las antiguas dictaduras de derechas que se incorporaron a la UE en la década de los ochenta-, comenzaron a llamar a la puerta de la UE y expresaron su anhelo por integrarse de una forma rápida a esta organización política y económica de Estados democráticos europeos. Como fruto de arduas negociaciones y procesos de adaptación de sus legislaciones y normas, en el año 2004, Polonia, Hungría, la República Checa, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania, Chipre y Malta se convertían de la noche a la mañana en los nuevos socios de la UE cumpliendo con sus deseos, al tiempo que se completaba la mayor ampliación de la historia de la UE. Tres años más tarde, en el 2007, Bulgaria y Rumania, dos de los antiguos países comunistas más atrasados económicamente, entraban también como miembros de pleno derecho en esta estructura política que se extendía desde el Atlántico hasta al mar Negro, desde el Mediterráneo al Báltico.
Con la entrada de la ex república yugoslava de Croacia, en el 2013, la UE pasaba a contar con 28 socios, 24 lenguas, 4,3 millones cuadrados de extensión y casi 510 millones de habitantes, convirtiéndose en la primera potencia económica y política del mundo, rivalizando con Rusia, los Estados Unidos y China en la escena internacional en todos los frentes. El sueño de una gran Europa que superase la confrontación entre los dos grandes bloques que habían estado a punto de llegar incluso a la guerra durante la Guerra Fría había concluido y lejos quedaba aquel embrión original del proyecto que fue la Comunidad del Carbón y el Acero (CECA), fundada en 1952, que conseguía aunar en una misma organización a dos de los más enconados enemigos del continente: Francia y Alemania.
Como asignaturas pendientes del proyecto, hay que reseñar que quedaban pendientes las espinosas ampliaciones de la UE hacia los Balcanes, ya que habían quedado fuera de la UE Macedonia -vetada por Grecia por su nombre y símbolos patrios-, Serbia, Montenegro, Albania, Kosovo y Bosnia y Herzegovina, y la sempiterna candidata, Turquía, cada vez más alejada de los principios y valores europeos y cuya deriva autoritaria actual parece apuntar a una dictadura en ciernes. Ahora estas ampliaciones, que parecían relativamente factibles hace apenas unos años, se perciben como lejanas y no muy adecuadas en estos tiempos de zozobra e incertidumbre ante la crisis que padece la misma UE.
Del Brexit a la crisis de identidad. La primera señal de alarma llegó en el Reino Unido, cuando el ejecutivo conservador presidido por David Cameron convocó el año pasado una consulta para que los británicos decidieran acerca de su pertenencia o no a la UE, en una acción arriesgada, irresponsable y mal calculada por el propio primer ministro. Por un escaso margen, aunque en democracia se gana por un solo voto, los británicos votaron a favor del Brexit y pusieron fin a los más de 23 años de presencia en esta institución. La consulta partió al país a la mitad, ya que Escocia, Irlanda del Norte y Londres, junto con otros distritos, votaron en contra de la apresurada y mal planteada decisión de abandonar el bargo europeo, mientras que el resto del país se manifestó por la salida. Lo ajustado del resultado, 51% a favor del Brexit frente a 48% en contra, revela la polarización que sufrió la sociedad británica en los meses previos a la consulta y lo controvertido que resultaría el proceso que se iniciaba.
Los británicos aprovecharon la consulta no tanto para manifestar su animadversión hacia las instituciones europeas, sino más bien para mostrar su disconformidad con el gobierno de Cameron y expresar su malestar ante el estado de cosas que presentaba el país. Hay una marejada de fondo en casi todas las sociedades europeas, y aquí no es una excepción la sociedad británica, ante la gestión de la crisis económica y el constatado desgaste del ejecutivo tras años de gobierno. El Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP), un movimiento de corte populista, xenófobo y antieuropeo, lideró la campaña en defensa de la salida de la UE y tuvo éxito, habiendo llegado a obtener en unas elecciones generales antes del Brexit hasta el 13% de los votos.
Pero no sólamente en el Reino Unido se extendía el euroescepticismo, la marea de contestación y desafección hacia el proyecto europeo “contagiaba” a Europa del Este, Alemania, Italia, Francia y Holanda. Países como Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia comenzaban a cuestionar la política migratoria de la UE y algunos desafiaban abiertamente sus recomendaciones, como Budapest, que llegó a construir una suerte de muro para evitar la llegada de inmigrantes. Polonia fue condenada por el Parlamento Europeo por el tratamiento de sus homosexuales y por determinadas Leyes claramente homofóbicas, consituyendo un caso único en que un país de la UE fuera condenado por el legislativo europeo.
