LA MAFIA YA NO ES COMO ANTES

Añoro los tiempos de la Catedral, de los guerrilleros montados en aviones a Cuba, de los tiroteos entre gente de Carranza y Rodríguez Gacha, y con las guerrillas. ¡Cómo nos hacen de falta los compadres Pablo Escobar, Rafael Pardo y César Gaviria…! Esa sí que era una mafia seria

LA MAFIA YA NO ES COMO ANTES

Añoro los tiempos de la Catedral, de los guerrilleros montados en aviones a Cuba, de los tiroteos entre gente de Carranza y Rodríguez Gacha, y con las guerrillas. ¡Cómo nos hacen de falta los compadres Pablo Escobar, Rafael Pardo y César Gaviria…! Esa sí que era una mafia seria

Por Ricardo Puentes Melo

Abril 1 de 2010

Me fue imposible estar frente al televisor para escuchar al soldado Moncayo el día de su “liberación”. Sin embargo, algunos amigos me contaron que estuvo “súper”, muy charlatán y conversador. Parece que en cautiverio –me dijeron- el mono jojoy le dictó clases de comunismo, dialéctica y “arengología”, es decir, la complicada ciencia que estudia las arengas, y en la cual son expertos también Gustavo Petro, Piedad Córdoba y Cantinflas.

Moncayo y Piedad Córdoba. Imágenes de Telesur, canal que ya estaba con la guerrilla esperando a la comisión

El circo –me cuentan- estuvo completo, con Telesur y monseñor a bordo. Precisamente, su santidad monseñor Leonardo Gómez, declaró jubiloso que en esa Semana Santa había repartido muchos rosarios y que hasta el soldado Moncayo le había confesado que era fiel devoto y que todos los días rezaba el Santísimo Rosario.. Monseñor Gómez y Piedad Córdoba dieron testimonio de que Moncayo “era un hombre de fe, de oración..” , igual, digo yo, que Raúl Reyes, quien conservaba como su más preciado tesoro un rosario que el papa Juan Pablo II le había regalado en persona.

¡Alabados sean los sacros misterios del Santísimo Rosario…!

El asunto es que el soldado Moncayo se bajó del helicóptero y causa mucha sorpresa entre los que allí estaban, porque su apariencia no era la de un secuestrado y encadenado, sino que más bien parecía –como lo pareció Alan Jara en su momento-, un paisano cualquiera que llegara de vacaciones: gordito, dicharachero, sin siquiera un rastro de resfriado, y con un pajarito en la mano que le mostró a Piedad Córdoba y que a ella le encantó y dichosa se lo alabó.

Un sobrino que también presenció el show, y que lo prefirió a jugar X-Box, me dijo que lo que más le había gustado era que el soldado Moncayo tenía la misma mirada asesina de Sub-Zero cuando estaba a punto de aplicarle la “fatality” a sus víctimas. Yo le recriminé diciéndole que el soldado Moncayo era un valiente soldado de la patria que había caído en manos de las FARC después de un cruento y prolongadísimo combate donde habían fulgurado las balas, el puñal, los golpes de karate, la astucia y la valentía de un puñado de soldados entre quienes se había destacado Moncayo brillando por su arrojo al arriesgar su vida por defender el sitio del Cerro de Patascoy donde cuidaban la torre de comunicaciones.

Mi sobrino me miró como si yo fuera un extraterrestre y se dobló en el piso ahogado en llanto y carcajadas. Hasta se orinó el chino de la irrespetuosa risa. En sus episodios de calma, en medio de las risotadas, yo intentaba preguntarle la razón de su histérica reacción. Pero cada vez, mi sobrino reía más convulsivamente, hasta que quedó rendido, tirado en el piso y casi asfixiado en el charco de babas y lágrimas.

Con la duda carcomiéndome el alma y mi orgullo herido, le pregunté a Gustavo Muñoz Roa, gran conocedor de muchas historias secretas que nadie quiere divulgar.

