LE LLEGÓ LA HORA A COLOMBIA
No hay acciones claras de apoyo, no hay hechos concretos de mejoramiento al sistema salarial y de pensiones. No hay fortalecimiento de la Justicia Penal Militar; y tampoco hay apoyo fáctico a los que están en manos de la narcojusticia.
LE LLEGÓ LA HORA A COLOMBIA
Hoy la cartera la ocupa Rodrigo Rivera quien, en principio, parecía que haría bien su papel. Aunque todavía es prematuro asegurar algo, la gestión de Rivera no pasa de discursos en el Senado
Por Ricardo Puentes Melo
Agosto 31 de 2010
Hoy se cumplen 24 días del gobierno de Juan Manuel Santos, y han sucedido muchas cosas. Unas buenas y muchas más malas.
Entre las malas, están los nombramientos como ministros de una serie de personas que bien podrían estar tras las rejas, en el monte echando bala y extorsionando campesinos, o frotándose las manos y rogando a la virgen de los malandros que se corone el viajecito de la avioneta a Miami; vía Caracas, claro está.
Se sorprende uno de ver que el doctor Santos nombra a un candidato de las FARC para la presidencia, a un involucrado con los dineros de la mafia narcotraficante, a una amigota de Chávez que más parece trujillana que colombiana, a un gay que le construyó a Pablo Escobar una mansión por cárcel (embolsillándose algunos dólares por la vuelta), a otros relacionados con narcos de Casanare, la Costa… En fin: el gabinete parece más la nómina de Julio Mario Santodomingo que el equipo de tecnócratas que publicita el mismo don Julio Mario y los Santos, y que según ellos salvarán a Colombia de la ruina moral y financiera en que la dejó Uribe.
Juan Manuel Santos fue elegido gracias a que más del 85% de los colombianos votamos por la continuidad y el afianzamiento de la seguridad democrática del presidente Uribe. Santos alcanzó poco más de 9 millones de votos, no por sus méritos (que no conozco, pero que los debe tener), sino por los de Álvaro Uribe Vélez, hoy señalado como mentiroso por Juan Manuel y su nuevo amigo Hugo Chávez. Creo que deberían respetarse esos nueve millones de voluntades, en cambio de pagarnos con traición arrodillando a Colombia ante el tirano venezolano cuyos dólares financian las FARC para que asesinen a nuestros compatriotas.
Santos nunca fue querido por nuestras Fuerzas Militares. Y con razón. Les acabó el fuero militar a los soldados, los entregó en manos de la justicia profariana, los pisoteó y los humilló ante organismos internacionales de “Derechos Humanos”; pero al mismo tiempo se endilgó él mismo victorias militares que nunca planeó ni ejecutó pero sí capitalizó hábilmente para hacer creer a la opinión pública que este frustrado oficial de la Armada era en realidad un gran estratega militar. Y la verdad es otra, dr. Santos; el ejército que usted aplastó sirviéndolo en bandeja de plata a los enemigos jamás contó ni con su apoyo ni con la debida justicia que debía emanar del Ministerio de Defensa.
Con ese apoyo de los militares y sus familias en ceros, Santos inició su campaña presidencial. Y habría seguido en ceros si la labor febril y convencida de un hombre no hubiera logrado darle un giro a las reservas militares y sus familias, muchas de ellas víctimas del mismo Santos.
Ese hombre que nos convenció a los incrédulos de apoyar a Juan Manuel Santos se llama Gustavo Muñoz Roa.
Fue dura su lucha porque la deuda de Santos con los militares era enorme: Los oficiales inocentes que despidió acusándolos falsamente de Falsos Positivos, el montaje contra el Almirante Arango Bacci que puso preso a este digno oficial y que luego la justicia obligatoriamente tuvo que reconocer como una víctima inocente, el boicot contra la Justicia Penal Militar, la inequidad en salarios, el abandono de los militares acusados impúdicamente por los enemigos, la desidia con quienes estaban en cárceles, la falta de garantías y el desconocimiento del derecho de ellos al debido proceso, la apatía frente a oficiales perseguidos por los hechos del Palacio de Justicia, como el coronel Plazas Vega y el general Arias; y el del general Uscátegui, otro perseguido por el grupo de abogados Alvear Restrepo cuyos integrantes están fuertemente ligados a la guerrilla del M-19, misma que se tomó el Palacio de Justicia, que masacró magistrados y ciudadanos, y que hoy tiene en su mira a quienes combaten la narcoguerrilla. Santos prefiere hacer acuerdos y tomarse fotos con los cabecillas del M-19, que defender a quienes guardan el orden constitucional de la República.
Así, pues, Gustavo Muñoz Roa libró una batalla contra el natural escepticismo y animadversión hacia Santos. Muñoz emprendió maratónicas jornadas reuniéndose con reservistas militares, policías, y con sus familias. Visitó los centros de reclusión, los hospitales, las guarniciones; se entrevistó con las asociaciones de reservistas, recibió en su oficina de campaña a los perseguidos por la justicia y escuchó atentamente cada caso que le plantearon. Lo vieron conmoverse al punto de las lágrimas mientras los heridos en combate o con minas antipersona le narraban sus penurias y enseñaban sus mutilaciones. Nos dijo que Santos había hecho lo que había hecho porque debía obediencia a Uribe, y que cuando llegara a la presidencia de Colombia, todo iba a cambiar.
Las cosas, para ser sinceros, sí cambiaron: Ahora se les obliga a nuestros valientes a que rindan honores militares al tirano Chávez.
La tropa sigue desilusionada, decepcionada de los políticos que, como Santos, dicen una cosa y luego hacen otra.
Quienes le creímos a Gustavo Muñoz, y que apoyamos a nuestros militares, tuvimos una pequeña esperanza de que Muñoz Roa estuviera en el cargo cumpliendo las promesas hechas en campaña y velando por los intereses de los militares y policías a quienes respeta, admira y apoya sin duda alguna.
Hoy la cartera la ocupa Rodrigo Rivera quien, en principio, parecía que haría bien su papel. Aunque todavía es prematuro asegurar algo, la gestión de Rivera no pasa de discursos en el Senado. No hay acciones claras de apoyo, no hay hechos concretos de mejoramiento al sistema salarial y de pensiones. No hay fortalecimiento de la Justicia Penal Militar; y tampoco hay apoyo fáctico a los que están en manos de la narcojusticia. Si Rodrigo Rivera no le pasa al teléfono a quienes lo apoyaron en la campaña -a sus amigos-, menos va a pararles bolas a unos pinches soldados que han tenido que vender hasta sus televisores para pagar abogados que los defiendan.
Ese cuentico de que “Le llegó la hora a Colombia”, solamente se lo creen los de la camarilla de Santos y sus ministros; y, por supuesto, los enemigos del país, que son los nuevos amigos del gobierno.
Lástima por Gustavo Muñoz, y lástima por los soldados y policías a quienes habría podido ayudar, y que creyeron en que habría un cambio favorable.
Abandone la política, Dr. Muñoz Roa, parece que eso no es para gente decente. Cada día que conozco más a los políticos prefiero a las pirañas.
Agosto 31 de 2010
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