En Alemania, contra todo pronóstico, surgió como de la nada un grupo de corte neonazi, la Alternativa para Alemania (AFD), que obtuvo excelentes resultados en varias elecciones regionales, incluyendo aquí a la hasta entonces izquierdosa ciudad de Berlín, donde los ultras se hicieron casi con el 15% de los votos, y amenaza con ser pieza clave para la gobernabilidad de este país tras las próximas elecciones legislativas a celebrar este año, tal como señalan las encuestas.
En Italia, hay populismo de derechas y de izquierdas, representados ambos por la Liga del Norte -que aspira a la independencia de esa entelequía que denominan la Padania- y el Movimiento de las Cinco Estrellas, respectivamente, y que amenazan en las próximas elecciones generales con ser fuerzas políticas decisivas si los dos grandes polos que hasta ahora dominaban la política italiana no son capaces de poner coto a la sangría de votos que les acosan por el cansancio del electorado ante la corrupción y una recuperación económica que no llega.
Marine Le Pen, la candidata francesa del partido de extrema derecha Frente Nacional (FN), es también una de las líderes más euroescépticas, contrarias a la globalización, favorable a políticas antiimigratorias y partidaria decidida de convocar una consulta acerca del euro y la pertenencia de Francia a la UE (¿?). Por ahora, los sondeos señalan que hay empate técnico entre Le Pen y el candidato mejor situado de la izquierda, Emmanuel Macron. En lo que respecta a Holanda, hay que señalar que en las últimas elecciones el partido euroescéptico y populista de derechas Partido por la Libertad, que lidera el inefable Geert Wilders, fue derrotado claramente en las elecciones generales-pese a su ascenso en escaños y votos- y los partidos europeístas obtuvieron la mayoría en el legislativo de los Países Bajos, por lo que el fantasma de una consulta sobre la UE quedó desterrada por al menos un tiempo.
Elecciones cruciales para la UE en Francia y Alemania. Con estos elementos sobre la mesa, no cabe duda de que el futuro de la UE está en juego y que se decidirá, previsiblemente, en las próximas elecciones en Francia y Alemania, más concretamente en la primera de estas naciones ya que no es previsible un gran avance ultra en las elecciones alemanas. Las dos primeras fuerzas políticas que aparecen en los sondeos en Alemania, el SPD (socialdemócrata) y la CDU-CSU (centro derecha), son claramente europeístas, partidarios de continuar en el euro y más o menos coincidentes en sus políticas con respecto al desafío que representa la inmigración.
Otros turbulencias que se avecinan son las relativas a la gestión de la crisis económica en los países más golpeados por la misma, tales como España, Grecia, Italia y Portugal. Un aumento de la deuda, mayores recortes sociales para ajustar los gastos públicos, el aumento del desempleo y la necesidad de nuevos rescates financieros, que ya ser harían insoportables en las “rescatadas” Grecia y Portugal, provocarían un seísmo político de impredecibles consecuencias y el auge del ya triunfante discurso populista y antieuropeísta.
El discurso contrario a la UE se ha convertido en el recurso fácil de los nuevos populismos de derechas y de izquierdas que tratan de buscar en un enemigo foráneo en el fracaso de determinadas políticas a la hora de afrontar la crisis, hacer frente a la inmigración, poner coto a la corrupción rampante y, en definitiva, arrancar con un modelo de desarrollo social, político y económico acorde al peso de sus economías. Mientras recibían fondos de la UE, que tanto les sirvieron para hacer frente a sus graves coyunturas económicas internas y reconstruir sus maltrechas infraestructuras, nadie dijo nada pero ahora que llegaron las vacas flacas, ajenos a los dividendos que recibieron en el pasado, los nuevos (y los viejos) socios de la Europa política cuestionan a sus instituciones y a la razón misma por la que nació esta vieja idea que evitó conflictos y guerras durante décadas. ¿Seremos capaces los europeos de volver a recuperar la ilusión y la credibilidad en aquella Europa democrática y plural que habíamos merecido amar?
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