Gustavo me corroboró que yo había sido chiveado por mi imberbe, mechudo e irrespetuoso sobrino. Me dijo lo siguiente:

-“Como es bien sabido, en el cerro Patascoy, lugar de la geografía colombiana bastante apartado de la civilización, existen varias torres de comunicaciones,  incluida la del ejército colombiano. Debido a una de las malas prácticas que tenía el ejército, a los soldados indisciplinados e incumplidores de sus deberes, los enviaban como castigo a estos lugares apartados, sin tener muy en cuenta que éste era un lugar neurálgico para la estrategia, y que por tanto requería de personal adecuado para su protección… ¡Moncayito, por tanto, no debió ser un ejemplo de soldado ya que se encontraba ahí…!”

Dicen que así se verá Moncayo en unos meses

-“Un segundo, Gustavo -le interrumpí- ¿entonces Moncayo no es lo que dice Piedad Córdoba que es, es decir, un héroe de la patria..?”

-“El teniente responsable de la base en compañía de algunos de sus sargentos y soldados –continuó Gustavo sin poner atención a mi pregunta- debía bajar semanalmente al pueblo a proveerse de víveres. Lo que me informaron a mí, es que poco a poco hicieron amistad con una mujer que les vendía alimentos, al punto que ella se ofreció amablemente a entregarles a domicilio, o sea en el puesto del cerro, todo lo que pidieran para que ellos no tuvieran que bajar.”

Tan colaboradora ella, pensé, mientras Gustavo continuaba su relato

“Así empezaron las entregas hasta el día que la doña subió con sus “primos” y, como era ya muy tarde,  les cogió la noche y no podían regresar… Como si hubieran adivinado este problemilla, la fulana y sus primos habían cargado sus botellitas de “Galeras”, un fuerte aguardiente famoso en el sur del país. Ahí empezó la francachela y la comilona con doña Ramona. La marchanta doña ramona y sus primos sacaron las botellitas de “Galeras” y empezaron a repartirlas entre el oficial, suboficiales y soldados, hasta el punto de emborracharlos. Una vez borrachos, doña Ramona y sus primos sacaron los fusiles que traían escondidos entre los bultos de papa y yuca, y empezaron los juegos pirotécnicos…. Que por cierto duraron bien poco…. A los que no estaban tan borrachos y trataron de reaccionar los mataron y a los más borrachos los secuestraron…. Y ahora dicen que el combate solo duró 15 minutos por que los soldados no estaban bien alimentados ni bien equipados..”

Yo emprendí mi regreso a casa sumamente triste y dolorido, peor que si me hubiera acabado de llegar la cuenta del agua o como si me hubiera subido a Transmilenio. En menos de –ahora sí- 15 minutos, la imagen que yo tenía del soldado Moncayo se había derrumbado como se derrumba un castillo de naipes, como se deshoja una flor o como se mata una pulga. Todo había terminado para mí.

Y yo que pensé que todo esto había sido una liberación real…

Una vez en casa, rompí todos los recortes de quien yo creía mi héroe y destruí un afiche del profe Moncayo que había colocado frente al inodoro a pesar de las protestas de mi esposa e hijos, pero cuya ubicación impuse con autoridad para que, mientras hacíamos popó, la familia recordara que cuando a las cosas se les ponen empeño y fuerza, salen.

Ya no sé ni qué decirles a quienes me injurian asegurando que el profe Moncayo, nuestro Mahatma Gandhi colombiano, ya había tenido contacto con su hijo, y que los abrazos de reencuentro eran una pantomima de la más baja categoría, digna de Telesur, su santidad monseñor Gómez, y los dotores Samper (Ernesto y Daniel) y Cepeda, y que solamente había faltado “Don Francisco” para completar el sainete.

Yo estoy realmente desolado. Las liberaciones ya no son lo que eran antes.

Añoro los tiempos de la Catedral, de los guerrilleros montados en aviones a Cuba, de los tiroteos entre gente de Carranza y Rodríguez Gacha, y con las guerrillas.

¡Cómo nos hacen de falta los compadres Pablo Escobar, Rafael Pardo y César Gaviria…! Esa sí que era una mafia seria.

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